Fue un excelente ejemplo de integridad, tanto de él como de ella. De camino a la casa de un funcionario de la sinagoga llamado Jairo, Cristo Jesús se detuvo para identificar y atender a alguien de la multitud que lo rodeaba. Una mujer había tocado el borde de su ropa en su desesperada búsqueda de curación. Se la consideraba impura debido a su larga enfermedad, y la ley religiosa le prohibía entrar en contacto con otras personas. Cuando se acercó a Jesús, admitió con temor pero con honestidad que lo había tocado y que había sido sanada. Jesús le dijo con mucho amor: “Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:34).
Esta historia bíblica muestra los dos lados de la integridad, y ambos son importantes en la curación. Una es la moralidad expresada por la fe, la honestidad y la determinación de la mujer. El otro significado, y el más elevado, de la integridad es lo que Jesús le dio a la mujer: la comprensión de que ella misma era completa, libre de pecado y enfermedad.
El mensaje “Sé salva” también nos habla a nosotros. Muchas de las cosas que nos rodean —las relaciones, el gobierno, la salud, etc.— pueden parecer quebrantadas. Anhelamos reparar lo que nos preocupa. Y, al igual que la mujer, podemos confiar en nuestro deseo puro de que el bien nos guíe hacia el Cristo, el mensaje sanador de Dios a la consciencia humana que nos asegura que nosotros y todos ya somos completos.
Si queremos seguir a Jesús al sanarnos a nosotros mismos y a los demás (y podemos hacerlo), cualidades morales fuertes, como la honestidad y la humildad, son esenciales. No obstante, es importante dejar que la moralidad nos lleve más allá de la bondad humana hacia la espiritualidad, o a caminar más de cerca con Dios, el Espíritu divino. El sentido humano de la virtud tiende a aceptar que el mal existe junto con el bien, mientras que Jesús sanó al reconocer que sólo el bien se deriva de Dios y es poderoso. Demostró que sólo el bien constituye la realidad.
A medida que Mary Baker Eddy sanaba a otros después de su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, comprendió que la humanidad necesitaba ser educada y liberada de la creencia de que el mal es real. Ella explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Si la bondad y la espiritualidad son reales, el mal y la materialidad son irreales y no pueden ser el resultado de un Dios infinito, el bien” (pág. 277).
¿Cómo llegamos a un punto en nuestras oraciones donde el mal —ya sea el pecado o la enfermedad— ya no nos parece poderoso y real? Podríamos empezar por reconocer y ceder profundamente a la abundante bondad de Dios, que Ciencia y Salud describe es exclusivamente real. Dios se nos manifiesta como el Principio de todo el bien, que no crea la enfermedad ni la conoce.
La creencia de que nosotros y nuestros problemas son materiales nos impediría aceptar que somos completos. Pero saber, como enseña la Ciencia Cristiana, que la salud es una condición de la Mente, Dios, no de la materia, nos muestra que nuestras vidas no dependen de la materia. La Sra. Eddy explica: “Si concuerda usted conmigo en que la materia no es ni sustancia, ni inteligencia, ni Vida, puede quedarse con todo lo que de ella resta; y habrá usted tocado el borde del vestido de la idea que Jesús tenía acerca de la materia” (Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 74-75).
Somos capaces de ver que todo está bien con nosotros porque un Dios completamente bueno, la Mente divina, es la fuente de lo que realmente somos como semejanza de la Mente. Nuestra unidad con Dios es nuestra integridad y nos da todas las cualidades de la Mente —incluidas la pureza, la comprensión y la fortaleza— que nos hacen completos para siempre. Comprender esta verdad espiritual comienza de inmediato a eliminar los temores y las falsas creencias que producen la enfermedad.
Conocí de primera mano el poder de Dios para mantener nuestra salud. Mi esposo y yo estábamos en el norte de África cuando inesperadamente experimenté muchos días de un flujo menstrual anormal. Mientras un practicista de la Ciencia Cristiana oraba por mí, seguí viajando. Un día, aproximadamente una semana después, sentí que había extendido la mano y tocado el borde del manto del Cristo, la Verdad, y recibí renovada inspiración. Llamé al practicista para decirle que estas palabras de un himno me parecían muy ciertas: “Alégrate, porque sano estás”.
La estrofa completa dice:
Doy gracias, Padre-Madre,
por Tu bendita luz,
que a todos nos atrae
a ver Tu excelsitud.
A Ti doy gracias
cuando me alejo del error,
y escucho Tu llamado que dice:
Alégrate, porque sano estás.
(John Randall Dunn, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 374, © CSBD, según versión en inglés)
Esto me aseguró que Dios es mi Padre-Madre y me cuida de la misma manera que un padre cuida a un hijo. No tenía que creer que cualquier acción anormal del cuerpo tuviera realidad o poder para persistir. Podía dejar de preocuparme por la exagerada acción corporal y saber con confianza que Dios me había hecho a mí, y a toda la creación, puramente espiritual y que este reconocimiento corregiría la anormalidad. Ese día marcó el fin del problema.
Ninguna condición discordante puede quitarnos el reconocimiento de que expresamos todas las cualidades de la Mente, incluida la salud. La curación viene con la comprensión de nuestra integridad espiritual que el Cristo revela a nuestro corazón receptivo. Diariamente podemos llegar a conocer nuestra unidad indivisible con Dios. La armonía y la salud, no la discordia y la enfermedad, le pertenecen a lo que todos somos realmente: el hombre completo de Dios, la semejanza del Espíritu.
Susan Stark, Gerente de redacción
