En mi tristeza después de que una amiga muy querida falleciera, le dije a un colega que temía la próxima celebración del 4 de julio. Eso se debía a que mi amiga —alguien a quien consideraba como familia— siempre me invitaba a ver los fuegos artificiales con ella y otros amigos en su casa. Este año, quería escapar y pasar las vacaciones fuera de la ciudad para evitar sentirme sola y triste. No quería que me recordaran todos los buenos momentos que habíamos pasado juntas.
Mi colega dijo simplemente: “No existen vacíos”. Estaba citando un pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana (pág. 346). Estas tres breves palabras tuvieron un efecto reconfortante e inmediato en mí. Me ayudaron a ver esta verdad espiritual: En realidad, nada falta —es decir, no hay desolación, no hay vacío— porque Dios, que es bueno, está en todas partes y en todos.
Mientras oraba se me ocurrió que, puesto que nunca podemos estar separados del único Dios infinito, entonces no podemos estar separados los unos de los otros. Aunque los seres queridos se alejen o parezcan fallecer, jamás abandonan la infinitud y la unidad del Amor, un nombre bíblico de Dios. Comprendí que el fallecimiento de mi amiga no podía haber dejado un vacío en la totalidad del Amor divino, donde todos habitan. Me sentí en paz sabiendo que tanto mi amiga como yo siempre estamos rodeadas por el Amor e inmersas en él. No hay separación en Dios. Todos somos siempre uno en el Amor.
Después de esta revelación, recibí una invitación para pasar el 4 de julio con unos amigos en otro estado, la cual acepté con gusto. La vi como un resultado directo de mi recién adquirida comprensión espiritual de que, dondequiera que estemos, siempre estamos totalmente envueltos y amados por el Amor divino.
Esta curación del dolor fue solo el comienzo de una expansión mucho más amplia del pensamiento. Ahora comprendo más que la bondad y el poder siempre presentes de Dios eliminan la falsa evidencia de que hay una falta de cualquier tipo. La única falta aparente es de nuestra propia comprensión y aceptación de esa bondad y poder. Cuando reconocemos la totalidad del Amor infinito, nuestra experiencia no puede incluir una falta de propósito, empleo, recursos o relaciones significativas.
Puesto que el Amor llena todo el espacio, también debe llenarnos a nosotros, momento a momento. De hecho, como imagen y semejanza de Dios, cada uno de nosotros refleja el Amor constantemente. Un reflejo nunca está separado de lo que refleja. Esta activa reflexión está ocurriendo constantemente dentro de la infinitud del Espíritu, la Mente, otros dos nombres bíblicos para Dios.
Debido a que la Mente es el único poder, no hay espacio en ninguna parte para un poder opuesto a Dios, el bien. Por lo tanto, el universo, incluyendo a todos los hijos de Dios, está sujeto solo al gobierno basado en el Principio, armonioso e incorruptible de la Mente divina. No puede haber pausas en la acción armoniosa.
Comprendí más profundamente que la sustancia del Espíritu es enteramente espiritual. La unicidad del Espíritu no puede ser tocada o traspasada por la creencia de que faltamos, somos limitados o materiales. La totalidad del Espíritu excluye el algo, o existencia, de la materia y, por lo tanto, de cualquier enfermedad.
Comprender esta totalidad del Espíritu produce una curación espiritual que no es abstracta. Es tangible y concreta, como presencié recientemente cuando una amiga se comunicó conmigo para pedirme tratamiento a través de la oración de la Ciencia Cristiana. Se veía agobiada por una afección ocular. Estaba a punto de viajar de regreso a casa después de asistir a una conferencia relacionada con el trabajo y le preocupaba no poder abordar el vuelo con esa condición. Le preocupaban los arreglos que deberían hacerse para su joven familia si no podía llegar a casa ese día.
Cuando ella llamó, yo estaba escribiendo este artículo y orando con las ideas que contenía. Esto me permitió afirmarle que “no existen vacíos” y que dondequiera que estuviera —en su casa o en cualquier otro lugar— estaba en la presencia infinita que todo lo envuelve de Dios. Le aseguré que la infinitud del Amor divino no deja ningún espacio para que se manifieste en nosotros algo desemejante a Dios, como la enfermedad. Juntas, reconocimos que ella no podía reaccionar a ninguna sugestión material adversa; por ser el reflejo del ser armonioso de Dios —el único poder que existe— solo podía experimentar la acción armoniosa, amor, salud y perfección. También razonamos que su familia no podía quedar sin atención, sino que también estaba totalmente rodeada y sostenida por el Amor divino.
Después de esta charla, la condición disminuyó significativamente y ella pudo abordar su vuelo. Para cuando llegó a casa, estaba completamente sana.
La Sra. Eddy escribe: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (Ciencia y Salud, pág. vii). El infinito sostenedor es espiritual y es sólido. Podemos apoyarnos en él; podemos confiar en él para siempre y en toda circunstancia. Su infinitud implica totalidad, no deja vacíos, ni agujeros, ni nadie pendiente o separado de su poder sustentador. No deja espacio para el temor o el cansancio. Nos llena de una confianza inquebrantable en que el Amor infinito satisface constantemente todas las necesidades humanas.