Siempre que leo las Lecciones Bíblicas semanales de la Ciencia Cristiana, me siento inspirada por las historias de la Biblia que destacan las curaciones de Jesús. Casi todas las curaciones ocurrieron instantáneamente, y a menudo me he preguntado cómo una enfermedad —que para los sentidos materiales parece tan real— puede desaparecer en un instante.
Años atrás, tuve la oportunidad de ser testigo del poder sanador de Dios en mi propia experiencia. Por mucho tiempo, sufrí de intenso dolor de oídos cada vez que realizaba un viaje en avión y éste comenzaba el descenso. De hecho, incluso antes que el capitán del vuelo anunciara que comenzaríamos el descenso, los oídos me comenzaban a doler. Me sentía bien solo después de descansar varias horas en casa.
En una ocasión, cuando regresaba de unas vacaciones en Brasil, dos horas antes de aterrizar, comencé a sentir un dolor de oídos que, rápidamente, se tornó intenso y desesperante. Parecía que no había ninguna forma humana de mitigarlo. Comencé a orar con la primera cosa que me vino a la mente: “Yo soy hija de Dios”. A medida que la molestia aumentaba, me aferré a esa declaración de la verdad y no permití que nada más entrara en mi pensamiento. Aunque en la Ciencia Cristiana no oramos con fórmulas o con “vanas repeticiones” (Mateo 6:7), sabía que al aferrarme a este pensamiento cerraría la puerta a todo pensamiento contrario; aquel que no tiene base alguna en la realidad, la cual es espiritual.
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