Con problemas globales tan grandes como el cambio climático, tal vez estemos considerando cuidadosamente preguntas como “¿Qué desencadenó la vida en primer lugar?” y “¿Qué determina lo que va a suceder?” Quizá entonces busquemos respuestas en las explicaciones biológicas y en el estado de los elementos que componen el ambiente que nos rodea. O podríamos optar por buscar algo menos obvio, pero más convincente: la perspectiva más elevada que Jesús modeló, quien demostró que una perspectiva espiritual de la existencia tiene un impacto sistemáticamente sanador.
La Ciencia Cristiana ofrece una fascinante y útil explicación de cómo la comprensión espiritual de la realidad que inspiró todo lo que Jesús hizo da sentido a nuestro universo al mostrar que Dios, el Espíritu infinito, es tanto su centro como su circunferencia. Y con esta perspectiva viene una promesa de curación individual y progreso mundial.
De acuerdo con el razonamiento convencional, el universo es fundamentalmente material y depende de la materia, incluido el elemento carbono. Los biólogos y cosmólogos hablan del carbono como algo básico para el desarrollo de las estrellas, los planetas y la vida en la Tierra. El carbono es fundamental para el debate sobre el cambio climático y los esfuerzos relacionados para detener las emisiones. Pero ¿cuáles son las verdaderas perspectivas para manejar el carbono y la ingeniería de un medio ambiente y un planeta saludables?
Tuve una experiencia que ilustra modestamente lo que significa vivir una vida dictada no por elementos materiales, sino por la comprensión de Dios, el Espíritu infinito. En el bachillerato, tuve problemas en mi espalda que ocasionalmente me impedían practicar deportes. Periódicamente, visitaba a un médico o quiropráctico, y el mensaje que recibía era que es común que las personas tengan que manejar este problema en particular. Al mismo tiempo, estaba aprendiendo sobre la Ciencia Cristiana, que enseña que cada uno de nosotros tiene una conexión muy real con el Espíritu infinito, o Mente divina, y con todo lo bueno que incluye. La Ciencia Cristiana enseña que realmente somos la expresión de Dios, y que incluimos cualidades divinas tan maravillosas como la inteligencia, la salud y la fortaleza.
Descubrí lo revolucionario que podía ser este reconocimiento de la Vida, incluso más allá de su promesa de salud. En lugar de ver todo en términos de lo que estaba haciendo, con un cerebro, una espalda y otras partes físicas, comencé a preguntarme: ¿Qué pasaría si mirara la vida en términos de lo que el Espíritu divino ha hecho, conmigo como su expresión?
Este enfoque espiritual de ninguna manera ignora o menosprecia el problema del calentamiento global, sino que más bien nos lleva a la completa solución.
En la universidad abracé esta forma cristiana de identificar todo, incluyéndome a mí; y me cambió. Sacó a la luz una energía, un enfoque y un propósito que eran nuevos para mí. Desde entonces, mi experiencia ha mejorado de muchas maneras, incluido el tener una espalda fuerte sin necesidad de ser “manejada” por tratamientos médicos o quiroprácticos.
El dolor de espalda es un problema muy modesto en comparación con los cambios climáticos que parecen amenazar a nuestro planeta, pero ambos se basan en la creencia de que estamos compuestos de elementos materiales, dependemos de algo físico o químico en la naturaleza, y, como consecuencia, somos vulnerables al sufrimiento. Y aunque eso puede parecer legítimo, mi curación me demostró que nuestra naturaleza física es tan solo una apariencia puesta encima del reflejo del Espíritu divino y las maravillosas cualidades espirituales que nos constituyen a todos.
Entonces, ¿qué significa que la verdadera esencia de la vida es la expresión de los elementos y características de Dios, el bien, y que nuestras vidas individuales y el universo son realmente compuestos y dictados por el pensamiento? Significa que la apariencia humana —la forma en que observamos actualmente este universo de pensamiento— es un sentido físico falso de lo que es espiritualmente verdadero.
El libro del Génesis en la Biblia compara la apariencia material de la existencia con una niebla. Registra que después de que Dios, el Espíritu, acabó “los cielos y la tierra” “subía de la tierra una niebla, que regaba toda la faz de la tierra” (2:1, 6, KJV).
Todos nuestros problemas, entonces, desde una espalda adolorida hasta los extremos del clima, provienen de una consciencia nublada, en la que todo parece ser una problemática interacción de elementos materiales. Lo que se necesita es buscar un punto de vista diferente, el punto de vista del Cristo, y ver este verdadero punto de vista expresado en la salud individual y mundial. Juntos, podemos atravesar la niebla para descubrir que en realidad ya existimos en la estabilidad y la salud que es natural para Dios.
Esta perspectiva basada en la oración —de poner a Dios, la Vida, primero— comienza a confirmar que necesitamos enfocarnos menos en los elementos físicos y más en el Espíritu y nuestro crecimiento espiritual. Luego viene la toma de conciencia de que todo se relaciona con los pensamientos que tenemos y mejora a medida que percibimos la única realidad de la bondad divina que revela la Ciencia Cristiana. El cambio concreto se produce cuando la consciencia mejora como resultado de este despertar espiritual.
Este enfoque espiritual de ninguna manera ignora o menosprecia el problema del calentamiento global, sino que más bien nos lleva a la completa solución. Eso no significa que debamos dejar de tomar medidas para controlar el carbono, así como una buena ama de llaves no dejaría de cuidar su hogar. Pero podemos dejar de enfocarnos con temor en la creencia de que lidiamos con un mundo material y dependemos de él. En cambio, podemos ser receptivos para comprender el mundo creado y constituido por el Espíritu. Entonces nos liberamos de las limitaciones y las problemáticas consecuencias de ver que todo está determinado por la materia.
Si queremos dejar de identificarnos como seres limitados por la materia, debemos esforzarnos por vernos a nosotros mismos y a los demás no como consumidores derrochadores o víctimas indefensas, sino como la competente y útil expresión de las cualidades de Dios, que son completamente buenas. En otras palabras, no descartamos el calentamiento global y los esfuerzos para controlar el carbono mientras nos aferramos a un enfoque zen de la vida. Más bien, nos enfocamos en la transformación que el Espíritu produce en la consciencia humana, magnificando la verdadera naturaleza de Dios y la de Su universo armonioso, como se revela en el descubrimiento y la demostración de la Ciencia divina.
Recurrir a Dios es siempre la solución, pero tenemos que esforzarnos seriamente por alcanzar una mejor comprensión de Él para resolver los problemas que enfrentamos. La historia cristiana ha demostrado repetidamente que, al servir a Dios, sacamos a la luz el bien que constituye nuestra vida como expresión de Dios. Por lo tanto, defender una respuesta espiritual al calentamiento global no es en absoluto evitar abordar el problema. Por el contrario, es persistir en encontrar y probar más de la Vida que es Dios. Lo que realmente anhelamos es la vida que manifiesta el amor de Dios que está aquí para todos y para todo. Esto se verá en la forma en que cuidamos nuestros cuerpos y el medio ambiente, y finalmente en el descubrimiento más pleno de una vida marcada únicamente por el Amor divino, la verdadera sustancia de todos nosotros.
El elemento más potente e importante es el pensamiento que nos viene al orar y que nos lleva a ver que nuestra naturaleza espiritual presente y la sustancia de todo el universo son la expresión misma de Dios. Esta creciente espiritualización del pensamiento ayudará a sacar a la luz un mundo mejor y más estable para todos.
