Relatos de curación
Hace unos cuantos años me enfermé repentina y gravemente. A pesar de que la enfermedad no fue nunca diagnosticada, los síntomas parecían como si se hubiera reventado el apéndice.
Un domingo por la mañana, cuando era Primer Lector en la filial de la Iglesia de Cristo, Científico, sentí de pronto una tremenda náusea. Esto sucedió durante la lectura de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.
Cristo Jesús comparó el reino de los cielos con “un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45, 46). Hace unos diez años conocí la Ciencia Cristiana por medio de un amable amigo, quien percibió mi anhelo de ser más espiritual.
Durante muchos años, sufrí de dolor de garganta y era tan agudo que casi no podía hablar. Oré de todo corazón pidiéndole a Dios que me guiara e iluminara.
Durante un fin de semana, cuando mi esposa no se hallaba en la casa, me enfermé de lo que parecía ser cálculos en los riñones. El domingo siguiente tenía la obligación de servir como ujier principal en nuestra filial, y no quería estar ausente.
Aunque pertenecía a una familia que mantenía muy estrechamente las tradiciones culturales prevalecientes, a temprana edad conocí la Biblia en la escuela de misioneros donde fui educado. Este estudio de las Escrituras me condujo, más tarde, a investigar yo mismo varias filosofías y religiones, incluso la Ciencia Cristiana.
Siento una gran felicidad por haber asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y estoy agradecida por los dedicados maestros de la Escuela Dominical quienes alentaron mi progreso durante mis primeros años en la Ciencia. Una vez, cuando todavía era joven, tuve un fuerte resfriado, y mucha tos.
Durante mi adolescencia me sentía convencida de la presencia de Dios, pero estaba insegura en cuanto a la naturaleza de Su poder. Mi madre y yo estábamos interesadas en el espiritismo, y habíamos asistido a algunas sesiones.
Hace veinte años, aunque me sentía dotada de belleza, inteligencia, talento y éxito, al igual que relacionada con importantes personas en la cultura y el arte (yo era pintora, escritora y periodista), era una persona triste y desdichada. Sujeta a la tradición religiosa de mi familia, había aceptado con amargura la creencia de que como yo tenía tanto, debía pagar un alto precio.
Cuando mi esposo y yo nos mudamos recientemente con nuestra bebé a una localidad lejos de nuestros familiares, no solamente fue difícil para mí adaptarme a este ambiente desconocido, sino que también sentí las responsabilidades adicionales de ser madre por primera vez. Un día, unas pocas semanas después de nuestra llegada, estaba agobiada por un severo dolor de cabeza y fiebre.