Durante muchos años fui prisionera del miedo. Mis padres eran amorosos y me apoyaban, pero como sentía que mis miedos eran irracionales y me preguntaba si podría estar mentalmente enferma, me los guardaba para mí. Pero sí confié en los practicistas de la Ciencia Cristiana a lo largo del camino.
Fui criada en la Ciencia Cristiana, y me habían enseñado que Dios es Amor y que es nuestro Padre divino y nuestro tierno Pastor. Durante este tiempo, a menudo oraba con mi promesa favorita de la Biblia: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te daré fuerzas y te ayudaré; te sostendré con mi mano derecha victoriosa” (Isaías 41:10, Nueva Traducción Viviente). Con este reconfortante versículo de la Biblia y las oraciones de los practicistas a los que recurrí en varias ocasiones, tuve la fortaleza para seguir adelante.
Mi camino hacia la curación mediante la oración fue gratificante, aunque pareció arduo. Instintivamente sabía que enfrentar este desafío era una oportunidad para amar más a Dios y alcanzar una mayor confianza en Su presencia y poder. Estaba familiarizada con este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Quienquiera que desee demostrar la curación por la Ciencia Cristiana, tiene que atenerse estrictamente a sus reglas, tener en cuenta cada declaración, y avanzar desde los rudimentos establecidos. No hay nada difícil ni penoso en esta tarea, cuando el camino está señalado; pero solo la renuncia al yo, la sinceridad, el cristianismo y la persistencia ganan el premio, como generalmente lo hacen en todas las actividades de la vida” (Mary Baker Eddy, pág. 462).
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