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Original Web

El terreno en común que todos compartimos

Del número de marzo de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 20 de enero de 2025 como original para la Web.


Penelope Fitzgerald, escritora británica del siglo XX, dijo una vez: “Es interesante notar que todos tenemos una visión diferente del mundo, una opinión diferente, y cuando nos dan las mismas informaciones, tenemos como resultado opiniones completamente diferentes”.

Es realmente interesante; ¡y también puede ser frustrante! Hay mucho que ganar de una diversidad de perspectivas, pero a veces puede parecer difícil ir más allá de las posiciones arraigadas y buscar puntos en común. En ocasiones incluso puede parecer que simplemente no hay un terreno en común, no hay una base para tener un camino a seguir que conduzca al progreso y a las soluciones.

Pero ¿qué pasa si profundizamos, y vamos más allá de una visión superficial de las cosas a una perspectiva espiritual sobre cómo nos relacionamos unos con otros? Desde este punto de vista, todos tenemos algo en común: Somos hijos de Dios, los hijos e hijas de nuestro Progenitor divino que compartimos.

A través del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, he descubierto que esto dista mucho de ser un tópico abstracto. Nuestra identidad misma, todo lo que realmente somos, todo lo que estamos designados para hacer se reduce a cómo nos hizo Dios. Por ser Sus hijos, no somos mortales destinados a enfrentarnos ni estamos a merced de ciclos de justificación propia. Somos linaje del Espíritu divino, el reflejo de la naturaleza misma de Dios: totalmente espiritual, valorada y misericordiosa.

Esto no consiste simplemente en un terreno en común; es un terreno más elevado.  Cada uno de nosotros está destinado a conocer la paz de Dios y expresar Su amor, inteligencia y bondad ilimitados. El Cristo —el mensaje de Dios que expresa esta realidad espiritual para todos los tiempos, y que Jesús demostró tan completamente— llega a todos, en todas partes. 

No siempre es fácil admitir esto, especialmente cuando alguien está abogando por algo con lo que no estamos de acuerdo, tal vez fuertemente. Pero cuanto más dispuestos estemos a dar un paso mental atrás y reconocer al orar nuestro terreno espiritual en común como hijos de Dios, el Amor divino, más empoderados estaremos para contribuir a tender un puente entre las divisiones en lugar de exacerbarlas. En un discurso a un grupo grande de miembros de su iglesia, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Mantened en vosotros el verdadero sentido de la armonía, y este sentido os armonizará, unificará y despojará del yo personal” (Mensaje a La Iglesia Madre para 1900, pág. 11).

Cierta vez, estaba dirigiendo un grupo pequeño en una actividad recreativa cuando un par de participantes iniciaron una conversación sobre un tema muy controvertido. Rápidamente se convirtió en una acalorada discusión.

¡Esto me enfureció! No solo se suponía que íbamos a divertirnos, sino que también sentía fuertemente que ambas estaban totalmente equivocadas. Era muy tentador simplemente expulsarlas de la actividad para que pudieran resolverlo sin someter al resto de nosotros a su razonamiento caótico e indignante, como yo lo veía.

No obstante, reconocí que tal enfoque solo crearía más división. Así que, en lugar de ceder a un impulso alimentado por la indignación, me tomé unos segundos para orar en silencio, simplemente abriendo mi corazón al amor sanador de Dios. De inmediato me vino este pensamiento: “Todos ustedes tienen en común un terreno inexpugnable en Mí”.

¡Qué alentador fue esto! Cada uno de nosotros es el reflejo espiritual de la armonía ilimitada de Dios; individual, pero siempre en paz. La sabiduría, la unidad y la bondad de la Mente divina única se expresan en todos nosotros.

Esto no significa que todos debamos tener los mismos puntos de vista sobre las cosas. Pero sí significa que todos estamos equipados de manera innata para resolver los desacuerdos con compasión, humildad y gracia en vez de aferrarnos al resentimiento y la obstinación, los cuales no son parte de nuestra verdadera naturaleza espiritual como hijos de Dios.

La exasperación y la justificación propia que había sentido se desvanecieron, reemplazados por un sentimiento genuinamente cálido hacia ambas personas. Y entonces, inesperadamente, una de ellas preguntó: “¿Qué estamos haciendo? Es tan raro enfrentarnos de esta manera”. La otra estuvo de acuerdo, y el resto de la sesión de actividades fue amistosa y agradable. En un momento dado, esas dos personas incluso volvieron a retomar ese tema candente, con calma y respeto. Y yo aprecié lo que cada una tenía para ofrecer, incluso cuando difería de mis propios puntos de vista.

Unidos por nuestro inquebrantable terreno en común como hijos de Dios, todos tenemos la capacidad de dejar que una visión espiritual de nosotros mismos y de los demás —en lugar del egoísmo, la obstinación o la desesperación— guíe nuestras interacciones. Esto ayuda a iluminar el camino hacia una mayor armonía y progreso.

Publicado originalmente en la columna Christian Science Perspective de The Christian Science Monitor, el 5 de febrero de 2024.

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