El comienzo de un nuevo año está lleno de la promesa de nuevos comienzos; una oportunidad de ser mejores y mejorar. Muchas personas hacen propósitos de Año Nuevo en enero, con la intención de cumplirlos. Como es sabido, muchas de esas resoluciones no llegan a febrero.
No son solo nuestros propósitos de Año Nuevo los que pierden su brillo y se desvanecen. La experiencia demuestra que las cosas pueden ser nuevas solo una vez. Entonces el cansancio reemplaza el entusiasmo, y el desaliento reemplaza la esperanza. Es posible que deseemos sinceramente vivir una vida mejor, pero tal vez las exigencias del trabajo y la familia interfieran. O quizá parezca que carecemos de los recursos o las oportunidades que necesitamos para mejorar. O acaso nos sentimos atrapados en viejos patrones de pensamiento y acción. Pero ¿tiene que ser así?
En la Biblia leemos esta promesa: “El que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). La promesa de Dios es: “Yo hago nuevas todas las cosas”, no “Volveré a hacer nuevas todas las cosas”. Si en algún momento futuro Dios iba a hacer todas las cosas nuevas otra vez, entonces en algún momento deben de haber dejado de ser nuevas.
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