Relatos de curación
Deseo expresar mi profunda gratitud por la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens) , y por cómo ha bendecido a mi familia y a mí con amor, progreso y salud. Conocí la Ciencia cuando era adolescente, mientras vivía en mi país natal, Cuba, y estoy agradecida por las profundas raíces espirituales establecidas cuando asistía a mi primera iglesia filial.
Cuando era estudiante del último año de la escuela secundaria, mi mejor amiga me dio a conocer la Ciencia Cristiana. Nos enfrascábamos en interminables discusiones porque yo tenía muchas preguntas que hacerle.
Hace algunos años, aunque había sido una estudiante de la Ciencia Cristiana, me vi involucrada en una relación inmoral con un hombre con el que trabajaba (yo me había divorciado hacía poco, y él era casado). Yo estaba completamente obsesionada pensando en él.
¡Vaya y lea el Salmo noventa y uno! Eso fue lo que me dijo el practicista de la Ciencia Cristiana. Mis padres se habían divorciado; yo no conocía a mi padre.
Cuando era un bebé, mi cuerpo comenzó a rechazar toda clase de alimento. Todo lo que se me daba para comer lo devolvía inmediatamente.
Nuestros dos primeros hijos nacieron rápidamente y sin dolor, y estos fueron períodos de crecimiento espiritual y de felicidad. Cuando estábamos en espera de nuestro tercer hijo, oramos para saber que la creación de Dios es completa y que Dios, no el hombre, es el creador.
Estoy profundamente agradecida por las curaciones que experimenté durante un momento de prueba, y escribo este testimonio con la esperanza de que pueda ayudar a otros. Poco después del nacimiento de nuestro segundo hijo, nos mudamos con nuestra familia a una ciudad donde estaba la universidad, para que mi esposo continuara su trabajo como graduado.
Una noche en el año 1983, me dio un severo ataque al corazón. Yo estaba muy atemorizada, y aunque había dependido de la Ciencia Cristiana por muchos años y había tenido muchas curaciones, esta vez consentí en que me llevaran a un hospital.
Durante los primeros años de mi carrera como bailarín de baile clásico, sufría frecuentemente de enfermedades relacionadas con mi profesión, y del temor de experimentarlas. A pesar de los tratamientos médicos que recibía volvía a tener las enfermedades.
Unos dos meses antes de la Asamblea Anual de La Iglesia Madre para 1987, percibí que podía oír muy poco por uno de los oídos. Cuando esto sucedió inmediatamente me puse a orar, razonando con las verdades espirituales de Dios y del hombre.