Cuando encontré la Ciencia Cristiana yo era una persona muy satisfecho de mí mismo. Sentí que podía hacer (y así hice) justamente lo que deseaba. Poseía lo que yo consideraba una atractiva personalidad. No tenía ambiciones más allá de mi propia bienestar. Por cierto, pensaba que tenía que haber un original, incluso una buena causa, aunque no sabía de qué clase; pero creía que este originador tenía muy poco o nada que ver con mis propósitos presentes.
Conocí la Ciencia Cristiana por sus libros de texto: la Biblia, y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Un estudiante de esta Ciencia me facilitó un ejemplar de cada uno. En ese tiempo yo consideraba que el estudio de religión era, cuando mucho, una escapatoria para no hacer frente a los problemas. Sin embargo, acepté leer Ciencia y Salud porque al parecer ofrecía una perspectiva interesante y, tal vez, hasta útil.
Cuando leí Ciencia y Salud, su contenido me impresionó muy profundamente. Me sentí arrepentido inmediatamente de pasados errores pero, al mismo tiempo, experimenté un sentido de libertad y regocijo que solo creía existía en sueños. De hecho, apenas podía creer que tal sentido de libertad y regocijo pudiera realmente existir. Me parecía como si un nuevo mundo estuviera frente a mí en la forma y sentido descritos en este pasaje del libro (pág. ix): “Un niño embebe el mundo exterior con la vista y se regocija con ello. Está tan seguro de la existencia del mundo como de la suya; sin embargo, no puede describir el mundo”. Trabajando para establecer y ampliar esta nueva perspectiva, he experimentado el cuadro que nos describe el resto de ese párrafo: “Halla unas cuantas palabras y con éstas, balbuciente, trata de comunicar sus sentimientos. Más tarde la lengua expresa pensamientos más definidos, aunque todavía de una manera imperfecta”.
Desapareció para mí un sentido superficial de satisfacción, cuando supe que el verdadero regocijo no solamente era posible, sino que se podía lograr. (Habiendo comprendido esto, el volver atrás era prácticamente imposible; uno no puede engañarse a sí mismo.) Razoné que si el libro de texto me podía revelar esto, su método para demostrar la verdad también debía de ser correcto. Este conocimiento probó tener una sólida base siempre que el camino se hacía difícil.
Había trabajo que hacer, y tenía que lograr cambios en mi carácter para poder alcanzar un nivel más elevado. Un buen número de hábitos indeseables, tales como el uso ilegal de drogas, el vicio del cigarrillo y el de las bebidas alcohólicas, fueron eliminados uno por uno. Era como si mis acusadores estuvieran saliendo “uno a uno... hasta los postreros” (Juan 8:9). A lo largo del camino tuve que enfrentar problemas físicos y emocionales, y recibí mucha ayuda de practicistas de la Ciencia Cristiana durante esos tiempos difíciles. Pero mi principal deseo fue siempre el ser sincero con esta nueva realidad que me había sido revelada y confiar en Dios, que es la fuente de todo lo que es real, para que Él me cuidara en el camino.
La posibilidad de hacerme miembro de La Iglesia Madre fue una demostración de inestimable valor en este respecto. Sin reservas admití las sabias estipulaciones del Manual de La Iglesia Madre (por la Sra. Eddy), pero no pude aceptar de inmediato que todas las condiciones para ser miembro estaban de acuerdo con lo establecido en el Manual. Como yo había comenzado a reconocer que la Iglesia y mi verdadera identidad eran la evidencia del amor de Dios, con toda sinceridad traté de resolver este problema. Hasta escribí al Secretario de La Iglesia Madre solicitando los requisitos para ser miembro. La respuesta que recibí señalaba lo que la Sra. Eddy ha escrito sobre este particular. Al mismo tiempo, mi propia percepción sobre el verdadero valor que tiene para el individuo y la sociedad el observar esos requisitos, me llevó a la conclusión de que los sabios preceptos del Manual, y mi propio entendimiento, estaban convergiendo. En poco tiempo me di cuenta de que no había razón para no hacerme miembro, y presenté mi solicitud lo antes posible.
Habiendo determinado este punto, también me hice miembro de una iglesia filial de la Iglesia de Cristo, Científico; y más tarde tomé instrucción en clase de la Ciencia Cristiana. He tenido, y continúo teniendo, el privilegio y la satisfacción de servir a nuestra causa desempeñando varios puestos. Aunque esto es para mí, por supuesto, la forma de expresar mi “más definido pensamiento”, mi ambición ahora es perfeccionarme más para que otros experimenten, como he llegado yo a experimentar, la libertad y el regocijo que trascienden el mero sentido humano de sentirse contento.
Chicago, Illinois, E.U.A.
