Recuerdo la época en que crecí en la India, y mi padre me dio a conocer el concepto de la Ciencia Cristiana de que Dios es totalmente bueno y no es la causa del mal, ni el creador de nada malo. De niño me gustó, ya que sabía intuitivamente que Dios existía y era bueno.
He sido estudiante de la Ciencia Cristiana durante muchos años y he tenido muchas pruebas de la bondad y el poder protector de Dios (incluyendo algunas curaciones instantáneas). Sin embargo, a veces luchaba por confiar completamente en Dios para la curación y, en cambio, buscaba alivio a través del tratamiento médico y otros remedios.
Hace algunos años, comencé a desarrollar síntomas extremadamente dolorosos de lo que los médicos diagnosticaron como gota. Comencé a recibir tratamiento médico para aliviar el dolor y, finalmente, atención médica preventiva. Mientras seguía orando para sanar, empecé a confiar cada vez más en la medicación.
A pesar de tomar dosis cada vez mayores de la medicación prescrita y seguir las restricciones dietéticas y otros consejos y terapias médicas, fui empeorando progresivamente durante un período de cinco años y me dijeron que no existe una cura permanente para la gota, solo el control de los síntomas. También estaba luchando con desafíos laborales y de relación.
A medida que pasaba el tiempo, me sentía más desesperado y, a veces, deprimido. Pero algo que el apóstol Pablo dijo cuando estaba luchando con un desafío físico me dio esperanza: “Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:8, 9). Me di cuenta de que lo que me afligía no era un desafío demasiado grande para Dios. El Amor divino puede alcanzar a cualquiera, no importa cuán perdido parezca estar. No es por nuestros propios méritos que somos salvos, sino por la gracia omnipotente de Dios.
Decidí llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana. Conociendo mis luchas durante muchos años y mi renuencia a confiar completamente en Dios para la curación física, él respondió amorosamente. También dijo que sabía lo imposible que es sentir miedo cuando reconocemos nuestra unidad eterna con el Espíritu, Dios, como Su idea. Esa declaración me sorprendió. De nuevo me recordó la verdad: que sólo hay un estado del ser: el Espíritu en armonía con su idea. Me encontré en un terreno conocido cuando describió el amor puro, el cuidado, la libertad y la perfección que provienen de esta comprensión, y recordé por qué amaba la Ciencia Cristiana de niño.
Después de nuestra conversación, decidí dejar la medicación y confiar únicamente en Dios para la curación. También renuncié a las restricciones dietéticas. Mi práctica diaria consistía en mantenerme cada vez más en la bondad de Dios y en todo lo bueno que veía expresado a mi alrededor, y verme a mí mismo como el reflejo de Dios.
El practicista de la Ciencia Cristiana me dio un tratamiento metafísico durante varias semanas. Las verdades espirituales familiares se volvieron más reales para mí. Vi que no hay dos bases del ser, la Mente y la materia. Dios, la Mente, es la única base del ser, ya que todo está hecho por Dios y es totalmente espiritual. El reflejo de Dios, el bien, nunca está enfermo ni perdido. Además, el Espíritu nunca hizo la materia y jamás sana la materia; el Espíritu elimina la creencia en la existencia de la materia o de cualquier poder aparte de Dios, y esto hace que los problemas físicos desaparezcan de nuestra experiencia.
A veces, cuando sentía síntomas de enfermedad, lidiaba con el temor con la ayuda del practicista, hasta que el miedo y los síntomas desaparecían. En los casi dos años transcurridos desde que cesaron los brotes de gota, he seguido estando libre y nunca he tomado ningún medicamento. De hecho, tiré todo a la basura y nunca volví a los médicos. Corro y hago ejercicio y puedo comer lo que quiera. Se demostró que el veredicto médico de incurabilidad no tenía verdad ni poder.
Esta curación en la Ciencia Cristiana me mejoró no solo física sino moralmente, ya que dejé de lado varias creencias y prácticas pecaminosas. La ira, la sensualidad, la justificación propia y el sentido personal de las cosas disminuyeron a medida que sentí la gracia de Dios. Mi perspectiva hacia los que me rodeaban cambió para mejor e incluyó mucha más bondad y perdón. Se hizo más fácil amar sin vacilación, duda o miedo. Mi situación laboral mejoró y una relación problemática se volvió más armoniosa. Estoy, en general, mucho más contento.
Estoy agradecido a Dios por esta curación, y por la verdad de Dios y del hombre que Mary Baker Eddy registró en su libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Ningún otro sistema de curación sino la Ciencia Cristiana le da toda la gloria a Dios.
Ashwan Chhapgar
Foster City, California, EE.UU.
