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Original Web

Un antídoto contra arrojar piedras

Del número de febrero de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 3 de octubre de 2024 como original para la Web.


¿Con qué frecuencia nos encontramos condenando mentalmente a alguien por una opinión o acción con la que no estamos de acuerdo?

En una ocasión, un grupo de líderes religiosos se acercó a Cristo Jesús, quienes trajeron consigo a una mujer a la que habían condenado por adulterio (véase Juan 8:1-11). Estaban dispuestos a matarla a pedradas. Cuando le preguntaron a Jesús qué pensaba que debía hacerse, él respondió: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Con eso, uno a uno abandonó la idea de tirar piedras y se fue. 

¿Qué hizo que los hombres abandonaran su mentalidad de arrojar piedras? La respuesta tajante de Jesús parece haber hecho que cada uno examinara su propia vida. Este consejo de la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, puede describir ampliamente algo de lo que sucedió: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor el adamante del error —la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio— que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 242).

Estos “yoes” harían que no estuviéramos dispuestos a mirar más allá de una visión limitada de un mortal pecador hacia la verdadera visión de la naturaleza espiritual y buena de la creación de Dios. No obstante, podemos darnos cuenta de estos pensamientos tan llenos de justificación propia y saber que la tendencia a ser egocéntrico y odioso hacia otra persona no puede resistir el amor cristiano que Jesús expresó. Jesús puso en práctica lo que él indicaba que era el segundo gran mandamiento (después del primero, amar a Dios): amar a tu prójimo como a ti mismo. Y no había ninguna declaración calificativa de “a menos que tengas una razón para no hacerlo”.

El Cristo, la individualidad espiritual de Jesús, dice la verdad acerca de quiénes somos realmente de una manera que nos está transformando a todos. Escuchar estos mensajes nos permite estar en desacuerdo con alguien sin condenarlo, es decir, sin creer que el mal es parte del hijo de Dios. Podemos hacer esto incluso cuando se ha cometido un pecado, porque nos damos cuenta de que la verdadera naturaleza de cada individuo es en realidad puramente buena. Todos nosotros, a nuestra manera, escuchamos y podemos responder a esta poderosa voz del Amor divino.

Como se registra en el primer capítulo del Génesis, el Amor divino, el Principio, ha hecho al hombre espiritualmente, a imagen y semejanza de Dios. El Dios omnipotente tiene completa autoridad y capacidad para guiar a Sus hijos a alcanzar un sentido más claro de su verdadera espiritualidad y perfección. Como se afirma en Ciencia y Salud, “el Amor divino corrige y gobierna al hombre” (pág. 6). 

Se necesita una humildad en constante desarrollo para reconocer que podemos dejar cualquier y toda corrección a Dios. A medida que somos testigos de las posibilidades de las soluciones justas de Dios, la tentación de aferrarnos firmemente a una opinión condenatoria inflexible se desvanece. En su lugar, reflejamos buen juicio —el edificante discernimiento entre lo que está bien y lo que está mal— del Amor. Y esta cualidad de pensamiento ayuda a que se manifieste más de la armonía que Dios ha establecido permanentemente. 

Después de que se fueron los líderes religiosos, Jesús le dijo a la mujer que no la condenaba, y luego agregó: “Vete, y no peques más”. La inspiración propia del Cristo había revelado un camino mejor no solo a los hombres, sino también a la mujer. 

Incluso cuando está envuelta la ley humana, nuestras oraciones pueden afirmar que el Dios amoroso guía. Cuando alguien está atrapado en pensamientos y actos pecaminosos, es nuestra responsabilidad mantenernos alineados con el segundo gran mandamiento del Amor. Esta vigilancia no sólo nos eleva a nuestra obediencia natural al Principio divino, sino que también puede elevar a otros con una corrección sanadora. Después de todo, la perspectiva espiritual de Jesús liberó tanto a la mujer como a la multitud de sus pecados. 

A medida que se acercan algunas elecciones importantes en todo el mundo, incluso en mi propio país, Estados Unidos, puede ser tentador adoptar una postura acusatoria cuando alguien en la arena política ha hecho algo mal, o incluso cuando solo pensamos que lo ha hecho. Pero con el ejemplo de Jesús en mente, estoy decidido a preguntarme continuamente: “¿Voy a tirar piedras o a soltarlas?”. Eddy declara: “Examinaos con frecuencia y ved si hay algo que obstaculice la Verdad y el Amor, y ‘retened lo bueno’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 128-129).

Es una gran exigencia. Pero si nuestra respuesta a una persona o a una situación no es de amor espiritual, no estamos obedeciendo a Dios. El camino del Cristo no es el camino del yo. Un esfuerzo correctivo contundente y lleno de justificación propia solo disuade la curación y la unidad. La actividad correctiva del Cristo, que nos capacita para ver más allá de un yo aparte de Dios, el bien, no es un evento de una sola vez, sino que continúa hasta que todo error es eliminado. Nuestra función es “aferrarnos” humildemente a la Verdad momento a momento.  

A diario tenemos la oportunidad de optar por no arrojar piedras mentalmente. Algunas piedras pueden parecer más difíciles de dejar a un lado que otras, pero cada vez que lo hacemos, el Cristo, la Verdad, trae curación y soluciones. 

Mary Baker Eddy nos recuerda: “El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus concesiones” (Ciencia y Salud, pág. 13). Esforzándonos por ser testigos de la actividad imparcial e incesante del Amor en nuestras vidas y en el mundo, nos encontraremos acercándonos a los conflictos con menos piedras y más amor. Espero con ansias el día en que mis manos estén vacías.

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