En junio de 1977, apenas tres meses después de mi regreso a Sydney, mi marido me abandonó repentinamente. Me encontré con muy poco dinero, sin trabajo y sin lugar donde vivir. Sólo disponía de una semana en la cual encontrar alojamiento para mí y cuatro animales domésticos. Todos los agentes de bienes raíces que iba a ver me decían que no había casas para alquilar, y, que de haberlas, los animales no serían aceptados; además, el alquiler sobrepasaría lo que yo podía pagar.
Durante la semana oré, razonando de acuerdo con la comprensión de la Ciencia Cristiana que hasta ahora había obtenido. En determinado momento, cuando la situación parecía ser singularmente desesperada, abrí el Himnario de la Ciencia Cristiana, y, hojeándolo, ví la palabra “designio”. A medida que leía me fue invadiendo un sentimiento de paz y la comprensión de que nuestras necesidades están siempre satisfechas como parte del designio de Dios para Su creación.
Esa semana había estado atendiendo un negocio que pertenecía a un conocido. A mediados de semana me sentí inspirada a preguntarle a uno de los clientes si sabía de algún lugar para alquilar. Me dijo que me comunicara con una persona en una determinada oficina de bienes raíces y que le dijera que yo estaría dispuesta a aceptar una vivienda temporaria. Hice exactamente eso, y el vendedor exclamó: “Usted no alquilaría una casa por dos meses, ¿no? Un hombre llamó ayer ofreciendo una casa para alquilar, y le dijimos que nadie aceptaría una casa por sólo dos meses”. Alquilé la casa. Resultó que me quedé allí por seis meses, y durante ese tiempo tomé instrucción en clase en la Ciencia Cristiana.
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