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Original Web

El abrazo de Dios acalla la ira

Del número de julio de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 4 de abril de 2024 como original para la Web.


¿Qué se siente al experimentar un sentimiento totalmente divino de calma espiritual? Estar alerta a la necesidad de calma y el reconocimiento de la presencia amorosa de Dios pueden apaciguar tormentas de ira ante las intensas interacciones emocionales con los demás. A veces, cuando estamos frustrados por tales circunstancias, tal vez nos sintamos justificados al molestarnos y decir y hacer cosas que causan más daño que bien. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, descubrí que necesitaba desarrollar más esta área del desarrollo espiritual. Vigilar el temperamento propio al tratar con los demás es particularmente importante con el aumento y la facilidad de acceso a la comunicación global a través de plataformas sociales y públicas. 

Me ha resultado muy útil comprender lo que Dios sabe de la paz y su poder para sanar y restaurar la calma. Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “Para eliminar el error que produce el desorden, tienes que calmar e instruir la mente mortal con la Verdad inmortal” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 415). Se necesita la persistencia e instrucción de la Verdad divina para impedir que los pensamientos mortales alarmantes se entrometan en la confianza natural que uno tiene en la dirección y el amor incondicional de Dios. 

Hace años, cuando me molestaba un comentario crítico o desafiante en una situación personal o de negocios, usaba el pensamiento positivo para apagar el impulso de sentirme a la defensiva. Más tarde, me enteré de que este enfoque simplemente posponía la curación del resentimiento latente. A medida que pasaba el tiempo, aprendía que los resultados de confiar en los métodos psicológicos eran insatisfactorios y de corta duración. 

En mi estudio continuo de la Ciencia Cristiana, finalmente decidí profundizar más el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Oré para obtener más conocimiento sobre el Dios infinito definido como Alma, el cual yo sabía que podía romper la actitud defensiva y el temor. Absorber las verdades espirituales inspiradoras y practicarlas en mi vida diaria fue una oportunidad para ver que esta actividad sanadora del Cristo, la idea espiritual de Dios, el Alma, no tenía por qué ser difícil. Afortunadamente, aprendí que la alegría y la resiliencia brillan naturalmente a través de mi identidad espiritual, donde no hay necesidad de sentirse vulnerable u obstinado. Más bien, podía expresar la totalidad de la imagen divina de Dios. Estaba conscientemente dispuesta a que me enseñara, a ser humilde y receptiva a Su amor inconmensurable.

Comencé simplemente pidiéndole ayuda a Dios cada vez que sentía que me desafiaban con comentarios que me parecían desconsiderados. Se hizo evidente que la práctica de la sabiduría y la gracia se produce al ser, en primer lugar, un estudiante paciente y obediente de un Dios paciente y amoroso. Mantener la calma en medio del conflicto nos permite escuchar la voz de la Verdad y el Amor divinos. Esta expresión pacífica nos asegura, sin importar lo que alguien más diga o haga, que la bondad esencial de nuestra identidad formada por la inteligencia divina continúa imperturbable e intacta. 

Incluso en la cruz —símbolo de un odio humano muy intenso— Jesús oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Poco después, demostró que la muerte, la maldad, el odio y el resentimiento eran impotentes ante la vida eterna, sostenida para siempre por Dios. Por lo tanto, estableció la norma para que cada uno de nosotros encuentre la serenidad espiritual frente al error, ya sea que se manifieste en forma de ira o malicia. 

Mantener la calma en medio del conflicto nos permite escuchar la voz de la Verdad y el Amor divinos.

Uno de los artículos de fe de la Ciencia Cristiana nos dirige a “orar para que haya en nosotros aquella Mente que hubo también en Cristo Jesús” (Ciencia y Salud, pág. 497). Esta directiva puede ser especialmente difícil cuando alguien nos agrede verbalmente en público. No obstante, Jesús enfrentó con calma turbas enfurecidas que querían hacerle daño. Independientemente de la intensidad emocional del ambiente mental, estaba constantemente afianzado en su misión divina y se mantenía alerta a la presencia de Dios en obediencia a Su directiva: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). Su humilde obediencia a Dios, el Amor, fue un poderoso antídoto contra la ira en todas sus formas y una protección completa para él. 

Hace unos años, tuve la oportunidad de poner en práctica estas nuevas lecciones. Una noche, un conductor ebrio y enojado se pasó una señal de alto en una esquina de la plaza de nuestra ciudad. Este auto a toda velocidad aparentemente salió de la nada, bajó una colina empinada y, después de pasar de largo la señal de alto, apenas evitó chocar directamente con mi automóvil. 

Luego frenó bruscamente y retrocedió justo antes del capó de mi auto. Salió de su vehículo, tambaleándose y gritando, golpeó el capó y luego comenzó a golpear mi ventanilla. No pude retroceder porque había otro coche detrás de mí.

Trabé las puertas y busqué mi teléfono celular para llamar a la policía. Lamentablemente, estaba en el asiento trasero. Me sentía atrapada y mi corazón latía con fuerza por la conmoción, la ira y la confusión. Pero de repente, pensamientos tranquilizadores de Dios fluyeron suavemente en mi conciencia y comenzaron a calmar el miedo y el pánico. Me sentí guiada a cerrar los ojos y declarar en silencio que la presencia de Dios estaba ciertamente conmigo y con este individuo. Dios nos estaba hablando a los dos, guiándonos a Su tierra prometida de armonía y alejándonos de esta circunstancia hostil.  

Sabía que podía confiar a Dios mi seguridad y la seguridad de este hombre al otro lado de mi ventanilla. Reconocí que ambos podíamos responder a la influencia divina en ese momento y escuchar la voz tranquila de Dios. Se me ocurrió mirarlo a la cara con una sonrisa, saludarlo como a un viejo amigo y decirle: “Hola, hace tiempo que no te veo. ¿Cómo te va? ¿Estás bien? ¡Lo siento si algo salió mal!”.

Dicho esto, detuvo su avance, bajó las manos y dejó de golpear el capó y la  ventanilla. Su rabia se disolvió en una expresión más suave, y me miró atónito. Caminó lentamente de regreso a su auto, declarando que no estaba muy bien, y me preguntó si podía orar por él.   

Pasé con cuidado delante de su auto para estacionar y pude ver en mi espejo retrovisor que él también se había estacionado; y había puesto la cabeza en el volante, aparentemente llorando. Oré para ver al hombre de Dios semejante al Cristo, totalmente bendecido, pacífico, contento, seguro y consciente. También oré para perdonarlo y bendecirlo con el Cristo, la Verdad. Al cabo de un rato, parecía que se había quedado dormido plácidamente, no obstante, llamé a la policía local para que comprobaran cómo estaba antes de seguir mi camino.

Estas maravillosas verdades de Dios pueden alcanzarnos a nosotros y a nuestro prójimo con perfecta precisión, para disolver con compasión la imposición de que el hombre puede ser menos que la imagen y semejanza de Dios.  Agradecí profundamente por la protección que había recibido esa noche y por la oportunidad de ser testigo del poder transformador de la paz de Dios y su gran abrazo universal.

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