Un día, mientras nadaba en un lago con mi familia, alguien movió en broma un flotador inflable mientras estaba a mitad de una zambullida. En lugar de pasar por el agujero del flotador, mi cabeza se estrelló contra el propio flotador. El impacto me dolió, y mi cabeza y cuello me incomodaron el resto del día y hasta la mañana siguiente. Era tentador tener miedo, pero confiaba en Dios, como he aprendido a hacer en mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana.
Reconocí que tenía que obedecer las enseñanzas de Cristo Jesús en el Sermón del Monte, entre ellas: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12), y perdonar al miembro de la familia que había movido el flotador. Al orar con el sermón de Jesús —que ha sido una guía confiable para mí a lo largo de los años— pude perdonar. Me pareció fácil hacerlo, ya que sabía que esta persona no había tenido la intención de hacerme daño. Y al perdonarla, pude dejar de pensar en cómo había ocurrido el accidente.
Unas semanas antes de este suceso, había sido inspirada a orar sobre la prevención de accidentes, así como la curación de los efectos de estos si ocurren. Reflexioné sobre esta frase en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424).
Mientras oraba por mí misma en este momento de necesidad, volví a este pasaje y me sentí atraída específicamente por las palabras “tenemos que abandonar la base mortal de la creencia”. Para mí, esto significaba que un accidente es una forma de creencia mortal, una sugestión de que la ley de armonía de Dios puede ser interrumpida. Vi que necesitaba negar esta creencia y desvincularme de esta base falsa. Perdonar al miembro de la familia fue un paso útil en esta dirección, y continué orando, afirmando mi unidad inquebrantable con Dios por ser Su hija.
La Sra. Eddy escribe: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser. Las Escrituras dicen: “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser” (Ciencia y Salud, pág. 361). Vi que mi verdadera individualidad, o identidad, nunca podría ser lastimada, ya que fui hecha a semejanza de Dios, y que mi seguridad nunca se había visto amenazada, porque Dios, que es mi vida, siempre cuida de mí. Oré por mí misma desde esta base hasta que me sentí completamente afianzada en esta verdad.
La molestia en la cabeza y el cuello estaba desapareciendo, pero una mañana noté que mi audición se había deteriorado. De nuevo fui tentada a preocuparme, pero en cambio abrí mi Biblia en busca de inspiración. Mis ojos se posaron en un versículo del relato de cuando Jesús sana a una mujer. El Maestro le dijo: “Mujer, eres libre de tu enfermedad” (Lucas 13:12). Me sentí confiada en el conocimiento de que la ley divina por la cual Jesús sanó es igualmente aplicable y eficaz hoy en día. No consideraba esta idea simplemente como una narración alternativa sobre un accidente; más bien, afirmaba que lo que estoy aprendiendo en la Ciencia Cristiana es la única verdad.
Con esta comprensión, estaba claro que, en realidad, nunca había habido un accidente; hasta cierto punto, había dejado de lado el sentido de la mortalidad y obtenido una comprensión más profunda de mi unidad con Dios. Puse toda mi confianza en Dios, sabiendo que la Verdad divina sana por completo. Más tarde ese día, mi audición era completamente normal y noté que el dolor en la cabeza y el cuello también había desaparecido.
Estoy muy agradecida por la Sra. Eddy y la guía clara y amorosa que se encuentra en su libro, Ciencia y Salud. Esta curación fue una oportunidad importante para mí de apoyarme de todo corazón en las verdades que enseña la Ciencia Cristiana y de confiar en Dios como el único sanador.
Caitlin Sheasley
Concord, Massachusetts, EE.UU.
