Una noche, mientras cenaba, sentí cierta sensibilidad en un diente. Mi suposición, basada en la experiencia, era que había algo mal que necesitaba la atención de un dentista.
De repente sentí que el poder de la Ciencia Cristiana me inundaba como un tsunami espiritual, e hizo un cortocircuito en ese pensamiento materialista. Contemplé las tres décadas que había estudiado y practicado la Ciencia Cristiana, incluida la consagrada oración que había hecho durante el último mes sobre una difícil situación internacional mencionada en las noticias. Me pareció particularmente poderosa una idea de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, que aparece en un párrafo junto al encabezado marginal “Un solo estándar”. Mary Baker Eddy escribe: “Dios no podría nunca impartir un elemento del mal, y el hombre no posee nada que él no haya derivado de Dios” (pág. 539).
En ese momento me di cuenta de que la comprensión metafísica que había estado aplicando a un problema más amplio también podía dirigirse a protestar por la sensación en mi boca. La Ciencia Cristiana enseña que la curación no se produce aceptando que los males físicos son reales y tratando luego de que la materia enferma esté bien. En cambio, declaramos y reclamamos nuestra verdadera identidad como 100 por ciento espiritual —hecha a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu— y 100 por ciento bien aquí y ahora.
Sobre esta base, comprendí que la sensación física era sólo una sugestión mental, no una realidad. No tenía que creer en lo que mi comprensión espiritual sabía que era una mentira. Dios jamás creó el mal en ninguna forma, y dado que Dios es el único creador y poder real, en verdad, no podía pasar nada malo con un diente. Me sentí como el “nuevo hombre” descrito en el libro de Efesios en la Biblia (véase 4:24) al defender justa y apropiadamente mi verdadera identidad por ser espiritual y buena.
Había estado leyendo artículos de las revistas de la Ciencia Cristiana mientras comía, y continué haciéndolo, aplicando las verdades que leía a esta situación. No pensé mucho más en ello; y a la mañana siguiente, en el desayuno, no había rastro de las molestias de la noche anterior. La siguiente vez que visité a un dentista, no le dije nada sobre el problema que había tenido, y él no informó de ninguna área problemática. Y el diente se ha mantenido normal en los más de dos años transcurridos desde entonces.
Me regocijé, porque esta curación representaba el reino de los cielos, el reino de la armonía, lo que yo entiendo que es la perla de gran precio (véase Mateo 13:45, 46) que no se puede comprar con dinero, sino que se experimenta al estudiar y practicar la Ciencia Cristiana. Ha aumentado enormemente mi deseo de seguir creciendo espiritualmente, y continúo orando con regularidad sobre las situaciones mundiales problemáticas.
Estoy muy agradecido a Dios por Su infinita protección y cuidado, a Jesús por mostrarnos el Camino y a la Sra. Eddy por organizar una iglesia para “restablecer el cristianismo primitivo y su perdido elemento de curación” (Mary Baker Eddy, Manual de La Iglesia Madre, pág. 17).
Dan Ziskind
Ballwin, Missouri, EE.UU.