Sabíamos desde hacía meses que nuestro hijo mayor y su esposa, que estaba embarazada de nuestro primer nieto, se iban a mudar a Australia. Pensé que estaba preparada para esto, pero dos días antes de que se fueran, estaba profundamente angustiada porque parecía una pérdida más en una serie de pérdidas después de que mis padres y varios amigos queridos habían fallecido en los últimos años.
Necesitaba orar, así que salí a caminar. Clamé a Dios: “¡Ayúdame!”. Entonces escuché que alguien me llamaba por mi nombre. Mi primer instinto fue mirar hacia arriba, pero en lugar de eso miré hacia atrás para ver a mi vecina caminando hacia mí. Me dio un fuerte abrazo, me dijo que había estado pensando en mí y me preguntó cómo estaba. Le conté mi lucha, y ella lo entendió ya que tenía hijos a cientos de kilómetros de distancia en múltiples direcciones. Hablamos durante un rato acerca de recurrir a Dios en busca de ayuda, y supe que ella era exactamente la persona adecuada con quien estar en ese momento.
Esa tarde leí un pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, que me recordó que Dios, el Amor, había creado a mis hijos: “Mantén claramente en el pensamiento que el hombre es vástago de Dios, no del hombre; que el hombre es espiritual, no material; …” (pág. 396). Sabía que mis dos hijos necesitaban tener sus propias experiencias de vida y que podía confiar en Dios, su Padre-Madre, para que cuidara de ellos.
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