Un día, mientras nadaba en un lago con mi familia, alguien movió en broma un flotador inflable mientras estaba a mitad de una zambullida. En lugar de pasar por el agujero del flotador, mi cabeza se estrelló contra el propio flotador. El impacto me dolió, y mi cabeza y cuello me incomodaron el resto del día y hasta la mañana siguiente. Era tentador tener miedo, pero confiaba en Dios, como he aprendido a hacer en mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana.
Reconocí que tenía que obedecer las enseñanzas de Cristo Jesús en el Sermón del Monte, entre ellas: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12), y perdonar al miembro de la familia que había movido el flotador. Al orar con el sermón de Jesús —que ha sido una guía confiable para mí a lo largo de los años— pude perdonar. Me pareció fácil hacerlo, ya que sabía que esta persona no había tenido la intención de hacerme daño. Y al perdonarla, pude dejar de pensar en cómo había ocurrido el accidente.
Unas semanas antes de este suceso, había sido inspirada a orar sobre la prevención de accidentes, así como la curación de los efectos de estos si ocurren. Reflexioné sobre esta frase en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424).
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