El comienzo de un nuevo año está lleno de la promesa de nuevos comienzos; una oportunidad de ser mejores y mejorar. Muchas personas hacen propósitos de Año Nuevo en enero, con la intención de cumplirlos. Como es sabido, muchas de esas resoluciones no llegan a febrero.
No son solo nuestros propósitos de Año Nuevo los que pierden su brillo y se desvanecen. La experiencia demuestra que las cosas pueden ser nuevas solo una vez. Entonces el cansancio reemplaza el entusiasmo, y el desaliento reemplaza la esperanza. Es posible que deseemos sinceramente vivir una vida mejor, pero tal vez las exigencias del trabajo y la familia interfieran. O quizá parezca que carecemos de los recursos o las oportunidades que necesitamos para mejorar. O acaso nos sentimos atrapados en viejos patrones de pensamiento y acción. Pero ¿tiene que ser así?
En la Biblia leemos esta promesa: “El que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). La promesa de Dios es: “Yo hago nuevas todas las cosas”, no “Volveré a hacer nuevas todas las cosas”. Si en algún momento futuro Dios iba a hacer todas las cosas nuevas otra vez, entonces en algún momento deben de haber dejado de ser nuevas.
Pero la Ciencia Cristiana enseña que Dios, el Amor divino, la única causa y creador, no tiene por qué hacer las cosas nuevas otra vez. La creación del Amor jamás deja de ser nueva; su impecabilidad, salud y armonía nunca decaen. La creación de Dios lo refleja a Él. Dios no se deteriora; por lo tanto, Su creación no puede deteriorarse.
Esta Ciencia nos muestra cómo demostrar esta impecabilidad, salud y armonía —esta novedad constante de la creación de Dios— en nuestras vidas. Hacemos esto al despojarnos del sentido de que nosotros mismos somos materiales y pensar y vivir de acuerdo con lo que es verdadero acerca de nosotros espiritualmente. Hacerlo tan solo un poco cada día puede lograr maravillas. ¿Podemos ser un poco más amorosos hoy de lo que fuimos ayer, y mañana más de lo que fuimos hoy? ¿Hemos aceptado un sentido de limitación en un área particular que podemos, a través del sentido que estamos desarrollando acerca del poder del Amor, comenzar hoy a abandonar? ¿O tal vez incluso a eliminarlo por completo?
El libro bíblico de Efesios dice: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (4:23, 24). La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, explica esto cuando escribe: “En la medida en que la declaración científica acerca del hombre es comprendida, puede ser comprobada y sacará a luz el verdadero reflejo de Dios: el hombre verdadero, o el nuevo hombre (como lo expresa San Pablo)” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 300).
Este nuevo hombre, esta identidad siempre presente, es lo que realmente somos. Es por eso que, cuando decidimos “vestirnos del nuevo hombre”, el propósito no es mera fuerza de voluntad, un propósito de Año Nuevo abandonado en febrero. Es la resolución de ser nuestro verdadero yo, creado por Dios. Siempre es natural ser lo que realmente somos. Y todo el poder de Dios está detrás de nuestros esfuerzos por ser lo que Él nos creó para ser.
Pero ¿qué pasa si no sabemos quiénes somos realmente? La Biblia relata una historia útil. En una ocasión, Jesús preguntó a un pueblo si lo acogería a él y a sus discípulos (véase Lucas 9:51-56). El pueblo se negó. Dos de los discípulos de Jesús, Santiago y Juan, le preguntaron si podían hacer descender fuego del cielo para destruir la ciudad. Jesús le respondió: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”.
Santiago y Juan estaban dispuestos a quemar un pueblo entero porque no comprendían quiénes eran realmente. Jesús, demostrando perfectamente al Cristo —la verdadera idea de Dios— corrigió la falsa visión que tenían de sí mismos. Les recordó que no eran destructores, sino sanadores.
Esto es exactamente lo que hace el Cristo. Elimina nuestro falso sentido de nosotros mismos al revelar lo que es verdadero y ya está aquí: nuestra genuina individualidad. A menudo experimentamos esa revelación como un sentimiento de novedad o renovación. Pero en realidad es solo la certeza eterna de que pertenecemos a Dios y somos buenos; esto nunca, jamás ha cambiado, y nunca lo hará.
La curación del pecado de venganza de Santiago y Juan por medio del reconocimiento de su verdadera identidad, obviamente bendijo a la ciudad. Pero este reconocimiento tuvo implicaciones mucho más amplias. Hoy, casi dos mil años después, todavía leemos con gratitud el registro bíblico de su obra sanadora.
Puede que no queramos incendiar nada, pero todos tenemos lugares en nuestra vida o aspectos de nuestro carácter que claman por renovación. Podemos dejar que el Cristo, mediante la Ciencia Cristiana, nos muestre nuestra verdadera identidad a la semejanza de Dios. Entonces, al pensar y actuar conforme a esa verdad, experimentamos salud y armonía en nuestras vidas. Más importante aún, nuestra creciente comprensión de nuestro propio ser real nos permite ver también el ser real de los demás. Y es inevitable que esto nos convierta en sanadores, como Jesús dijo que serían sus seguidores (véase Mateo 10:8 y Marcos 16:15, 17, 18), bendiciéndonos no solo a nosotros mismos, sino también a nuestras comunidades y al mundo.
Dios cumple Sus promesas: ha hecho nuevas todas las cosas para siempre. Al comienzo del nuevo año, hagamos una resolución que podamos cumplir. Veámonos a nosotros mismos como Dios nos hizo: nuevos, inocentes, rectos y libres. ¡Y luego veamos qué bien podemos lograr para nosotros mismos y para el mundo al actuar de acuerdo con ese punto de vista propio del Cristo!
Lisa Rennie Sytsma, Redactora Adjunta
