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Original Web

Para extinguir los fuegos del partidismo político

Del número de febrero de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 8 de julio de 2024 como original para la Web.


En el choque de la política electoral, el insulto es un contaminante que llena la atmósfera mental de acritud personal. Un espíritu hiperpartidista, ya sea a favor o en contra, representa una mentalidad de “yo primero” que pone el interés propio de algunos adelante del bien común y exalta el dogma político por encima de la sabiduría de Dios, el Principio universal que reina sobre toda Su creación de manera equitativa.  

La oración que Jesús dio a sus discípulos manifiesta el espíritu del Cristo que todo lo abarca, la verdadera idea del Principio divino, el Amor. El espíritu-Cristo fomenta en nuestras vidas una perspectiva de “nosotros” en lugar de un enfoque de “yo”. “Padre nuestro que estás en los cielos” toca la nota clave del Padre Nuestro (Mateo 6:9). Esta oración sagrada es tan neutral como generosa, tan inclusiva como imparcial, tan inmediata como atemporal. No importa cuántas veces la ores, nunca pronunciarás las palabras yo, mí o mío. Embeberse en el espíritu del Cristo, el espíritu de la Verdad y del Amor, es abrazar a toda la familia humana en un solo afecto. 

En medio del rencor político, tú y yo tenemos la oportunidad (en realidad, el deber moral inexcusable) de aferrarnos a la gran verdad implícita en estas palabras bíblicas: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?” (Malaquías 2:10).

Ser creado por un Progenitor común, de quien Jesús dijo es el Espíritu perfecto, es ser hecho a semejanza de Dios, coexistir en acuerdo espiritual con Él. Nuestro verdadero parentesco significa que tú y yo y todos los demás compartimos una primogenitura inmortal como “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17). 

El partidismo divisivo es el resultado de la forma ilusoria y egocéntrica del mundo de identificar a los individuos como emanaciones de la materia en lugar del Espíritu, como personalidades carnales motivadas en pensamiento y acción por una mente carnal que es “enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). La Ciencia Cristiana ha venido a transformar y salvar a un mundo en desacuerdo consigo mismo, al revelar la existencia de ninguna otra Mente o poder, sino el único Principio deífico del universo, que ha creado todo espiritualmente, no materialmente.

La divinamente inspirada Descubridora de esta Ciencia, Mary Baker Eddy, explica que una mentalidad carnal o mortal, opuesta a la omnisciencia de Dios, el gran Yo soy, representa la creencia idólatra de muchas mentes y egos en desacuerdo entre sí, cada uno adorándose a sí mismo. El monoteísmo puro de la Mente divina única, reflejado perfectamente en su creación armoniosa, descarta esta creencia errónea. En sus escritos, la Sra. Eddy pone al descubierto las supuestas maquinaciones de este error mental, como cuando dice: “... una creencia en muchas mentes gobernantes impide la inclinación normal del hombre hacia la Mente única, el Dios único, y guía el pensamiento humano por conductos opuestos donde reina el egoísmo” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 205).

Este error politeísta —la falsedad no solo de muchas mentes sino de “muchas mentes gobernantes”— alimenta la operación del partidismo polarizador. La ambición egoísta de algunos de gobernar imperiosamente sobre otros revela la profunda ignorancia del cuidado que Dios nos brinda como un pastor a todos y cada uno. No reconoce que el Principio divino, no la persona, es la verdadera fuerza motriz que está al timón del verdadero gobierno. Según las Escrituras, Dios es nuestro Rey, nuestro Juez y nuestro Legislador. Una comprensión y demostración prácticas de la naturaleza divina en la vida diaria promueven el correcto funcionamiento de las tres ramas del gobierno democrático: el ejecutivo, el judicial y el legislativo.

