Relatos de curación
Viví en Nicaragua por un tiempo durante el cual surgieron casos de una enfermedad llamada chikungunya. Desde la primera vez que escuché hablar de la misma, mantuve mi pensamiento en el hecho de que las enfermedades no provienen de Dios, y que por tanto, no tienen ningún poder verdadero.
Durante muchos años fui un buscador de la Verdad, y mi búsqueda ha transitado por diferentes ámbitos (académicos, filosóficos y religiosos). Finalmente, hace unos 5 años, estuve en contacto de manera indirecta con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.
Soy originalmente de Camerún, pero ahora vivo en Mauritania. Antes de llegar aquí, sufría de dolores en los dientes, y me sacaron dos.
Yo había escuchado a veces a la gente hablar de los ataques de pánico, y siempre me había preguntado cómo era posible que la gente permita que el temor predomine de tal manera, que ya no puede manejar un auto o teme ir a lugares públicos. ¡Jamás me hubiera imaginado que un día el temor y el pánico se apoderarían de mí! Al recordar lo ocurrido, me doy cuenta de que al escuchar estos informes sobre los ataques de pánico, inadvertidamente había dado poder y vida al problema, en lugar de negar su poder y realidad como nos enseña la Ciencia Cristiana.
Cuando nació mi primer hijo, enfrenté un gran desafío. La doctora vino a nuestro cuarto en el hospital de maternidad, y nos dijo que a mí me podían dar de alta, pero que el niño debía permanecer en el hospital debido a una incompatibilidad sanguínea que tenía conmigo.
Teníamos un hermoso terreno de 2600 metros cuadrados, muy bien ubicado, a la entrada del pueblo donde vivimos, junto a un gran estacionamiento. En Francia, cuando la gente compra un lote para construir, necesita terminar la construcción en cuatro años.
El siguiente versículo de Proverbios en la Biblia, expresa para mí de forma concisa la experiencia que estoy por relatar: “Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (3:5, 6).
Un día, iba de camino a almorzar con unos amigos, cuando sentí una puntada muy fuerte en el pecho. No le di mucha importancia ni comenté nada.
En 1995, un mes antes de mi boda, salí a almorzar con una amiga y compañera de trabajo. Nuestra oficina se encontraba en una calle de cuatro carriles con mucho tráfico, la cual, por lo general, a esa hora del día, estaba tranquila, y había un semáforo para peatones justo afuera de la entrada de nuestro edificio.
Un día, hace alrededor de un año, me desperté sintiendo como que todo en mi cuarto se me venía encima. La cabeza me daba vueltas y no lograba fijar la mirada.