
Relatos de curación
En el libro de los Salmos en la Biblia, leemos: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (103:2). Con un corazón agradecido, quiero dar testimonio de la bondad de Dios.
Hace ocho años, yo estaba encargado de conducir las reuniones de la Organización de la Ciencia Cristiana (OCC) en mi universidad. Como vivía bastante lejos del campus universitario tenía que salir de casa temprano para poder encontrar un taxi y llegar a la reunión antes que todos los demás.
En abril de 2011, mi esposo y su hermano se fueron ocho días de vacaciones a Grecia. El primer día de su viaje, mi esposo me llamó para decirme que no se sentía bien, y tenía gastroenteritis.
Conocí la Ciencia Cristiana hace muchos años, cuando estaba embarazada de tres meses de mi primer hijo. Durante una consulta, el médico nos informó a mi esposo y a mí que el niño nacería deforme.
Encontré la Ciencia Cristiana en una época en que estaba postrada en cama, sin ningún deseo de levantarme, de caminar o de hablar. El insomnio y la falta de apetito eran constantes.
“La mente mortal es el peor enemigo del cuerpo, mientras que la Mente divina es su mejor amigo”, escribió Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en la página 176 de su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras . Hace varios años, tuve el privilegio de comprobar que esto es verdad y que la Mente divina no sólo es nuestro mejor amigo, sino también nuestro sanador.
Encontré la Ciencia Cristiana en un momento muy difícil de mi vida. Me dolía muchísimo la cadera.
Nuestro bebé era espiritual, perfecto y completo, ya mismo, y Dios, por ser el Amor infinito, estaba cuidando de él hasta en los más mínimos detalles. Una o dos horas después del nacimiento de nuestro primer hijo, en el hospital cercano a nuestra casa en las afueras de París, el médico vino a decirme que había un problema.
Durante tres años sufrí de lo que los médicos diagnosticaron como bronquitis asmática. Los ataques me daban cada vez que cambiaba el clima, especialmente cuando estaba húmedo, y duraban entre 3 y 4 semanas.
Una noche me desperté con la garganta dolorida e inflamada y casi no podía respirar. Me asusté porque los síntomas eran muy agresivos.