Antes de saber algo de la Ciencia Cristiana, la energía nerviosa parecía formar parte de mi vida. Durante algún tiempo, después de experimentar fiebre y visiones aterradoras, sufrí de una ansiedad extrema.
Fue durante este tiempo que una querida amiga me presentó el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y comencé a leerlo y estudiarlo junto con la Biblia. Curaciones y otros cambios positivos en la vida comenzaron a suceder de inmediato, pero todavía temía que la fiebre pudiera regresar. Una noche regresó. No obstante, esta vez, estando acostado en la cama, dos ideas comenzaron a ocupar suavemente mi pensamiento: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10) y “Calla, enmudece” (Marcos 4:39).
Sentí la paz, la quietud y la gentil presencia de Dios a mi alrededor. Sintiéndome tranquilo y seguro, me quedé dormido. Cuando desperté por la mañana, estaba completamente bien, y ni la fiebre ni el miedo a ella han regresado.
Poco a poco, comencé a sentir una paz que nunca antes había conocido y que sigo descubriendo al escuchar a Dios en oración. La Sra. Eddy escribe en su autobiografía, Retrospección e Introspección: “La mejor clase espiritual del método de acuerdo con el Cristo para elevar el pensamiento humano e impartir la Verdad divina, es poder estacionario, quietud y fuerza; y cuando hacemos nuestro este ideal espiritual, viene a ser el modelo para la acción humana” (pág. 93).
Desde esa experiencia, cuando pienso en la quietud, pienso en la paz de Dios, que el apóstol Pablo dijo que sobrepasa todo entendimiento y “guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). Esta paz se refleja en el aplomo, la gracia y un sentido reconfortante de la promesa de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
Al ver más claramente que incluyo esta quietud por ser el reflejo de Dios, la ansiedad extrema sanó. La paz que me embargó ha permanecido y me ha ayudado en todas mis actividades, ya sea cuando enseño en el aula, actúo en el escenario o pinto en el estudio.
Un ejemplo maravilloso de esto fue cuando estaba trabajando en una nueva serie de pinturas. Enseñaba a tiempo parcial, y una de las pinturas estaba en exhibición como ayuda para la enseñanza en mi salón de clases. Al final de un día, un estudiante llamó a la puerta de mi oficina y me dijo: “Esa pintura, bueno, me hace sentir a Dios”. ¡Qué elogio para cualquier artista! Estoy seguro de que las imágenes se impregnaron de la paz de Dios que experimentaba con cada marca del pincel que con tanto amor aplicaba. Ciertamente, estaba exaltando a Dios y permitiendo que Su gloria se expresara.
A medida que crecía espiritualmente, aprendí a poner a Dios en el centro del escenario. Cuando lo hacía, esa quietud y fortaleza me permitían cantar e interpretar los principales papeles de ópera frente a un público de mil o más personas.
La primera línea del poema de la Sra. Eddy “La oración vespertina de la madre” se ha convertido en la forma de sintonizarme con esa quietud central y omnipresente de Dios: “Gentil presencia, gozo, paz, poder” (Escritos Misceláneos, pág. 389). Entonces puedo quedarme quieto y escuchar.
Peter Daniel
Bridlington, East Yorkshire, Inglaterra
