Relatos de curación
Hace unos años, en un período muy corto de tiempo, mi madre falleció en los Estados Unidos, empaqué y vacié su casa para venderla, regresé a Brasil, empaqué mi propio hogar donde había vivido 15 años, me mudé a una nueva casa, empecé un nuevo trabajo bastante demandante en una ciudad que no conocía, y traté de desempacar y ayudar a mi familia para que se adaptara a nuestro nuevo hogar y ambiente. Aunque hacía todas mis tareas con alegría, me sentía a menudo abrumada, cansada y triste por el fallecimiento de mi madre.
Después de un semestre sumamente intenso de trabajo como profesora en la universidad, me di cuenta de que algo andaba mal con mi cuerpo. Tenía una sensación de debilidad y mareo constantes, lo que me hacía trabajar más despacio y moverme con mucho cuidado.
Durante muchos años sufrí de fuertes dolores de oído. Cuando era niña, mi mamá me llevó al médico, quien diagnosticó que tenía otitis.
Antes de casarnos, mi futuro esposo y yo estábamos lidiando con un problema: Pertenecíamos a religiones diferentes y queríamos tener hijos pero ¿cómo serían bautizados? Yo estudiaba profundamente el Nuevo Testamento en busca de respuestas. Una noche, sintiéndome muy deprimida, oré con toda sinceridad y humildad pidiéndole a Dios que nos mostrara el camino.
Mi hija adolescente y yo estábamos de vacaciones en un país donde no conocíamos a nadie. Una noche, después de cenar, empecé a sentir un fuerte malestar de estómago.
En una época, trabajé durante seis años como acompañante terapéutico, y convivía con una paciente. En su casa se reunían todas las noches unas 15 personas y se fumaba mucho.
Cuando empecé a estudiar la Ciencia Cristiana, estaba en los primeros meses de embarazo de mi primer hijo, y el diagnóstico médico mostró que el embarazo no se estaba desarrollando de manera normal porque había un problema en la placenta que impedía que el bebé fuera alimentado correctamente. Ante este diagnóstico, el doctor decidió esperar 15 días, y si el problema persistía, sería necesario hacer un aborto.
En una ocasión tuve que viajar a una zona de Honduras que está a unas cinco horas de mi casa para colaborar con el levantamiento de inventario de una tienda. Ni bien llegué, me llevaron a comer mariscos e inmediatamente después nos dirigimos al trabajo.
Hubo una época en que, ya fuera que perdiera el tren, escuchara un comentario indiscreto o se me pinchara una llanta de la bicicleta, yo reaccionaba con furia. A veces las situaciones que provocaban fuertes sentimientos de ira, desilusión, desesperación y temor, parecían importantes, y otras, muy insignificantes.
Una noche, hace varios años, regresé a casa y no podía encontrar la caja de fósforos para encender mi lámpara. Así que fui a darme una ducha a oscuras.