Relatos de curación
Estaba en el séptimo mes de embarazo de mi hija menor, cuando recibimos la noticia de que había fallecido el sobrino de mi marido. Esto me afectó mucho, y además del dolor de la pérdida me invadió un gran miedo por la salud de la criatura.
Durante varias décadas, padecí de síntomas recurrentes de asma bronquial, los que eran a menudo agresivos. Pero un día recibí de regalo una suscripción a El Heraldo de la Ciencia Cristiana y empecé a leer todos los artículos y testimonios de esta revista.
Una mañana, iba en mi motoneta rumbo al trabajo, cuando choqué contra una motocicleta que estaba delante de mí, golpeándome muy fuerte el pie. Como consecuencia, me salí del camino y terminé en la acera del lado opuesto.
Un día después del nacimiento de nuestro hijo Daniel (mi esposa todavía estaba en el hospital), recibí una llamada de la jefa de enfermeras. Me dijo que debía ir cuanto antes.
En 1961, la filial de la Iglesia de Cristo, Científico de la que era miembro en aquella época, me alertó de que habría una reunión internacional para estudiantes, a celebrarse en La Iglesia Madre en Boston. Me inscribí, y los miembros de mi iglesia me apoyaron mucho con los preparativos para este importante viaje.
Hacía ya trece años que quería tener un hijo con mi esposo, y me sentía triste por no ser mamá. Por otro lado, pensaba que adoptar generaría muchos problemas.
Varios años atrás, empecé a sentir síntomas de decaimiento que me impedían caminar o mantenerme de pie. Solo quería estar en cama, no comía ni podía descansar bien.
A comienzos de 2014, de pronto comencé a padecer de síntomas agresivos que al principio me dieron mucho miedo. La condición empezó con un dolor muy agudo en mi mandíbula inferior que me afectó el ojo izquierdo y el lado izquierdo de la cabeza.
Recientemente, he notado que en las noticias hay cada vez más advertencias acerca de los peligros de ser alcanzados por un rayo. Esto me recordó una experiencia que tuve en mi niñez.
Conocí la Ciencia Cristiana hace varios años. En aquella época, yo padecía de una dolencia que los médicos llamaron “gota”, la cual me producía un dolor muy fuerte en las coyunturas de los pies, y una inflamación que no me permitía caminar.