¡Ahí estaba de nuevo! Estas explosiones de temperamento eran cada vez más severas, y necesitaba ayuda.
Alguien dijo una vez que el mayor Goliat al que nos enfrentamos quizá sea el ser humano. El ego humano puede parecer una amenaza gigantesca para la paz y el bienestar. Es posible que estemos muy conscientes de los defectos y fallas que incluye esta aparente individualidad material. Pero esta no es nuestra verdadera individualidad creada por Dios y, por lo tanto, es un falso sentido de identidad que puede desafiarse y superarse con valentía a través del Cristo, la influencia benévola y siempre activa del Amor divino. En esta comprensión es donde comenzó mi búsqueda de curación.
Cristo Jesús nunca dudó quién era él. Comprendió plenamente que su naturaleza era semejante a la de Dios, y aceptó esa identidad verdadera. Como hijos de Dios y seguidores de Jesús, nosotros podemos hacer lo mismo.
El yo personal —el sentido de lo que somos y de cómo somos como personalidad material— es un concepto falso. No es una realidad, sino una imagen invertida basada en una comprensión equivocada de Dios y de nosotros como Su semejanza. Si nuestra comprensión de Dios, el Amor divino, es tenue o nebulosa, entonces nos hundimos en la confusión en cuanto a nuestro verdadero estado como manifestación del Amor. Cuanto más claramente comprendamos que Dios, el Espíritu, es el Principio infinito y divino y que nuestro propio ser es espiritual y semejante a Dios en este mismo momento, más claramente veremos que expresamos bondad, pureza e inteligencia, y más salud, seguridad y gracia sentiremos en nuestros corazones y experimentaremos en nuestras vidas.
Es útil saber que no somos los iniciadores de esta comprensión correcta, sino que somos los beneficiarios de ella a través del Cristo, que nos habla continuamente. ¿Estamos escuchando? ¿Qué concepto reconocemos como verdadero, el humano o el divino? En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy aconseja: “Espera pacientemente a que el Amor divino se mueva sobre la faz de las aguas de la mente mortal, y forme el concepto perfecto. La paciencia debe ‘[tener] su obra completa’” (pág. 454).
A veces, aunque oramos, puede parecer que la curación se retrasa. Esto no se debe a que el problema sea real o poderoso, sino simplemente a que la necesidad —lo que sea en el pensamiento que requiera corrección— aún no ha salido a la luz para ser satisfecha por el Amor divino. Pero el Cristo, la Verdad, la pondrá al descubierto. Con frecuencia, nos damos cuenta de que lo que necesitamos es renunciar a algún concepto falso de nosotros mismos para hacer más espacio en nuestro pensamiento para Dios y “el concepto perfecto”. Cuando comprendemos, apreciamos y vivimos las cualidades espirituales y divinas del hombre real, nos liberamos de la tiranía de una mente carnal, que es inevitablemente antagónica a Dios.
Cristo Jesús articuló el camino para salir de este autoengaño en sus enseñanzas, incluyendo las que se conocen como las Bienaventuranzas, que comienzan: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Somos bendecidos cuando somos receptivos y sabemos que necesitamos a Dios y Sus cualidades, como pureza, paz, justicia, paciencia y mansedumbre.
La mentalidad que se aferra a un sentido personal del ser está cerrada a recibir y aceptar la verdadera identidad espiritual que refleja a Dios. Este sentido falso puede ser simplemente una percepción egocéntrica de que somos el centro de nuestro propio universo, incluyendo la pesada creencia de que tenemos que determinar el camino y el éxito de nuestras propias vidas. No obstante, a medida que abrazamos a Dios como el Amor mismo y a nosotros mismos como uno con el Amor, la ternura, la inocencia y la compasión del Amor comienzan a caracterizarnos, y nos encontramos renunciando a este sentido erróneo de la vida en y de la materia. Entonces somos receptivos y aceptamos la comprensión de que vivimos en el Espíritu, Dios, y somos hijos del Espíritu.
Ciencia y Salud explica cómo hacer esto: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor el adamante del error —la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio— que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte” (pág. 242).
El Amor divino es una ley siempre presente de disolución del temor y otros pensamientos erróneos y sus efectos. Cuando vivimos de la mejor manera que sabemos, obedeciendo honesta y humildemente las leyes del Amor divino, ponemos nuestra comprensión actual de lo que somos bajo la jurisdicción directa del poder divino. Entonces, la ley del Amor disuelve las actitudes, temores y creencias egocéntricas supuestamente indisolubles que nos hundirían y nos llevarían al pecado, la enfermedad y la muerte. Al adoptar y amar las Bienaventuranzas y otras verdades que Jesús expuso, la dureza aparentemente impenetrable de este sentido erróneo del yo se suaviza a medida que comienza a disolverse y, finalmente, desaparece.
La mentalidad que se aferra a un sentido personal del ser está cerrada a aceptar la verdadera identidad espiritual que refleja a Dios.
Entonces, volvamos al temperamento volátil mencionado anteriormente, con el que había estado luchando toda mi vida. Al principio de nuestro matrimonio, mi esposo comentó en broma que apenas tenía tiempo de volver a encender la mecha antes de que yo explotara. Su comentario, aunque gracioso, fue revelador, y comencé a orar con fervor para superar este temperamento. La curación no fue rápida, pero supe que Dios trabajaba conmigo. Pasaban muchos meses sin que yo reaccionara, y luego había una explosión. Me sentía vacilante y frágil después de cada reacción volátil. A menudo también me sentía desanimada y derrotada, pero seguía recurriendo a Dios en busca de ayuda.
Entonces, un día, cuando me sentía a punto de explotar, de repente estas palabras surgieron en mi pensamiento: “Estos no son mis sentimientos”. En ese momento sentí la tierna reprimenda del Amor, no de mí, sino del temperamento. A medida que el temperamento se desvanecía, me di cuenta de que nunca había sido parte de mí porque no era verdad acerca de Dios, a quien yo expreso. Esa comprensión jamás me ha abandonado, y los episodios explosivos pronto desaparecieron para siempre.
La Sra. Eddy escribe: “La renuncia a todo lo que constituye el llamado hombre material, y el reconocimiento y realización de su identidad espiritual como hijo de Dios, es la Ciencia que abre las compuertas mismas del cielo; de donde fluye el bien por todos los cauces del ser, limpiando a los mortales de toda impureza, destruyendo todo sufrimiento, y demostrando la imagen y semejanza verdaderas” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 185).
Jesús enseñó que debemos nacer de nuevo, “de agua y del Espíritu” (Juan 3:5). Debemos renunciar a cualquier falso sentido del yo al que nos hemos estado aferrando y abrazar la realidad siempre fresca y libre de lo que somos como creación de Dios. De esta manera, el pensamiento se agita e inspira, y nuestros viejos puntos de vista materialistas de nosotros mismos se desvanecen, junto con las debilidades y defectos de carácter, para nunca regresar.