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Mis oraciones por la paz

Del número de julio de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español

Apareció primero el 14 de marzo de 2024 como original para la Web.


Mi esposo participó dos veces en una fuerza internacional de paz como miembro del ejército uruguayo. En una de ellas, estuvo más de un año en la Península de Sinaí, una región desértica en el noreste de Egipto en el límite con Israel y Gaza. En la otra, permaneció ocho meses en Camboya, donde formó parte de un contingente de las Naciones Unidas. En ambas ocasiones debió vivir en zonas altamente conflictivas y expuesto a peligros de todo tipo: desde enfermedades tropicales hasta las minas terrestres que atestaban esos lugares.

Muchas veces, cuando se encontraba en una situación urgente, solo tenía tiempo para recurrir a una oración muy breve: “Dios, ayúdame, porque no sé cómo enfrentar esta situación”. Había crecido asistiendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y siempre se apoyaba en lo que había aprendido sobre la guía y la protección de Dios al estudiar las Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.  

En determinado momento, un pequeño grupo de hombres bajo su mando fue detenido por los habitantes de una aldea. Les quitaron las armas y permanecían confinados. Mi esposo entonces se comunicó con su superior para informarle de la situación y recibió la orden de organizar una fuerza para liberarlos. Por supuesto que un conflicto armado no parecía la mejor solución en un país al que habían ido a asegurar la paz; por lo tanto, oró y pidió a Dios que lo ayudara a resolver el problema. La respuesta no tardó en aparecer: recibió una comunicación para que dejara sin efecto la orden de preparar el rescate. Los hombres detenidos fueron liberados y volvieron a salvo a su Unidad, y la crisis que había amenazado con resultar en un desastre se resolvió gracias a la ayuda divina.

Durante ese tiempo en el que mi esposo estuvo lejos del hogar, aprendí a confiar su seguridad y la de mis hijos, así como la mía, en las manos de Dios. Mi confianza se basaba en las descripciones de Dios como el bien, omnipresente y que posee todo el poder, que se encuentran a lo largo de las páginas de las Escrituras y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Esto, junto con las pruebas que obtuve en mi propia vida de la bondad y el amor ilimitados de Dios, fueron suficientes como para darme cuenta de que mi confianza estaba bien basada.

Me enteré acerca de la Ciencia Cristiana a través de mi esposo, y mi comprensión de Dios creció a través del estudio diario y la práctica de sus enseñanzas. A través de ese estudio, abandoné muchas de las limitantes creencias y otras formas arraigadas de pensar que había adoptado en mi búsqueda por conocer a mi creador que había comenzado en mi niñez. El concepto que había guardado de Dios como un ser superhumano que me amaba, pero también me castigaba si yo hacía algo malo, fue cambiado por la verdad de un Dios que es del todo amoroso: el único Ser perfecto y divino, el Espíritu, en el que podía confiar y que me amaba, así como me había creado, es decir, como Su imagen perfecta, al reflejar todas Sus cualidades y Su naturaleza.

Mis oraciones por la paz, en las que trataba de incluir a mi familia, fue extendiéndose más y más a medida que obtenía un concepto más amplio del hecho de que Dios es el Amor infinito y llena todo el espacio, de modo que nadie puede quedar fuera de Su cuidado ni expuesto a ninguna clase de peligro. Y vi que como Dios es bueno y no creó nada desemejante a Él, el mal no tiene realidad o existencia. También fue claro para mí que como Dios es Espíritu y el único creador, el universo entero —todo lo que Dios ha hecho, incluidos Sus preciosos hijos— es espiritual, depende de Él, y descansa en Su amparo. Este razonamiento espiritual calmó la mayoría de los temores que sentía por el bienestar de mi esposo. Después de unos meses de este estudio y búsqueda espiritual, se calmaron los temores que aún permanecían en mí.

Mi esposo siempre regresó a casa sano y salvo. Cada vez agradecimos a Dios por Su amoroso cuidado y por la capacidad que dio a Sus hijos de comprenderlo, acudir a Él en busca de respuestas y sentirse en paz.

Todavía continúo explorando y aprendiendo sobre este tema infinito de la paz espiritual. Entiendo que no significa solamente permanecer imperturbable frente a la conmoción y el caos; significa tener la seguridad de la infinita presencia de Dios y el hecho de que Él siempre está a nuestro lado. Significa saber que el bienestar de todos los pueblos está en manos de la sabiduría divina, del Amor infinito y omnipotente. Y significa confiar en que Aquel cuya autoridad domina las tormentas de conflicto ha creado un universo perfecto y armonioso donde cada puerto es seguro. En síntesis, la verdadera paz se encuentra a través de una mejor comprensión de Dios y al confiar en Su bondad.

Es posible, hoy y siempre, experimentar la paz que deseamos, como fue prometida en estas palabras de Dios en el libro de Isaías en la Biblia: "El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo" (32:17, 18).

Mari G. de Milone

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Me retiré hace varios años como coronel del ejército uruguayo. Las experiencias mencionadas por mi esposa sí ocurrieron y constituyeron desafíos que, con la ayuda de Dios, pude enfrentar y superar. Estas experiencias me obligaron a recurrir a los ilimitados recursos espirituales que tenía a mano, a confiar en un poder que, por mi comprensión de la Ciencia Cristiana, sabía que era supremo.

Cada vez que tenía la oportunidad, estudiaba las Lecciones Bíblicas de la Ciencia Cristiana y otras publicaciones de la Ciencia Cristiana que llevaba conmigo. Esto fue lo que me sostuvo, ya que no tenía un conocimiento previo de lo que implicarían las operaciones de paz ni de cómo serían las condiciones en los entornos en los que teníamos que operar, tan diferentes eran a los de mi país. El primero era un desierto desolado y el segundo una selva inhóspita. Lo que más me preocupaba era el bienestar de mis subordinados, porque éramos responsables de territorios donde los combates se habían prolongado durante años y había peligro de que hubiera explosivos enterrados. Afortunadamente, la necesidad de enfrentar físicamente esta amenaza nunca surgió.

Sé que el éxito de estas dos misiones se debió en parte a la experiencia profesional que había adquirido, pero sobre todo a confiar en Dios para que me guiara a mí y a nuestras tropas. Sabía que Dios estaba presente, cualquiera que fuera nuestra asignación; por lo tanto, nuestro éxito y seguridad estaban asegurados.

Leonel Milone

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