“¡Ha resucitado!” Esta alegre exclamación marcó la resurrección de Jesús después de su crucifixión (véase Marcos 16:6). El ángel que estaba en la tumba vacía de Jesús fue el primero en decir esto al hablarles a las mujeres que vinieron a buscarlo, y muy pronto se transformó en el alegre saludo de los primeros cristianos, como triunfante recordatorio de la prueba de vida eterna que Jesús había dado.
La Pascua es la conmemoración de que nada es imposible para Dios, que no existe temor tan enorme, obstáculo tan grande, oscuridad tan absorbente ni muerte alguna tan decisiva, que Dios no pueda eliminar. Las enseñanzas y obras de Jesús han probado todo esto, y su resurrección lo ha confirmado.
Estudiar las enseñanzas y obras sanadoras de Jesús y aceptar su expectativa de que “el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también” (Juan 14:12), es algo profundo que nos hace sentir mucha humildad. El paciente cuidado que brindaba a sus discípulos hizo que, paso a paso, alcanzaran una mayor comprensión de Dios y quiénes son como hijos de Dios. Ellos creían en Jesús, pero esto no eran ilusiones ni estaba basado en la fe ciega. Ellos practicaban lo que él enseñaba, y sanaban a la gente. Al seguir las enseñanzas de Jesús, estoy aprendiendo, poco a poco, que es posible hacer las obras que Jesús hacía, aunque sea modestamente. Pero cada curación, ya sea que se considere una pequeña victoria o algo más significativo, me enseña algo diferente y más espiritual acerca de Dios y de mí como Su creación.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!