Relatos de curación
Un día, al tomar un ómnibus que venía lleno, puse el pie en el estribo antes de agarrarme, y cuando arrancó de repente, fui despedida y caí al pavimento. De ahí en adelante no recuerdo nada más, pues perdí el conocimiento.
Cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana estaba viviendo una situación difícil. Mi esposo y yo nos habíamos divorciado; nuestro hijo vivía con él y había empezado a tomar drogas.
Unos años antes de conocer la Ciencia Cristiana, los médicos me diagnosticaron artritis y artrosis, además de otros problemas relacionados con el sistema óseo. Como los dolores eran muy intensos, tomaba una cantidad excesiva de medicinas.
En un momento de mi vida pasé por una etapa donde parecía que muchas cosas que consideraba buenas iban desapareciendo o estaban en peligro de hacerlo. Había finalizado una relación amorosa con la cual me sentía muy ligada y al mismo tiempo, en mi trabajo hicieron una reestructuración que generó una nueva escala de grado de puestos.
Una de las cosas más importantes que he comprobado en mi vida es que la abundancia divina se puede manifestar en abundancia en nuestra vida diaria. Un día, cuando mis hijos eran pequeños, estaba hirviendo leche para la merienda de la tarde y se me derramó la mitad, quedándome con sólo medio litro.
Estaba pasando una época de mucha presión en mi trabajo, de esto hace unos años. Un día, llegué a casa con mucho dolor en la espalda.
Un día a comienzos de semana me levanté y no podía abrir uno de mis ojos. Estaba rojo e inflamado.
En 1968, comencé a tener muchos dolores, así que decidí consultar con dos médicos, por separado, quienes coincidieron que debía operarme de urgencia de la vesícula. Como en ese momento no había cuartos libres en ningún hospital tuve que esperar alrededor de un año hasta que hubo uno disponible.
En una ocasión, estando de vacaciones en una zona de clima cálido, mi salud se deterioró a tal punto que mi familia decidió llevarme a una clínica. Una junta de médicos me revisó, me hicieron análisis y determinaron que mi sangre estaba envenenada a causa del dengue, que aparentemente se contrae a través de picaduras de mosquitos.
“¿Por qué no lo puedo hacer yo?”, pensé. El césped había crecido bastante y mi esposo, que siempre lo cortaba, estaba muy ocupado con su trabajo.