Durante mi niñez, el dinero siempre parecía escasear. Hubo muchas, muchas noches en las que mi mamá solo tenía tostadas para la cena, porque no había suficiente comida para todos. De niña, veía llorar a mi mamá, que normalmente era una mujer fuerte y tranquila, porque no había dinero para pagar la electricidad o los comestibles. Esto hizo que tuviera miedo, como si la vida estuviera siempre en peligro. Me sentía vulnerable a fuerzas fuera de mi control.
De adulta, parecía haber traído conmigo desde mi infancia muchos de estos temores sobre las finanzas y la provisión. A pesar de que tenía un buen trabajo, y a veces más de uno, durante muchos años parecía estar siempre “desvistiendo a un santo para vestir a otro”, barajando el dinero para pagar las facturas más urgentes. Llegó un momento en que las cuotas escolares de mi hijo y los pagos de la hipoteca eran más de lo que podía manejar, y tuve que vender nuestra casa y mudar a nuestra familia a un lugar más pequeño. Pero todavía no parecía haber suficiente.
En mi estudio de la Ciencia Cristiana, había aprendido que todas las ideas correctas son de Dios y que Dios, por ser nuestro divino Padre-Madre, suministra todo lo que es necesario para que esas ideas prosperen. También había aprendido que la oferta y la demanda provenían del único Principio divino que lo gobierna todo; eran necesidades recíprocas e inseparables.
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