“Los desafíos son pruebas del cuidado de Dios”, escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 66). Esta es una declaración provocadora, especialmente para alguien abrumado por el dolor. Pero experimenté la verdad de ello después de que mi madre falleciera repentinamente hace algunos años.
Tenía poco más de veinte años y me había mudado recientemente a miles de kilómetros de casa para comenzar mi carrera. Estaba lejos de mis amigos y de mi familia. Las expresiones de amor y apoyo de los compañeros de trabajo ayudaron. Una carta en particular se destacó. Incluso me sobresaltó. Era de un colega Científico Cristiano, y decía en parte: “No caigas en la tentación de pensar que un compartimiento de tu vida se ha vaciado”.
Por supuesto, eso era exactamente lo que sentía: que gran parte de la bondad había desaparecido de mi vida. ¿Cómo podía decir él que no era así? Pero su declaración resultó ser una de las muchas señales que me sacaron del valle del dolor y me llevaron hacia una mayor comprensión y experiencia de la naturaleza indestructible del bien.
Al principio, estaba desesperado en busca de consuelo y, a veces, abrumado por la tristeza. Sentí como si emocionalmente me hubieran hecho cortaduras. No obstante, este estado mental hizo que estuviera ansioso por buscar y prestar atención a los pensamientos de Dios. La declaración de mi amigo contenía una promesa: que yo podía sentir que todavía poseía todo el bien que pensaba había desaparecido. ¿Pero cómo?
Un practicista de la Ciencia Cristiana me dirigió a este pasaje en el libro Escritos Misceláneos 1883-1896, escrito por la Sra. Eddy (pág. 250): “El amor no es algo que se coloca sobre un estante para tomarlo en raras ocasiones con tenacillas para azúcar y colocarlo sobre el pétalo de una rosa. Exijo mucho del amor, exijo pruebas eficaces en testimonio de él y, como su resultado, nobles sacrificios y grandes hazañas. A menos que éstos aparezcan, hago a un lado la palabra como algo fingido y como la falsa moneda que no tiene el tañido del metal verdadero”. Decidí que también le exigiría mucho al amor, al Amor divino, un sinónimo de Dios basado en la Biblia (véase 1.° Juan 4:16). La lógica espiritual era clara: Si Dios es la fuente de toda bondad, y es eterno y está siempre presente, entonces la bondad está en todas partes, en todo momento, y es indestructible.
“Está bien, Dios”, oré, “ayúdame a comprender y experimentar la continuidad de Tu bondad. Ayúdame a ver y sentir la ternura, la sabiduría, el cuidado, la compasión, la inteligencia, la creatividad y el humor que tanto identifiqué con mi mamá. Si esas cualidades se derivan verdaderamente de Dios, en lugar de ser personales y fugaces, yo debería ser capaz de experimentarlas aquí y ahora. Muéstrame”.
La Sra. Eddy pidió “pruebas eficaces” del Amor. Resolví mantener mi corazón y mi pensamiento abiertos, es decir, estar alerta a esas cualidades maternales que sentía que me habían sido arrebatadas. Exigí verlas. Y lo hice.
Poco a poco, al principio, me di cuenta de que esas cualidades se expresaban a mi alrededor y hacia mí: un extraño al darme indicaciones, un gato cariñoso que saltaba sobre mi regazo, un amigo cercano que me ofrecía consuelo con ternura. Cada vez era más consciente de mis bendiciones y me sentía cada vez más agradecido por ellas, incluidas todas las cualidades espirituales que mi madre había ejemplificado. Mi perspectiva se elevó cuando comencé a anticipar y recibir con agrado dichas evidencias de bondad. Y cuando me encontraba con ella, la celebraba conscientemente, la agradecía. La apreciaba, saboreaba y magnificaba.
Mi visión de Dios cambió a medida que crecían mis expectativas. Ya no me sentía tentado a pensar en el Amor divino como algo bien intencionado, pero no a la altura de la tarea. El Amor estaba allí mismo donde yo estaba; podía apoyarme en Él. El Amor era fuerte, práctico, sabio, tierno. Le había pedido ayuda a mi Padre-Madre Dios, y Ella me estaba ayudando.
Me volví más seguro en el hecho de que la bondad divina debe manifestarse sin interrupciones ni variaciones en mi vida. No solo mis pensamientos se elevaron más, sino que también descubrí que expresaba cada vez más las cualidades de mi madre que más valoraba. ¿Qué conmemoración podía ser más satisfactoria y apropiada para mi madre que esa?
Esta experiencia se convirtió en una piedra angular en mi comprensión de Dios y me llevó a un mayor crecimiento espiritual y bendiciones. Todo esto comenzó cuando, debido a la desesperación, desafié mi punto de vista de lo que pensaba que Dios podía hacer. Una prueba verdaderamente dura resultó en una mayor comprensión del amor inmutable de Dios por mí y en la restauración y exaltación de todo lo bueno que pensé que había perdido. Mi amigo epistolar tenía razón: ese “compartimiento” de mi vida estaba, y está rebosando.
Me di cuenta de que la demanda no estaba en Dios —que es inmutable— sino en aumentar mi comprensión y expresión de Ella. La exigencia era rechazar enérgicamente la mentira de que Ella no puede ayudarnos y ser firmes en el esfuerzo por abrazar y hacer Su voluntad. De esta manera, podemos optar por conocer y sentir más el bien continuo, ilimitado e imperecedero de Dios.