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Mi esposo y yo hemos obtenido una mayor comprensión acerca de...

Del número de abril de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi esposo y yo hemos obtenido una mayor comprensión acerca de Dios, mediante el estudio de Ciencia Cristiana, lo cual nos ha traído muchas curaciones. Hemos sido sostenidos financiera, física y mentalmente, por medio del reconocimiento de que Dios es nuestro omnipresente Padre-Madre.

Una de las experiencias más sobresalientes fue la curación de un persistente y abrumador sentido de temor. Hace algunos años, la prensa publicaba con frecuencia noticias referentes a un hombre que en nuestra ciudad estaba raptando y asesinando a mujeres que tenían más o menos mi edad. Por esa época, yo creía que mi experiencia en karate sería una buena protección contra ese peligro. Pero después, supe que el hombre estaba usando una sustancia química para someter a sus víctimas. Me aterrorizaba pensar que si yo era atacada, se me podría privar de mi capacidad para pensar y actuar coherentemente.

En este punto me di cuenta de que había estado encarando incorrectamente este problema. Parte de un versículo de la Biblia me vino a la mente (1 Juan 4:18): “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. Empecé a reflexionar sobre la manera en que el amor podría reemplazar el temor que yo sentía. Pero como estaba razonando desde un punto de vista humano y limitado del amor, no podía calmar mi pensamiento. “¿Cómo puedo amar a alguien que no es bueno?”. Ésa era la pregunta que me parecía tan desconcertante.

Esa noche me acosté y permanecí despierta por largo rato luchando todavía con ese sentido de temor, pero orando para saber que mi tierno Padre, Dios, me proporcionaría las ideas que necesitaba para sobreponerme al temor. A las cuatro de la madrugada, me desperté con un maravilloso y claro sentido de que Dios es Mente. Había estado temiendo que se me pudiera privar de la capacidad para pensar — de mi mente, de las tal llamadas funciones cerebrales humanas — cuando que lo que realmente me gobierna a mí (y a toda la humanidad), es la omnipotente y omnipresente Mente, Dios. Ya sea que estemos conscientes o inconscientes, despiertos o dormidos, nosotros siempre estamos bajo el gobierno y dirección de Dios.

Cuando reconocí que esto era verdad para mí, percibí que también tenía que ser verdad para mi presunto agresor. Él también estaba sujeto a la Mente divina únicamente. Él no podía ser víctima ni hacer a otros víctimas de la lujuria o crueldad, porque, en realidad, Dios era su Mente. Esta comprensión separó el crimen del individuo. Yo podía despreciar la maldad, y de esa manera amar verdaderamente al hombre, no con un sentido personal y limitado del amor, sino con el amor que Jesús mostró a la mujer adúltera. Negándose a condenarla, él simplemente dijo (Juan 8:11): “Vete, y no peques más”. Una comprensión más cabal de que Dios es Amor era lo que yo necesitaba y lo logré. Esto me curó totalmente del miedo.

Muchas otras curaciones han apoyado mi confianza en la protección del Amor divino. En cierta ocasión durante un juego violento recibí un fuerte golpe en la nariz y parecía que se me había roto. Unos años antes de ocurrir esto, cuando aún yo no era una estudiante de Ciencia Cristiana, me rompí la nariz y me llevó varias semanas para sanar. Esta vez, la curación se efectuó casi instantáneamente. Mi esposo dijo en voz alta la primera oración de la “exposición científica del ser”, del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, por la Sra. Eddy, que declara (pág. 468): “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”. Al escuchar esto, me di cuenta de que esta declaración era una verdad absoluta e irresistible. Con esto sané por completo. No quedó ninguna marca en la nariz, ni entonces ni después. Aunque yo también me había sentido irritada y beligerante antes del incidente, esos sentimientos se desvanecieron de inmediato.

En otra ocasión, cuando mi esposo se dirigido a aceptar un nuevo empleo al otro extremo del país, la mudanza se llevó a cabo con facilidad; el alojamiento y necesidades económicas fueron abundantemente satisfechas.

Con la adición de niños en nuestra familia, se han aumentado las oportunidades para confiar más en el amor sanador de Dios. Una tarde, cuando nuestro hijo mayor parecía estar muy enfermo, oré para saber qué era lo que necesitaba sanar. Me vino a la mente la idea de envenenamiento. Al principio estaba temerosa, pero dos factores espirituales vinieron a mi rescate. Uno fue que si Dios hizo al hombre puro, a Su imagen y semejanza, nuestro pensamiento no podía estar envenenado por duda o desconfianza del cuidado de Dios. El segundo fue una declaración de Ciencia y Salud (pág 463): “Una idea espiritual no tiene ni un solo elemento de error, y esa verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo”. Al afirmar yo esto en voz alta, el niño escupió. Después, se quedó tranquilo y feliz, había sanado por completo.

Cuando nuestra hija tenía un poco más de un año, su cara se le llenó de llagas. (Aunque el aspecto era desagradable a la vista, no me parecía que era algo contagioso). Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para qué orara por ella, y por mí para liberarme del temor. El estudio de la palabra “sustancia”, como se usa en los escritos de la Sra. Eddy, fue de gran ayuda en ese momento. La curación se efectuó después de varias semanas, pero ciertamente valió la pena la persistencia, pues juntamente con la restauración de su piel, clara y hermosa, también hubo un cambio en el comportamiento de nuestra hija. Quiero agregar que mientras yo estaba trabajando en este problema, en busca de una mejor comprensión de sustancia, una situación discordante en mi empleo se resolvió.

Llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana, cuando nuestro hijo menor, que por esa época era recién nacido, se cayó desde una gran altura y se golpeó la cabeza contra el suelo. La verdad de que el niño no se había caído del cuidado de su Padre, del cuidado de Dios, fue un gran consuelo. El practicista me indicó un párrafo en la página xi de Ciencia y Salud el que comienza: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma”. El niño no sufrió contusiones, y no tenía ningún malestar aparente cuando lo desperté a la mañana siguiente. Su disposición natural y feliz no había cambiado y ha permanecido así.

Por éstas y otras muchas bendiciones que han sido prueba del tierno y poderoso cuidado de nuestro Padre-Madre; y por la Ciencia Cristiana que nos muestra cómo aprender más acerca de Dios. Estoy sumamente agradecida.


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