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En junio de 1977, apenas tres meses después de mi regreso a Sydney,...

Del número de febrero de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En junio de 1977, apenas tres meses después de mi regreso a Sydney, mi marido me abandonó repentinamente. Me encontré con muy poco dinero, sin trabajo y sin lugar donde vivir. Sólo disponía de una semana en la cual encontrar alojamiento para mí y cuatro animales domésticos. Todos los agentes de bienes raíces que iba a ver me decían que no había casas para alquilar, y, que de haberlas, los animales no serían aceptados; además, el alquiler sobrepasaría lo que yo podía pagar.

Durante la semana oré, razonando de acuerdo con la comprensión de la Ciencia Cristiana que hasta ahora había obtenido. En determinado momento, cuando la situación parecía ser singularmente desesperada, abrí el Himnario de la Ciencia Cristiana, y, hojeándolo, ví la palabra “designio”. A medida que leía me fue invadiendo un sentimiento de paz y la comprensión de que nuestras necesidades están siempre satisfechas como parte del designio de Dios para Su creación.

Esa semana había estado atendiendo un negocio que pertenecía a un conocido. A mediados de semana me sentí inspirada a preguntarle a uno de los clientes si sabía de algún lugar para alquilar. Me dijo que me comunicara con una persona en una determinada oficina de bienes raíces y que le dijera que yo estaría dispuesta a aceptar una vivienda temporaria. Hice exactamente eso, y el vendedor exclamó: “Usted no alquilaría una casa por dos meses, ¿no? Un hombre llamó ayer ofreciendo una casa para alquilar, y le dijimos que nadie aceptaría una casa por sólo dos meses”. Alquilé la casa. Resultó que me quedé allí por seis meses, y durante ese tiempo tomé instrucción en clase en la Ciencia Cristiana.

Mi ex marido y yo todavía éramos propietarios de una casa en Tasmania, pero estábamos atrasados en los pagos de la hipoteca. Hacia fines del sexto mes de haber estado en Sydney, me vino la idea de volver a Tasmania y usar la propiedad como una casa de huéspedes para turistas. Por supuesto, esto implicaba que tendría que llevar mis muebles a Tasmania, ya que la casa estaba vacía. Y como hasta ahora no había tenido un empleo permanente, no poseía el dinero suficiente para trasladar los muebles.

Como resultado de la oración, fui guiada a entrevistar a un gerente de banco, un hombre que jamás había visto. Allí mismo me prestó el dinero necesario para la mudanza, aunque admitió que hacer esto era contra su lógica bancaria. Esto sólo fue una prueba más de que la Mente divina gobierna y satisface todas nuestras necesidades.

En el proceso de establecer la casa de huéspedes en Tasmania, llegué al punto en que gasté todo el dinero. Un día, calmadamente oré. Al cabo de un rato el temor se evaporó. Luego me sentí consciente de la gran verdad de que Dios está siempre guiándonos, y que las ideas correctamente motivadas siempre incluyen todo lo que es necesario para su realización. Como media hora más tarde, oí que alguien llamaba a la puerta. ¡Eran mis primeros huéspedes! Todavía necesitaba algunos miles de dólares para pagar la deuda hipotecaria de la casa y cubrir otros gastos. No obstante, continué confiando en el Padre y pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí. Cierto día, recibí un llamado telefónico de una mujer a quien sólo había visto dos veces anteriormente. Me preguntó si tenía problemas financieros, y, cuando le expliqué, ofreció prestarme todo el dinero necesario. Con gran agradecimiento acepté esta generosa oferta.

En esa época también instalé un salón de belleza y lo atendí junto con el otro negocio, hasta que tuve que decidirme por uno o el otro, y me decidí por el salón. Esto me llevó a tomar un empleo de media jornada como profesora de la escuela técnica en mi pueblo.

Sin embargo, mi situación financiera todavía era inestable puesto que tenía muchos compromisos, de manera que pedí a un practicista que me ayudara con este problema por medio de la oración. Poco después, me ofrecieron otra cátedra de media jornada. De buen grado acepté este cargo, aunque era en un pueblo a cien kilómetros del mío y en aquella época no tenía auto. Todas las semanas me las arreglaba para llegar a mi clase. Había días en que no tenía idea alguna de cómo iba a llegar. El medio de transporte venía de las fuentes más inesperadas. Esta experiencia me enseñó que Dios nos dirige a lo largo de todo el camino cuando confiamos en Él plenamente. Como resultado de aceptar esa cátedra, pude comprarme un auto. Más tarde pude saldar todos los préstamos, y quedé solvente financieramente.

Estoy profundamente agradecida a mi abuela, quien me dio a conocer la Ciencia Cristiana a edad muy temprana, y quien insistió en que concurriera a la Escuela Dominical. Y, principalmente, estoy agradecida por la maravillosa verdad de que Dios es Todo.


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