En 2015, recibí una carta de La Iglesia Madre invitándome a ir a Boston en junio para asistir a las sesiones de capacitación para los Coordinadores de Comunicaciones de todo el mundo. Lo primero que hice fue renovar mi pasaporte. También incluí este plan de viaje en mis oraciones, reconociendo esta invitación como una manifestación del amor de Dios y un apoyo al movimiento de la Ciencia Cristiana en mi país, Camerún.
Luego comencé a trabajar con el consulado de los Estados Unidos para obtener una visa. El procedimiento es muy sencillo: El solicitante llena un formulario en línea, luego es invitado a una entrevista, al final de la cual se concede o se niega la visa.
Pero cuando fui al sitio web del consulado, la fecha más temprana que me ofrecieron fue en septiembre, tres meses después de la sesión de capacitación. Admito que en esta etapa del proceso mi moral estaba en su punto más bajo. Para animarme después de esta mala noticia, me apoyé en estas verdades del Himno 10 del Himnario de la Ciencia Cristiana: “Todo el poder es del Señor, / en Él confiar podemos” (Frederic W. Root). También encontré aliento en el Himno 166, que incluye estas dos estrofas:
Por encima del pecado
siempre está tu salvación;
la alegría permanente
la hallarás en buena acción.
De la gracia a la gloria
con tu fe y tu oración,
ante ti se abre el cielo
y tu guía es el Señor.
(Henry Francis Lyte, adapt. © CSBD)
En mi libreta, escribí en letras mayúsculas: “La propia mano de Dios me llevará a Boston”. En esta etapa del proceso, meditar sobre estos recursos espirituales realmente me animó.
También oré con el primer versículo del Salmo veintitrés: “El Señor es mi pastor, nada me faltará” (LBLA), y me apoyé en varias verdades contenidas en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, específicamente, “La Mente es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que retarde o detenga su acción perpetua y armoniosa” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 283).
Al día siguiente, fui al consulado con la firme determinación de defender mi caso. Pero pasé todo el día allí sin que me recibieran. Cuando llegué a casa, me bombardearon pensamientos de autorreproche y condena. Rechacé con firmeza estas sugestiones y resolví confiar más firmemente en lo que sabía que era verdad de mi estudio de la Ciencia Cristiana.
En un momento de calma, me vinieron a la mente dos ideas. La primera era que sólo hay una Mente, Dios, el único creador del único universo, que es Suyo y en el que no hay fronteras, ni barreras, ni tierras extranjeras. Por lo tanto, al conocerme a mí mismo como Su imagen, y vivir en este universo, podía moverme libremente, sin obstáculos. Reconocí que ninguna circunstancia podía privarme de este derecho divino.
La segunda idea se relacionaba con los sinónimos y las cualidades de Dios. Busqué el significado espiritual de la palabra visa, trabajando con cada una de sus cuatro letras. Así que, la letra v representaría la Vida (Vie en francés), la i la inteligencia, la s la sabiduría (sagesse), la a el Amor (Amour). A partir de eso entendí que en lugar de ser simplemente un sello en un pasaporte, una “visa” también podría entenderse que apunta a la Vida, la inteligencia, la sabiduría y el Amor divinos expresados por cada uno de los hijos de Dios.
Unas horas más tarde, sintiéndome tranquilo y lleno de la inspiración que había estado recibiendo, regresé al sitio web del consulado, en otro intento de programar una reunión. No podía creer lo que veía. Para mi gran sorpresa, la fecha exacta que necesitaba estaba allí: el 1° de junio. Hice clic en él de inmediato para programar la entrevista. Mi alegría era indescriptible.
La entrevista en el consulado transcurrió sin problemas. Al día siguiente tuve mi visa. Dos días después, pude partir hacia Boston para participar en la sesión de capacitación según lo planeado, y continúo sirviendo como Coordinador de Comunicaciones de mi país para La Iglesia Madre.
Sigo infinitamente agradecido por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y a Mary Baker Eddy, su Descubridora.