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Original Web

¿Otro problema? ¡Otra victoria!

Del número de julio de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 28 de marzo de 2024 como original para la Web.


Una vez, una niña describió con entusiasmo su encuentro con un programa de aprendizaje de computadoras. Explicó que el programa le asignaba un problema matemático y, si lo resolvía, le daba una recompensa. 

“¿Cuál es la recompensa?”, le preguntaron. “¡Te da otro problema!”

Muchos adultos comparten la alegría de esta jovencita al asumir nuevos desafíos. Los atletas se esfuerzan por batir su mejor marca personal. Los ingenieros encuentran nuevas formas de hacer realidad el sueño de un arquitecto. “Otro problema” puede ser una recompensa cuando se ve como una oportunidad para crecer y demostrar las capacidades que Dios nos ha dado.

Pero en algunos casos, otro problema definitivamente no es la recompensa que  buscamos. Cuando ya estamos luchando con el dolor, el miedo, el pecado o la tristeza, quizá no veamos otro problema como una oportunidad para crecer, sino como una carga imposible de manejar. 

¿Por qué una prueba de nuestra capacidad parece apasionante y otra penosa? Tenemos la tendencia de recibir con agrado los desafíos que nos sentimos capaces de dominar. Es el miedo al fracaso lo que nos hace temer enfrentar un problema: ¿qué pasa si no sabemos lo suficiente o no somos lo suficientemente fuertes o buenos para superarlo?

Cuando lidiamos con preguntas como estas, podemos recurrir a Dios en busca de fortaleza, seguridad y respuestas. El Amor, otro nombre para Dios, es bueno, todopoderoso y omnipresente. Por lo tanto, el bien no puede estar ausente o carecer del poder para eliminar el mal de nuestras vidas. El Cristo, la verdadera idea del Amor, nos sostiene y consuela al destruir el temor y toda sensación de carga, y revela nuestra salud y armonía presentes.

El Cristo actúa en nuestra consciencia para cambiar el pensamiento. La realidad es que ya estamos seguros y completos como expresión del Amor. Cualquier sugestión de que una circunstancia adversa es demasiado grande para nosotros es una mentira, de naturaleza hipnótica, pero en última instancia, impotente. La Ciencia Cristiana se refiere a esta mentira como “magnetismo animal”. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras define el magnetismo animal como “la creencia falsa de que la mente está en la materia, y que es tanto mala como buena; que el mal es tan real como el bien y más poderoso” (Mary Baker Eddy, pág. 103). El miedo al fracaso no es más que magnetismo animal, precisamente porque argumenta que hay un poder además de Dios, el Espíritu, y que este supuesto poder puede ser más de lo que podemos manejar.

Cada curación en la Ciencia Cristiana demuestra cuán falso es este temor. Cada curación ocurre porque vemos, hasta cierto punto, nuestra unidad eterna con el Amor, nuestro Padre-Madre divino. Percibimos, aunque tan solo sea por un momento, que nuestro ser real nunca necesitó ser reparado, nunca dejó de ser perfecto, porque jamás dejamos de ser la expresión espiritual de Dios. 

El hecho es que cualquiera puede demostrar esta comprensión espiritual. En realidad, cada individuo está hecho a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27); por lo tanto, refleja todo el poder, la sabiduría, la capacidad y el dominio de Dios. Es por eso que podemos enfrentar los desafíos con confianza.

Pero esta demostración requiere algo de nosotros. Requiere receptividad de nuestra parte. La receptividad es la disposición a abandonar las viejas formas de pensar y actuar y comenzar a pensar y actuar de acuerdo con la ley de Dios. Al igual que un atleta que perfecciona sus habilidades, nos esforzamos cada día por expresar un poco más del poder que Dios nos ha dado para escuchar solo a Dios, amar más y superar todos los límites. Ciencia y Salud explica: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada. La alegría de abandonar las falsas señales del camino y el regocijo al verlas desaparecer, esta es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final” (págs. 323-324).

“Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Este pasaje del libro bíblico de Hebreos (12:1, 2) muestra que Jesús mantuvo sus ojos en la meta elevada sin importar los obstáculos que se interpusieran en su camino. Él es nuestro mostrador del Camino, que señala el camino hacia nuestro triunfo. Al igual que Jesús, podemos mantener nuestros ojos en la meta de expresar un dominio cada vez mayor sobre el pecado, la enfermedad y la muerte. Este enfoque en la meta nos apoya cuando somos tentados a sentirnos desanimados. El apóstol Pablo nos asegura: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57). Siguiendo el ejemplo de Jesús, somos capaces de dominar cada circunstancia que encontramos.

Cada demostración que tenemos es un fundamento para una prueba más elevada. Unos años después de haber sanado de cálculos renales, un hombre se sintió temeroso y desanimado al enfrentar la misma dolencia. El camino hacia la curación anterior le había parecido largo y doloroso, y temía tener que hacerlo nuevamente.

De repente, se dio cuenta de que, a pesar de lo que parecía, no era el mismo desafío. Ya había demostrado que estaba libre de esa dolencia. El nuevo desafío era reconocer y vencer la tentación de creer que el Cristo había venido a traer curación, pero no se había quedado para mantener esa curación y su salud. Él sabía que eso era imposible. La idea-Cristo es tan omnipresente como Dios.

Fue liberado del temor y la carga. Días después, se dio cuenta de que ya no tenía ningún síntoma. Tampoco había expulsado cálculos renales. Simplemente se habían desvanecido como la mentira que eran.

No importa cuál sea el problema, con la ayuda de Dios, no hay nada que no podamos manejar.

Lisa Rennie Sytsma, Redactora Adjunta

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