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Original Web

Tú eres muy amado

Del número de febrero de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español

Apareció primero el 6 de enero de 2025 como original para la Web.


En la Biblia, se relata que Daniel, descendiente de la familia real de David, fue uno de los jóvenes que el rey Nabucodonosor llevó cautivo a Babilonia. Daniel forma parte de los llamados “profetas mayores”, y ha sido amado por los lectores de la Biblia de todos los tiempos. Y no solo por ellos, sino que tres veces recibió un mensaje angelical que le aseguraba que Dios también lo amaba. En una de esas ocasiones, oyó estas palabras: “… tú eres muy amado” (Daniel 9:23) ).  Algunos de esos mensajes le llegaron en momentos en que Daniel se consideraba a sí mismo como indigno del amor de Dios.

La experiencia de Daniel me hace pensar que todos queremos ser amados, con un amor que sea confiable y constante: un amor incondicional. La buena noticia es que, como Daniel, ya somos amados con amor infinito, un amor que emana del Amor, Dios. Este amor es permanente y no puede ser restringido por el tiempo o el espacio.

Pude percibir esto de algún modo un día, cuando mi esposo y yo estábamos viajando por el interior de mi país. De pronto, la belleza del paisaje me deslumbró. Estoy acostumbrada a las elevaciones suaves de la ciudad donde vivo. Por esa razón, los arroyos que veíamos deslizarse desde lo alto de la carretera eran todo un espectáculo. Vi rebaños de ovejas blancas pastando sobre valles de esmeralda bajo el sol de otoño, y las pequeñas casas como juguetes de niños a la distancia. Era realmente un panorama de luz y color, y por un momento, mis ojos se llenaron de lágrimas. Agradecí a Dios por lo que lograba ver de la belleza de la naturaleza. Era como percibir un indicio de Su grandiosidad y de Su amor por los Suyos, un pequeño indicio de algo espiritual y eterno. Continuamos el viaje, pero durante todo el trayecto, seguí pensando en lo que había visto. La Ciencia Cristiana revela que la magnificencia de la naturaleza es apenas un atisbo de la verdadera creación.

En una de sus obras, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, la llama “una promesa” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 87). Una promesa de algo espiritual y más elevado que ya es, aquí y ahora. Y en su obra máxima, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, ella explica: “La luz de la comprensión espiritual da sólo destellos de lo infinito, así como las nebulosas indican la inmensidad del espacio” (pág. 509).

Ese glorioso destello “de lo infinito” que había percibido en el viaje era apenas un atisbo del universo divino. Esta comprensión me embargó y me di cuenta de que reflejo la magnificencia de la creación espiritual. ¡Sí! Y toda la creación de Dios es libre de imperfección; de manera que el hombre espiritual debe ser perfecto. “Dios expresa en el hombre la idea infinita desarrollándose a sí misma para siempre, ampliándose y elevándose más y más desde una base ilimitada” (Ciencia y Salud, pág. 258).

Por lo tanto, las cualidades que percibí en aquel paisaje son reflejadas por cada uno de nosotros, porque somos la expresión más elevada de Dios. Me sentí realmente amada en ese paseo, y he continuado sintiendo este amor inagotable a mi alrededor.

Algunas veces, comprender que nuestra verdadera individualidad es muy amada puede que nos lleve algo de tiempo, o que nos exija que pongamos más empeño en reemplazar los conceptos antiguos y limitados sobre Dios y sobre nosotros por la perspectiva espiritual. Sin embargo, este cambio de pensamiento siempre nos acerca más al concepto de quiénes somos realmente, porque fortalece y desarrolla nuestro entendimiento espiritual. Conocer nuestra verdadera y valiosa individualidad puede reemplazar cualquier sentimiento de que no somos amados, de que somos indignos de serlo o hasta prescindibles.

Muchos de nosotros hemos experimentado esa sensación alguna vez. Hace unos años, una mujer llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana y le dijo que sentía mucho dolor en todo el cuerpo. Le resultaba casi imposible levantarse en las mañanas.  Le era imposible mover los brazos o caminar con soltura, tenía que estar sentada casi todo el día y no podía ayudar a su esposo con las tareas más simples de la casa. Se sentía totalmente inútil. Ella habló con el practicista un par de veces, y durante la última llamada, él se sintió impulsado a decirle lo que había aprendido acerca de Dios; en otras palabras, acerca de nuestra verdadera naturaleza, la cual es espiritual y muy amada. Ella pareció aceptar este nuevo concepto acerca de sí misma, y después de una semana, volvió a llamarlo. Pero en esta ocasión, él escuchó un tono muy gozoso en su voz, un tono que no había escuchado antes.

Entonces ella le dijo que después de la última conversación, el dolor se había acentuado. Pero esta vez, estaba preparada para resistirlo. Comenzó a afirmar todo lo que había entendido acerca de su ser verdadero como la única realidad que existía. Y allí, en ese momento, se dio cuenta de que toda su vida se había despreciado a sí misma. Ella pensaba que era menos inteligente que los demás, y en varias oportunidades, incluso había llegado a llamarse tonta y fea. En otras palabras, no se había conocido a sí misma, por lo tanto, no se había amado a sí misma.

Cuando el dolor cesó, y se detuvo casi de inmediato, miró su imagen en el espejo y encontró algo que nunca antes había visto: se encontró bonita. Entendió que era amorosamente abrazada por Dios y que Él la había creado a Su imagen, como afirma el primer capítulo de la Biblia. Este nuevo concepto acerca de quién era, su identidad real —completa, satisfecha, hermosa— disipó las sombras de lo que antes había creído ser. Cuando ella sintió que el Amor que es Dios la sostenía tiernamente, desaparecieron los antiguos conceptos que había mantenido por tanto tiempo. Ella sabe, con certeza ahora, que la maravillosa sensación de sentirse amada por Dios permanecerá para siempre.

Todos queremos ser amados de un modo constante y genuino, especialmente en medio de condiciones desafiantes. Sin importar en qué situación estemos —ya sea solos o con otros— o cómo nos sintamos con respecto a nosotros mismos, Dios nos conoce en verdad y nos ama en este momento. Independientemente de lo que los sentidos materiales digan acerca de lo que somos y cómo somos, Dios ve a Su creación tal como la creó: semejante a Sí mismo. Y cuando afirmamos estas verdades con seguridad, se hacen nuestras y nos permiten sentir el amor del Amor. Un Amor poderoso del que no nos podemos separar jamás.

Todos nosotros —es decir, todos los hijos de Dios— podemos decir con autoridad: Sí, yo soy una muy amada idea de Dios.

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