Cuando era niño, vi una película sobre genios y me fascinó. Sabía que los genios —representados en la cultura occidental como espíritus con poderes mágicos que conceden deseos— eran simplemente una fantasía; sin embargo, era atractivo el concepto de poder llamar a un ser con superpoderes para que interviniera y solucionara problemas. En mi clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, había escuchado acerca de Dios y de todas las cosas maravillosas registradas en la Biblia que había hecho por las personas. Me pregunté si el trabajo de Dios era intervenir en la vida de la gente, algo así como un genio.
Al mismo tiempo, también aprendí que había algunas desventajas en los genios; por ejemplo, un genio podía estar en un solo lugar a la vez y, por lo general, solo concedía tres deseos. A veces se los representaba como si no estuvieran dispuestos a ayudar si estaban de mal humor o si los frotabas (a ellos o a su lámpara) de la manera incorrecta.
Cuando comencé a asistir a la Escuela Dominical con regularidad, recibí muy buenas noticias. Dios es mucho mejor —infinitamente mejor— de lo que jamás podría imaginar que podría ser un genio. Dios, a quien la Biblia llama Espíritu y Amor, siempre está pacientemente aquí para ayudarme, no importa cuántas veces se lo pida. Además, Él nunca está demasiado ocupado, jamás está de mal humor y me ama infinitamente.
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