Siempre he creído en Dios, pero desde que me dieron a conocer la Ciencia Cristiana, veo a Dios de una manera nueva y reconozco y proclamo Su poder y totalidad.
Los acontecimientos que me llevaron a este punto comenzaron un miércoles a principios de 2020 cuando mi nuera me llamó para decirme que mi hijo mayor, normalmente un hombre fuerte y sano, estaba extremadamente enfermo. Los síntomas eran alarmantes. Lo llevamos de inmediato al hospital más cercano. Esa noche, el médico nos dijo que mi hijo había dado positivo en la prueba de Covid-19 y me llené de miedo.
Poco después de la medianoche, mi hijo me llamó. Parecía muy asustado. Empecé a orar a Dios. Oré toda la noche. A la mañana siguiente, a mi nuera y a mí nos dijeron que, debido a que habíamos estado expuestas al virus, debíamos aislarnos en casa.
Al día siguiente, mi hijo fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos del hospital. Para entonces, yo estaba tan aterrorizada que perdí todo el control de mis pensamientos.
Llamé a mi profesora de canto para cancelar mi clase de canto de ese día. Fue entonces cuando escuché por primera vez las palabras Ciencia Cristiana. Cuando le conté lo que estaba pasando, me preguntó si creía en Dios. Le dije que sí. Luego me preguntó si creía que Él es omnipotente, todopoderoso. Cuando le dije que sí, ella respondió: “¿Por qué Dios, que está siempre presente y es todopoderoso, no va a estar allí para ayudarnos a nosotros?”. Eso era lo que necesitaba escuchar. En ese momento sentí la belleza del amor de Dios.
Mi profesora me pidió que escribiera esta declaración: “En la atmósfera del Amor divino, mi hijo vive, se mueve y respira”. Más tarde me enteré de que esto es una paráfrasis de las primeras líneas del Himno 144 del Himnario de la Ciencia Cristiana: “Ambiente de divino Amor respira nuestro ser” (H., adaptación). También me sugirió que leyera el Salmo 91 de la Biblia y pensara en todas las hermosas cualidades que expresa mi hijo. Le dije que me encantaba su risa, su sonrisa, sus ojos amables y cómo me dice que me quiere. Dijo que la alegría, la dulzura y el amor que mi hijo expresaba eran cualidades espirituales que él reflejaba por ser la imagen y semejanza de Dios, y que no se las podían quitar. Yo no entendí todo lo que dijo, pero tuve fe y seguí orando.
El sábado me llamó el médico y me dijo que el estado de mi hijo había empeorado. Pensé que tal vez nunca lo volvería a ver. Volví a hablar con mi profesora de canto, quien me aseguró que Dios siempre está con nosotros y que Su poder y amor sanan todo temor y enfermedad. Podía confiar mi vida y la de mi hijo a Dios. Dios era el sanador y nos llevaría hasta el final.
Mi hijo me dijo más tarde que esa misma noche sintió que se le escapaba el aliento. Oró y le pidió a Dios que guiara a su propio hijo para que creciera y se convirtiera en un buen hombre. Dijo que entonces sintió lo que solo puede describirse como una presencia tangible con él, a pesar de que no había ninguna persona a su lado. Su respiración se hizo cada vez más fuerte; pudo seguir respirando con más facilidad y nunca necesitó un respirador.
Al día siguiente, mi profesora de canto me habló del sitio christianscience.com. Empecé a leer artículos y a ver videos allí y en JSH-Online.com, donde se pueden leer las revistas de la Ciencia Cristiana. Esa tarde, una enfermera llamó para dar una noticia maravillosa: Ella había pasado por la habitación de mi hijo y él estaba sentado en una silla. Ella lo había saludado con la mano, y él le había sonreído y devuelto el saludo. Cuando escuché esto, supe que mi hijo iba a estar bien.
Durante los días siguientes, continué orando a Dios como un niño pequeño. Me dio la paz y la fuerza que necesitaba para seguir adelante. Cuando le mencioné a mi profesora de canto que yo también podría haber contraído el virus, ella dirigió mi atención a este versículo de la Biblia: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Aprendí a cantar un par de versos del Himno 499 del Christian Science Hymnal: Hymns 430–603: “Yo soy el Señor, y no hay ningún otro; / fuera de mí no hay Dios” (Isaías 45:5, 6, LBLA). Canté esas líneas una y otra vez, día y noche.
A menudo anotaba frases de artículos de JSH-Online.com que me ayudaban a sentirme más cerca de Dios y a entender Su amor y poder. A medida que leía, comprendí mejor la totalidad y el amor de Dios y vi que en el amor de Dios no hay lugar para el miedo. El temor es simplemente oscuridad, la supuesta ausencia de luz espiritual, que está siempre presente. El miedo no tiene esperanza ni Dios. Es la nada y no tiene derecho a existir. Tenemos la autoridad divina para expulsar el temor en el nombre de Dios, sabiendo que el Amor divino lo excluye. Cada vez que sentía miedo, pensaba en estas ideas, y al hacerlo fortalecía mi fe en Dios.
Me sentí eufórica cuando, una semana después de que mi hijo fue admitido en el hospital, le dieron de alta y lo enviaron a quedarse conmigo durante el período de aislamiento obligatorio. Nunca me sentí mal y pude cuidarlo. Le cantaba y repetía las declaraciones de la verdad que mi profesora de canto había compartido conmigo. Le pedí que explorara christianscience.com en su computadora. ¡Supe que estaba bien cuando pidió enchiladas para comer!
En un mes pudo volver a su estilo de vida activo de alpinismo y ejercicio. No ha tenido efectos adversos de esta enfermedad, y hoy está muy sano, llevando una hermosa vida con su esposa e hijos (quienes, estoy agradecida de decir, permanecieron completamente libres de síntomas de Covid).
He aprendido mucho de esta experiencia, lo más importante es que Dios es todopoderoso y nos ama. Además, debido a que Dios es Amor, Él no nos castiga. Aprendí a no temer al mundo, porque mientras estamos en el mundo, no somos de él. Somos espirituales, hijos de Dios, que es Espíritu, y Dios siempre está con nosotros y cuidando de nosotros. Los pensamientos que nos hacen creer que somos mortales o vulnerables no provienen de la Mente divina, de Dios. Son erróneos porque no son ciertos. Cuando encontramos a Dios y creemos en Su Palabra, comprendemos que siempre hemos sido Sus hijos amados y que la bondad de Dios nunca falla.
Desde que mi hijo recuperó la salud, he estado leyendo el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y me he dado cuenta de que dedicar mi vida a Dios es sacar a relucir una belleza y un amor que siempre han estado en lo más profundo de mí.
Ahora me siento aún más cerca de Dios. Sé que Dios está a mi lado, guiándome espiritualmente. Siento que Su amor me llena de sabiduría y, sobre todo, de amor. Dios es mi Mente, y amo tanto a Dios porque sé que Él me ama entrañablemente.
