¿Has tenido alguna vez una experiencia en el desierto? ¿Tal vez una época en tu vida en la que te sentiste agobiado por la soledad, la incertidumbre o el temor, sin un rumbo claro a seguir?
Hace unos años, me encontraba en un desierto mental, abrumada por el miedo y la duda. Me habían ofrecido un cargo de supervisora escolar en una zona marginal de la Ciudad de Buenos Aires, lejos de donde yo vivía. Mi función sería asesorar e inspeccionar a los directivos de instituciones educativas. La sede quedaba a dos horas de viaje en auto de mi domicilio, pero no me sentía cómoda de ir con mi automóvil, debido a los robos frecuentes en ese apartado lugar. Mi familia y mis amigos me aconsejaron no aceptar ese cargo, aunque era el más alto al que podría llegar en mi carrera docente.
A pesar de mis preocupaciones por ser una mujer joven que enfrentaba esta situación, sabía que Dios no me veía limitada por la edad y el género. Por ser el Amor infinito, Él creó al hombre y a la mujer a Su propia imagen y semejanza. Confiando a través de la oración en que Dios me guiaría y protegería, acepté el puesto.
Grande fue mi sorpresa cuando en el primer día de trabajo recibí un llamado de la rectora de una escuela de ese barrio, que desesperada me decía que había encontrado a un vigilador asesinado y que habían robado computadoras y mobiliarios del edificio escolar. Por un instante, creí que me había equivocado al aceptar el puesto.
Fue entonces que me vino al pensamiento la historia del profeta Elías en la Biblia (véase 1.º Reyes Capítulo 19). Desafía a la reina Jezabel, y ella busca venganza y se propone matarlo. Elías huye al desierto y, desesperado, se queda dormido bajo un enebro. Un ángel lo despierta, lo alimenta y lo fortalece. Así reconfortado y sostenido, viaja cuarenta días y noches hasta Horeb, el monte de Dios.
La experiencia de Elías me aclaró que Dios, el Amor infinito, está en todas partes, tiene todo el poder y cuida de Su creación. Eso me dio inspiración y dirección al tratar de resolver la difícil situación en la escuela. Como sucedió con Elías, un ángel —un pensamiento de Dios— me despertó de ese estado mental hipnótico de desesperación. Fortalecida por la certeza del poder y cuidado de Dios, fui al encuentro de la atribulada directora con plena confianza en Dios. Sabía que Él me guiaría a cada paso y traería una solución.
En nuestra reunión, surgió la clara idea de que la directora y yo debíamos ir a entrevistarnos con las autoridades políticas de educación y plantearles la difícil situación de la escuela. Durante la reunión, Dios me dio esta idea: Sería importante tener un transporte que llevara a los alumnos a través del barrio marginal hacia la escuela, así como un automóvil para trasladar a los docentes al edificio escolar. Esto requeriría de una cuidadosa planificación, debido a los numerosos aspectos logísticos que entrañaba.
Volví a pensar en Elías, quien temía por su vida y se escondió en una cueva cuando llegó al Monte Horeb. Pero Dios le dijo que saliera y se parara en la montaña. Elías vio que soplaba un viento fuerte que rompía las rocas. Luego un terremoto sacudió la tierra y se inició un fuego, pero finalmente hubo “un silbo apacible y delicado”, que representa la presencia, la paz y el poder de Dios.
Elías se dio cuenta de que Dios no estaba en el terremoto, ni en el viento o el fuego, sino más bien en ese silbo apacible. Yo también había sentido la tentación de esconderme en una cueva de temor y desaliento, pensando que estos cambios en la escuela requerirían mucho tiempo. Pero empecé a sentir la presencia divina en ese mismo “silbo apacible y delicado” de Dios, y me sentí guiada a buscar la definición de desierto en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Soledad, duda; tinieblas. Espontaneidad de pensamiento e ideas; el vestíbulo en que el sentido material de las cosas desaparece y el sentido espiritual revela las grandes realidades de la existencia”. (Mary Baker Eddy, pág. 597).
A pesar del cuadro humano o “el sentido material de las cosas”, el sentido espiritual —la comprensión de nosotros mismos y de los demás que alcanzamos cuando miramos desde la perspectiva de Dios— me estaba revelando que la única realidad era Dios, el bien, que llena todo el espacio y nos gobierna a todos, y no deja lugar para la violencia o la discordia. Me concentré en aplicar la solución práctica que había surgido, y en una semana todo estaba dispuesto.
Puesto que se había resuelto el tema del transporte, el personal se sintió más seguro y pudo concentrarse en su enseñanza. Durante los ocho meses que asesoré a ese centro educativo, surgieron ideas acerca de cómo incluir a los jóvenes de ese barrio en talleres extracurriculares en la escuela. Pronto, comenzaron a realizarse talleres de canto, danza y deportes. Se desarrolló una relación más afectiva entre la comunidad y el personal de la escuela. Poco a poco, surgieron nuevas propuestas —por ejemplo, tener programas de enseñanza para elaborar velas y jabones, o para hacer jardinería— lo cual les dio a todos oportunidades para beneficiar al barrio.
Durante este tiempo, los índices de violencia contra los estudiantes y el personal disminuyeron considerablemente, y nunca más hubo un incidente tan terrible como ese. Hubo aumento de matrícula, y jóvenes que nunca antes habían asistido a la escuela empezaron a venir. La escuela también se transformó en una institución altamente considerada debido a su desempeño académico, y varios estudiantes recibieron premios en diferentes disciplinas. Más profesores desearon participar en los proyectos pedagógicos de esa institución. La comprensión espiritual de que la presencia y el poder de Dios gobiernan y protegen a todos transformó la escena humana, y vimos florecer la escuela.
Permanecí en el cargo de supervisora de la escuela siete años más. Debido al éxito de mi trabajo, me pidieron que colaborara en la creación de una escuela en otra región que se especializaba en artes y medios de comunicación. Después, hace diez años, decidí dedicarme totalmente a la práctica pública de la Ciencia Cristiana, que entraña orar por otros para que puedan experimentar transformación y curación. Hoy continúo ese trabajo. En las palabras de Isaías 35:1: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa”.