Hace años, un famoso actor y su familia salieron a cenar con su pequeño hijo. Al entrar al restaurante, el actor fue reconocido rápidamente. El niño se dio cuenta de que la gente los miraba y preguntó: “¿Por qué todos nos miran?”. Su padre se inclinó y respondió en voz baja: “Tal vez sea porque saben quiénes somos”. El hijo lo pensó por un momento y luego preguntó: “Bueno, ¿quiénes somos?”.
Esa es una gran pregunta. ¿Quiénes somos? Al pensar en la identidad, me gusta considerar las preguntas estrechamente relacionadas: “¿Quiénes somos en relación con Dios?” y “¿Cómo nos identificamos?”.
A través de las enseñanzas de la Biblia, tal como las ilumina la Ciencia Cristiana, he aprendido que cada uno de nosotros es la imagen y semejanza de Dios, el hijo del único Padre-Madre Dios. Esta comprensión me ha ayudado en tiempos difíciles en los que ha parecido que la personalidad humana y la mortalidad son lo real y lo único. Y he descubierto que reconocer mi identidad espiritual no solo responde a la pregunta “¿Quién soy?”, sino que también trae curación.
Al orar acerca de la identidad, comenzamos con Dios, el bien y razonamos desde el punto de vista de la naturaleza, la omnipotencia y el carácter de Dios. Luego aplicamos esto también a Su creación, porque jamás se puede pensar en Dios y en Su creación, incluyendo al hombre, por separado. Cualquier cosa que comprendemos de Dios, lo comprendemos del hombre. Son uno, o, para ser gramaticalmente incorrectos, pero espiritualmente correctos, ¡ellos es uno! Esto indica la completa inseparabilidad de la causa y el efecto, de la Mente divina y su idea.
Identificarnos como la creación de Dios, Su hijo o imagen y semejanza, despeja la falsa creencia —la falsa identidad— de una inteligencia separada de Dios. Revela que los pensamientos de Dios son nuestros pensamientos y, por lo tanto, destruye el falso concepto de que hay algo malo en nosotros o que no somos capaces de comprender a Dios. Abre el pensamiento para que se comprenda que lo que la Ciencia Cristiana enseña como Verdad es demostrable bajo cualquier circunstancia. Y nos libera del falso sentido de que el mal puede permanecer inadvertido en nuestro pensamiento. Identificarnos espiritualmente al enfrentar científicamente las creencias falsas es el tratamiento de la Ciencia Cristiana.
Identificarnos espiritualmente eleva el pensamiento a lo que es real y permanente. Vuelve nuestra mirada de la creencia falsa y su drama hacia Dios y el gobierno que ejerce sobre Su creación perfecta. Comenzamos a ver que nuestro verdadero ser, nuestro único ser, no tiene nada que ver con la mortalidad y todo que ver con Dios, con el Espíritu, como expresión del Espíritu. Este punto de vista inmortal muestra que el hombre es la idea de Dios, la Mente divina; la imagen de la Verdad; el reflejo del Amor; la expresión del Alma; la manifestación del Principio; la encarnación del Espíritu; la semejanza de la Vida.
Podemos aplicar estas verdades espirituales de manera práctica. Por ejemplo, si necesitamos más valor para enfrentarnos a un colega difícil en el trabajo, podemos orar para ver a este individuo como la imagen de Dios, como la idea de Dios, el bien, que refleja solo las cualidades espirituales que Dios le ha dado. Si necesitamos sanar de una enfermedad aterradora, podemos identificarnos como totalmente espirituales, hijos de Dios, que siempre reflejan salud, armonía y perfección. Si estamos molestos por los asuntos mundiales actuales y sentimos odio o ira, podemos identificarnos a nosotros mismos y a todos en el mundo como la expresión inmediata de Dios, la manifestación de la Mente única, incapaz de otra cosa que no sea el amor. Cada pensamiento sanador que necesitamos está presente aquí y ahora, y nada tiene el poder de evitar que el progreso se exprese en nuestro pensamiento y se evidencie en nuestras vidas.
Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, escribe: “Sé el portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo solo las conclusiones que deseas que se realicen en resultados corporales, te controlarás armoniosamente a ti mismo” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 392).
Este trabajo de identificación espiritual a través de la oración requiere que estemos de porteros a la puerta de nuestra consciencia, permitiendo la entrada sólo a los pensamientos que provienen de Dios. Es necesario identificarnos a nosotros mismos como la imagen de Dios. Nos permite ver que somos espirituales y completos, exactamente como nuestro original, y nada se ha añadido u omitido. Significa comprender que en Dios “vivimos, y nos movemos, y somos; … Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:28).
Las obras de Cristo Jesús revelan su unidad con Dios. El título de Cristo significa su naturaleza divina. Muchos a su alrededor no entendían su verdadera identidad. Cuando los judíos en el templo exigieron una señal que confirmara su autoridad espiritual, Jesús respondió: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19). Él no se refería al Templo físico en Jerusalén, sino a su propio cuerpo físico. Y lo levantó en su resurrección y ascensión, demostrando que la identificación espiritual revela la unidad de Dios y el hombre.
El apóstol Pablo, como seguidor de Jesús, también puso gran énfasis en la identificación espiritual. Él dijo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16).
El Espíritu de Dios habita en cada uno de nosotros, y todos somos hijos de Dios, ilimitados y eternos. Entonces, ¿estamos identificando esta naturaleza que Dios nos ha dado en nosotros mismos y en los demás? ¿Estamos viendo al hombre que refleja a Dios, Su linaje? Si es así, entonces nos estamos identificando con lo que es real y eterno. El Cristo nos muestra nuestra verdadera identidad divina, que es nuestra única identidad.
Una vez, después de haber pasado muchas horas, días y semanas en profundo estudio y oración —aprendiendo más sobre mi relación con Dios— un área de mi piel se abrió. Era alarmante, fea y muy notoria. Al principio, me pregunté cómo podía aparecer algo así después de tanto estudio y crecimiento espiritual. ¿No estaba mi pensamiento lleno de la Verdad sanadora? ¿No había sido diligente al orar, identificándome como la imagen perfecta de Dios?
Entonces me di cuenta de que este efecto de un concepto falso de mi identidad no tenía lugar ni espacio en mi pensamiento como hija de Dios. No tenía causa, no tenía origen, no tenía lugar. Reafirmé mi identidad como el reflejo inmediato de Dios, expresando la pureza del Alma, la santidad del Espíritu, la ley de la Mente divina, la perfección de la Vida, la rectitud de la Verdad y la belleza del Amor. No pasó mucho tiempo antes de que la afección se disolviera y el área de mi piel se calmara; pronto no hubo evidencia de ninguna imperfección.
Como escribe la Sra. Eddy: “Los mortales podrán ascender los resbaladizos glaciares, salvar las oscuras grietas, escalar el hielo traicionero y poner pie en la cima del Mont Blanc; pero jamás podrán invalidar aquello que sabe la Deidad, ni dejar de identificarse con aquello que mora en la Mente eterna” (La unidad del bien, pág. 64).