En abril de 2011, comencé a experimentar un dolor terrible cada vez que me movía. Pronto ya era imposible ponerme de pie desde una posición en cuclillas sin ayuda, y también me resultaba difícil sentarme durante períodos prolongados. Me liberaba de la incomodidad solo cuando permanecía inmóvil. (Más tarde me dirían que los tejidos conectivos de mis tendones estaban dañados.) Ya no podía ir a trabajar y, debido a las dificultades, mi hijo me instó a ver a un médico.
Este fue el comienzo de una infructuosa odisea a través de varias opciones médicas y de atención médica alternativa, de las cuales solo una me dio un alivio temporal. Pero yo buscaba una curación permanente y no quería que me vincularan con ningún diagnóstico médico. Todavía no era Científica Cristiana, pero ya me resistía de manera innata a la legitimidad de la enfermedad, evitaba hablar del problema con los demás y me aferraba a la idea de que Jesús sanaba a las personas sin usar medicinas.
Aún no me daba cuenta de que era el Cristo, la verdadera idea de Dios, quien me hablaba, pero este era el comienzo de un viaje maravilloso. A menudo oraba con el Salmo veintitrés de la Biblia, y no eran solo palabras para mí. Sentía que el Amor divino estaba a mi lado mientras caminaba “por el valle” (versículo 4).
Había leído sobre personas necesitadas que acudían a sus “consejeros espirituales”, y pensé que me gustaría tener uno de ellos. Una amiga mencionó el nombre de una persona con la que a menudo hablaba cuando necesitaba ayuda. Así fue como inicialmente entré en contacto con una practicista de la Ciencia Cristiana, quien me guio hacia Dios e inmediatamente me dio a conocer el primer relato de la creación en la Biblia, donde se describe al hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27).
En mi primera reunión con la practicista, yo alternaba entre la risa y el llanto , dependiendo de si escuchaba lo que ella decía o me quejaba de mis dolores y molestias. Sin embargo, respondí muy rápidamente a todo el conocimiento espiritual que ella compartió conmigo.
A medida que nuestras conversaciones continuaban con el paso del tiempo, aprendía que Dios, por ser la Mente divina, es la fuente de todo movimiento. Esto transformó mi pensamiento sobre las dificultades para moverme. Adquirí de inmediato el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, y absorbí sus verdades espirituales como una esponja. Aprender que Dios también es Vida era la medicina que había estado buscando.
Ahora mi salud se estaba estableciendo sobre una base espiritual. Nunca me había encontrado con una comprensión de Dios como la que hallé en las ideas de este libro. Muchas de ellas tuvieron sentido para mí de inmediato, y otras fueron como redescubrir cosas que había olvidado que sabía.
¡Qué maravilloso es que la curación cristiana esté ocurriendo en las iglesias de la Ciencia Cristiana hoy en día! Mi nuevo “programa de salud” incluía asistir a las reuniones de testimonios de los miércoles y a los servicios religiosos dominicales todas las semanas, y aproveché los días que me quedaban de licencia por enfermedad del trabajo para estudiar las publicaciones de la Ciencia Cristiana en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, donde recibí un valioso apoyo. También leí todos los testimonios de curación en la revista mensual El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Estaba absorbiendo todo lo que la Ciencia Cristiana tenía para ofrecer.
Mi compañía de seguros de salud me prescribió un programa de rehabilitación obligatorio, así que comencé con esto. Cuando lo terminé, me clasificaron como “no curada”. Otros pacientes en rehabilitación con el mismo diagnóstico eran considerados incurables. Yo no tenía nada más que perder, excepto la enfermedad, así que seguí indagando en la Ciencia Cristiana con todo mi corazón.
Mi crecimiento espiritual progresó al continuar con el estudio —el cual incluyó tomar instrucción de clase Primaria de la Ciencia Cristiana— y llegué a sentir que estaba autorizada para dejar de lado la enfermedad. Esto es lo que sucedió. Estaba descubriendo más profundamente mi inseparabilidad de Dios y aprendiendo a orar por mí misma y por los demás sistemáticamente, lo que contribuyó a mi recuperación.
La siguiente vez que me pidieron que me hiciera medir los niveles de inflamación en la sangre, no tuve miedo, porque la practicista había dicho que yo no soy mis niveles. Este fue un momento decisivo. El médico no tenía parámetros para la curación que ya se estaba produciendo; sin embargo, me confirmó que estaba en el camino correcto.
No puedo recordar el día exacto en que me liberé del dolor crónico. Simplemente desapareció de mi conciencia y experiencia, porque mi pensamiento había estado completamente lleno de la verdad de Dios, el bien. En un par de meses, pude volver a trabajar tiempo completo. Desde entonces, he recuperado el peso que había perdido, y con él, la fuerza para mudarme a un nuevo apartamento e incluso hacer un viaje de senderismo de una semana. Esta curación ha sido permanente.
Esas pruebas hicieron que mi fe aumentara y que experimentara el progreso espiritual. Estoy agradecida a Jesús, quien nos mostró el camino, y a Mary Baker Eddy, que recorrió ese camino antes que nosotros. Es imposible expresar suficientemente la profundidad de la gracia que siento que he recibido. Más de diez años después, me sentí motivada a escribir este testimonio para todos los que buscan curación.