Hay una historia en la Biblia acerca de un hombre cojo que es llevado a diario a sentarse en la puerta de un templo y mendigar dinero (véase Hechos 3:1-8). Cuando se dirige a los discípulos de Cristo Jesús, Pedro y Juan, Pedro le dice al hombre: “Míranos”. El relato dice que “les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo”. Y continúa: “Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios”.
El hombre esperaba que Pedro y Juan lo ayudaran —incluso si no resultaba ser de la manera en que él pensaba— y fue receptivo, confiado y sanó por completo.
La expectativa jugó un papel importante en mis oraciones recientemente. Estaba sola en casa, y me resbalé y caí con fuerza sobre mi mano y muñeca. El intenso dolor hacía difícil pensar con claridad. Pero debido a que he confiado en medios espirituales para sanar a lo largo de mi vida y he sido testigo de muchas curaciones solo a través de la oración, mi expectativa era que Dios me consolaría y sanaría.
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