Relatos de curación
Un día a comienzos de semana me levanté y no podía abrir uno de mis ojos. Estaba rojo e inflamado.
En 1968, comencé a tener muchos dolores, así que decidí consultar con dos médicos, por separado, quienes coincidieron que debía operarme de urgencia de la vesícula. Como en ese momento no había cuartos libres en ningún hospital tuve que esperar alrededor de un año hasta que hubo uno disponible.
En una ocasión, estando de vacaciones en una zona de clima cálido, mi salud se deterioró a tal punto que mi familia decidió llevarme a una clínica. Una junta de médicos me revisó, me hicieron análisis y determinaron que mi sangre estaba envenenada a causa del dengue, que aparentemente se contrae a través de picaduras de mosquitos.
“¿Por qué no lo puedo hacer yo?”, pensé. El césped había crecido bastante y mi esposo, que siempre lo cortaba, estaba muy ocupado con su trabajo.
Hace tres años, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Principia, un fin de semana se me inflamó la rodilla. Por la noche salí con mis amigos, y a la mañana siguiente empecé a tener un dolor muy fuerte en la rodilla izquierda.
Hubo una época en que tenía mucha inconformidad en mi vida. Me sentía muy afligida y anhelaba encontrar una respuesta.
Cuando hace un tiempo se me inflamó la parte derecha del vientre fui al médico, quien me diagnosticó un plastrón apendicular. Mientras estuve internada en el hospital, una comisión de médicos quiso someterme a una operación de inmediato, pero esta opinión fue rechazada por el médico que me atendía y me enviaron a mi casa, sometiéndome a un riguroso reposo.
Hace dos años, decidí viajar a un país asiático con un programa de intercambio de la universidad para estudiar mercadotecnia. Extrañaba mucho mi casa y hablaba muy a menudo con mi mamá quien me ayudaba recordándome que Dios con Su amor me había provisto de un hogar, y que ese hogar es mi consciencia.
Pasé por una época en que tomaba muchos psicofármacos porque no podía dormir. Estaba angustiada y muy deprimida y sentía la necesidad de acostarme varias veces en el día.
Era de noche y ya me había acostado. De pronto sentí un dolor de cabeza como nunca había sentido, no por su intensidad, sino porque me dio la impresión de que no podía pensar ni hablar.