En diciembre de 1900, la Sra. Eddy identificó “las pretensiones de la política y del poder humano” como uno de los “peligros más inminentes que enfrenta el siglo venidero” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 266). Las convulsiones políticas del siglo XX justificaron con creces su advertencia. Ese siglo ha llegado y se ha ido, pero el peligro de un poder político mal dirigido —ya sea a nivel global, nacional o local— sigue amenazando el progreso y el bienestar de la humanidad.

La Guía de la Ciencia Cristiana, por supuesto, no estaba hablando en contra del sistema democrático del gobierno de su país, dedicado como está a la libertad individual. Defendió la Constitución de los Estados Unidos (véase Miscelánea, pág. 282). También dijo que no tenía política, “sino la de apoyar a un gobierno justo, amar a Dios supremamente y a mi prójimo como a mí misma” (Miscelánea, pág. 276). En tiempos de guerra, instó a sus seguidores a orar para que la presencia divina guiara y bendijera al presidente, al poder judicial y al Congreso (véase La Ciencia Cristiana en contraste con el panteísmo, pág. 14).

Una secretaria de la Sra. Eddy describió su enfoque de los asuntos políticos: “En cuestiones de política pública, ella consideraba que la cuestión moral era primordial, el bienestar de toda la humanidad era el asunto principal, y en tales temas nunca fue neutral. A través de la comunión con la única Mente, buscó un concepto claro de lo correcto y lo incorrecto de cada cuestión vital. Luego ella tomaba su posición definitivamente a favor de lo que creía que era correcto. … Los argumentos de conveniencia o popularidad no lograron intimidarla” (Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, pp. 249, 250). 

Para cumplir sabiamente con nuestros deberes cívicos, se requiere una autoridad más grande que la mera lealtad política o preferencia personal. Si decidimos cuestiones políticas simplemente siguiendo a la multitud del pensamiento partidista, nuestras vidas serán vacías y sin rumbo. Perderemos la guía de un Principio infalible al elegir un curso de acción adecuado que aborde el problema en cuestión. Por el contrario, estar abiertos a la inspiración y dirección de una Mente omnisciente nos libera de la influencia del pensamiento grupal, del pensamiento cerrado de una pluralidad de mentes (representadas por encuestas, expertos y opinión popular). 

Al ejercer los derechos de los ciudadanos libres a participar en el proceso político, los Científicos Cristianos buscan estar informados de manera confiable sobre las noticias del día (¡pero no abrumados por ellas!); apoyar a las organizaciones y políticas que mejoren tanto su país como el mundo que comparten con todos los pueblos; y, sobre todo, votar según su consciencia en tiempo de elecciones. Lo que impulsa estas acciones correctas son sus oraciones diarias para que se haga la voluntad de Dios “así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10 LBLA). El progreso que nace de tal oración alinea más estrechamente la justicia humana con la divina.

Como toda actividad humana digna, el autogobierno político necesita levantarse a un nivel mental más alto. A medida que el público es elevado por los hechos del ser espiritual, también lo será la política. La Sra. Eddy expresó este ideal en su tributo a la obra del mártir presidente William McKinley: “Ese trabajo empezó caldeando el mármol de la política hasta el fervor equilibrado con la sabiduría, apagando los volcanes del partidismo y uniendo los intereses de todas las personas; y terminó con un bien universal venciendo el mal” (Miscelánea, pág. 291).

En 1892, unos meses antes de ser elegido Redactor de The Christian Science Journal, el juez Septimus Hanna había aceptado una invitación para presidir una convención estatal de Pensilvania para la Liga de la Prohibición. Después se le instó a que asistiera a la convención nacional. Fue en este punto que escribió a la Sra. Eddy, explicando los pros y los contras de hacerlo y pidiéndole consejo (June 8, 1892; see IC033a.13.011, The Mary Baker Eddy Library).

