Un sábado, cuando tenía una cita para ir a nadar, me caí boca abajo sobre el pavimento frente a la piscina. Me puse de pie, oré brevemente y fui a nadar de todos modos. Pero esa noche, en casa, sentía dolores agudos y punzantes en todo el lado derecho del cuerpo cada vez que me movía o respiraba. El miedo se infiltró en mi pensamiento: “¿Qué pasa si...? ¿Qué debo hacer ahora?”.
Mientras estaba aún buscando una solución, leí el artículo, “You don’t have to understand everything before you’re healed” escrito por Nathan Talbot (véase The Christian Science Journal, November 2001). Se refería a la siguiente inquietud: “Siento que he descubierto la verdad en la Ciencia Cristiana. Pero dudo de mi propia capacidad para demostrarla realmente cuando se trata de sanar. ¿Cuánto interfieren mis dudas en mi curación?”.
En respuesta, el autor dice: “Un niño no tiene que entender la teoría de la electricidad para encender un interruptor de luz. Tú no tienes que saber todo acerca de la gravedad para mantenerte pegado al suelo cuando caminas. Estas son metáforas, pero de la misma manera, hay una ley de Dios operando a tu favor, independientemente de cuánto te des cuenta de ella. Esta es una ley de Amor, del cuidado interminable de Dios por ti”.
Comprendí que podía dejar que mi pensamiento fuera conducido en una dirección espiritual, lejos de la experiencia humana y de la evidencia física de una lesión a mi integridad intacta como imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27). En otras palabras, ¡necesitaba un cambio sanador de perspectiva, una espiritualización de la consciencia!
Al considerar más a fondo estas ideas, me di cuenta de que la curación no se trata de solucionar un problema físico, sino de sintonizarse con la realidad divina, que revela que cada uno de nosotros es la creación perfecta de Dios, abrazada y protegida en todo momento.
Paso a paso, el Amor, Dios, guio mi pensamiento hacia el Espíritu. He aquí algunas ideas adicionales que inspiraron mis oraciones:
La Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana de esa semana incluyó este pasaje de Filipenses: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (2:12, 13).
Solo necesitaba saber que Dios ya me había hecho perfecta. Descubrí que podía estar infinitamente agradecida por este hecho y confiar en Él con todo mi corazón. Cuando acepté estas verdades para mí misma y las anclé en mi conciencia, el miedo desapareció y accedí a realizar nuevos viajes de descubrimiento espiritual.
Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Deja que el modelo perfecto esté presente en tus pensamientos en lugar de su opuesto desmoralizado. Esta espiritualización del pensamiento deja entrar la luz, y trae la Mente divina, la Vida no la muerte, a tu consciencia” (pág. 407). ¿Cuál es el modelo perfecto? Como reflejo de Dios, solo puedo expresar lo que Dios es y lo que hace, y nada en contra de eso.
Me imaginé cómo sería si Dios hiciera un planchazo en la piscina. Cuando lo intenté, ¡me reí mucho! Si realmente me veo a mí misma, a mi verdadera identidad, como la expresión de la naturaleza de Dios, entonces puedo saber que aquí y ahora, siempre y en todas partes, solo reflejo la perfección divina. El accidente que viví no tenía existencia en la consciencia divina. Así que tuve que excluirlo del pensamiento y “tirarlo a la basura”. Necesitaba corregir con firmeza la mentira de que había ocurrido, a fin de hacer espacio para escuchar y sentir la Verdad. ¡Gracias, Dios!
Continué encontrando otras ideas maravillosas en Ciencia y Salud que me ayudaron a reconocer los hechos espirituales, a aferrarme a ellos y a ver las cosas como Dios las ve. La Sra. Eddy escribe, por ejemplo: “Estar ‘con el Señor’ es obedecer la ley de Dios, estar gobernados absolutamente por el Amor divino, por el Espíritu, no por la materia” (pág. 14). Para mí, ser obediente significa, entre otras cosas, estar de portero a la puerta del pensamiento (véase pág. 392) y preguntarme: ¿El origen de este pensamiento es espiritual o material? Si es espiritual, vale la pena albergarlo ; si es material, se le debe negar la entrada a la sugestión en nuestra consciencia. Estar en guardia de esta manera nos bendice, porque sentimos la presencia de Dios, el reino de la perfección divina.
Después de un par de días, estaba claro que el trabajo espiritual había valido la pena. El dolor había desaparecido. Le doy el honor solo a Dios.
Waltraud Lehmann
Frechen, Alemania