Hace unos años, comenzó a desarrollarse un crecimiento muy doloroso y rígido en la articulación de uno de mis dedos, desfigurándolo y doblándolo hacia un lado.
Al principio, comenzaron a venirme pensamientos que sugerían que eso era inevitable debido a la edad, tales como: “Bueno, estás en una edad en que aparecen cosas así y debes esperar que ocurra esto”. También: “Los años no vienen solos”, una expresión muy conocida.
Pero yo he aprendido algo muy diferente en la Ciencia Cristiana. Hace muchos años cuando comencé a estudiar sus enseñanzas, las mismas me presentaron a Dios como todopoderoso y eterno, y al hombre (es decir, todos los hombres y mujeres) como el reflejo o idea de Dios, con una identidad totalmente espiritual que no es tocada por el tiempo o la edad. Fue extraordinario descubrir que Dios no es solo nuestro Padre y Madre, sino que nosotros somos uno con Él. En otras palabras, somos inseparables como Padre-Madre e hijo, coexistentes como la Mente divina e idea, en perfecta armonía, en todo sentido y para siempre.
Cuando noté la condición en el dedo, comencé a orar y a afirmar estas verdades. Sabía que Dios es supremo, el único hacedor, y que Sus leyes son leyes espirituales de armonía y perfección. Dios no hace leyes materiales que resulten en edad o deterioro, tampoco es afectado por cosas como el paso de los años, puesto que Él es el bien eterno e inalterable. Además, el hombre que Dios creó y con quien coexiste, tampoco es afectado por la edad o el deterioro, porque él vive con su creador en el presente eterno.
Razoné que mi identidad espiritual, por ser eterna e intemporal, es como una hermosa pieza musical. Así como una hermosa melodía tiene una belleza permanente inalterada por el tiempo, lo mismo es cierto para el hombre, la obra maestra de Dios. El hombre por ser el reflejo del Alma, Dios, es eternamente hermoso y perfecto y jamás está sujeto al deterioro o a la decadencia.
Estuve analizando mucho estas ideas por algunos meses, y oré con ellas. Un día, me di cuenta de que el dedo que se había deformado estaba normal y perfectamente derecho, como los otros, y yo estaba libre de dolor.
Esta curación ha sido un hito para mí. Cuando han surgido diferentes desafíos a lo largo de los años, me he aferrado a lo aprendido en esta experiencia, y he podido vencer lo que aparentaba ser insuperable. Mary Baker Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Cada desafío a nuestra fe en Dios nos hace más fuertes” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 410). Realmente es así. Cada circunstancia que nos exige poner en práctica lo que vamos comprendiendo en la Ciencia Cristiana nos fortalece, aumenta nuestra comprensión acerca de Dios y de nosotros mismos y nos demuestra esa maravillosa unidad que tenemos con nuestro creador.
Mari G. de Milone
Montevideo, Uruguay