Su cautelosa respuesta fue acompañada de una advertencia. Ella dijo: “La vieja botella de la deshonestidad en los políticos necesita ser vaciada, y necesita que se vierta su propósito en ella, el propósito de lograr el mayor bien para el mayor número. Si ahora está usted lo suficientemente arraigado y cimentado en el Cristo, la Verdad y en todos sus dulces sabores de paciencia, sabiduría y gracia, para soportar la tensión, puede hacer más bien trabajando ocasionalmente entre los políticos que alejándose de ellos”. Sin embargo, advirtió: “Será una gran tensión para su semejanza al Cristo, pero si la toma como una cruz y la lleva mansamente, Dios dirigirá y sostendrá todos esos esfuerzos”. (June 11, 1892; L04928, The Mary Baker Eddy Library; © The Mary Baker Eddy Collection).  

El fanatismo político contradice la verdad esencial que Cristo Jesús predicó y practicó, a saber, la supremacía de la voluntad de Dios en la vida de los hombres y mujeres en todas partes. De acuerdo con la demostración del Maestro del poder sanador del Espíritu divino sobre la carne, Ciencia y Salud declara: “La Mente inmortal, que gobierna todo, debe ser reconocida como suprema tanto en el así llamado reino físico como en el espiritual” (pág. 427). Por la misma lógica metafísica, el Principio que todo lo gobierna debe ser reconocido como supremo en la esfera de la llamada política partidista, así como en el reino concordante del cielo.

Para ser claros: El partidismo no es exclusivo de la política. Esta característica obstinada de un ego personal finito asoma su cabeza de hidra en prácticas comerciales turbias, en amargas disputas familiares, en debates doctrinales entre religiones así como entre ideologías opuestas, en disputas fronterizas beligerantes entre naciones. Contiendas de todo tipo requieren que mantengamos una aguda vigilancia sobre el mundo del pensamiento en el que nos encontramos. Cuanto menos acalorados seamos en nuestras discusiones y tratos con los demás, más éxito tendremos en demostrar un gobierno armonioso en todos los frentes: en nosotros mismos, en primer lugar, pero también en el hogar, en la sala de juntas empresarial, en la reunión de negocios de la iglesia y en todos los lugares de gobierno político. 

Un espíritu libre de partidismo rígido no significa que tú o yo no tengamos convicción en lo que es correcto, o el valor necesario para defender lo correcto. No obstante, sí significa que al pelear la buena batalla de la fe venciendo la mentalidad equivocada, “no tenemos lucha contra sangre y carne” (Efesios 6:12). Oponernos a lo egoísta, a lo conveniente, a lo poco ético, no nos da licencia para demonizar a los que no están de acuerdo con nosotros. En el momento en que las pasiones se inflaman por la controversia política, el Cristo de Dios nos llama a cada uno de nosotros a amar más (sí, a tratar caritativamente incluso a un supuesto adversario) y, si es necesario, a perdonar a los demás como lo hizo Jesús. Al fin y al cabo, ¡la Regla de Oro no deja de ser de oro o una regla en el instante en que nos involucramos en el discurso político!

Reconocer primero lo que es espiritualmente verdadero nos permite discernir más fácilmente un enfoque político que se acerque más a lo correcto dadas las circunstancias. En el Estatuto de su Iglesia “Alerta al deber”, la Sra. Eddy establece este marcador metafísico para la toma de decisiones sabias e impersonales: “Por sus obras será juzgado, —y justificado o condenado” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 42).  

Al mantener el juicio centrado en el desempeño en lugar de en la personalidad, somos más capaces de mantener nuestro pensamiento imperturbable y sin influencias por las acusaciones y contraacusaciones personalizadas de la retórica política. Estamos en mejores condiciones de prestar atención a este sabio consejo: “Sed moderados en pensamiento, palabra y obra. … Refrenad el celo inmoderado” (Mary Baker Eddy, Retrospección e Introspección, pág. 79). 

A medida que las personas aprendan a llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5), el cuerpo político se volverá más “moderado en pensamiento, palabra y obra”. A medida que este mejoramiento tenga lugar en nuestros corazones, el fanatismo partidista cederá ante el espíritu propio del Cristo de equidad y ecuanimidad, que expresa el gobierno de Dios en la tierra como en el cielo.

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