
Relatos de curación
Hacía ya trece años que quería tener un hijo con mi esposo, y me sentía triste por no ser mamá. Por otro lado, pensaba que adoptar generaría muchos problemas.
Varios años atrás, empecé a sentir síntomas de decaimiento que me impedían caminar o mantenerme de pie. Solo quería estar en cama, no comía ni podía descansar bien.
A comienzos de 2014, de pronto comencé a padecer de síntomas agresivos que al principio me dieron mucho miedo. La condición empezó con un dolor muy agudo en mi mandíbula inferior que me afectó el ojo izquierdo y el lado izquierdo de la cabeza.
Recientemente, he notado que en las noticias hay cada vez más advertencias acerca de los peligros de ser alcanzados por un rayo. Esto me recordó una experiencia que tuve en mi niñez.
Conocí la Ciencia Cristiana hace varios años. En aquella época, yo padecía de una dolencia que los médicos llamaron “gota”, la cual me producía un dolor muy fuerte en las coyunturas de los pies, y una inflamación que no me permitía caminar.
De acuerdo con una encuesta de la Federación de Seguros de Alemania (GDV), en 2013 el 70% de los alemanes estaban preocupados por los gastos que una disputa legal pudiera causar, y el 40% de todos los alemanes tenía un seguro para los gastos legales. Sin embargo, mi familia y yo hemos podido demostrar que podemos recurrir a Dios aun cuando nos veamos enfrentados con una disputa legal, y hemos hallado que Él es el mejor “abogado”, nuestro mejor “defensor”.
Un mañana, a principios de 2014, me desperté con un leve dolor de cabeza. El dolor no era tan fuerte, y no le presté mucha atención.
Cuando conocí la Ciencia Cristiana yo tenía casi todo lo que el mundo ama. Era joven, tenía dinero, posición social, una carrera universitaria exitosa, pero me encontraba muy mal de salud.
Hace varios años, tuve una experiencia que me ayudó a comprender mejor que Dios nos ha dado a todos libertad interior. Esta libertad incluye nuestra habilidad para elegir los pensamientos correctos y las acciones correctas, las cuales a su vez abren puertas que parecían cerradas.
Hace unos años, a principios de unas muy deseadas vacaciones, que habían requerido meses de planeación, inversión económica y mucha expectativa, noté que tenía un bulto en la parte superior de una de mis orejas. Era doloroso, y yo tenía miedo de que esa condición no me permitiera disfrutar de mi tan esperado viaje.