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La Pascua y sus infinitas posibilidades

Del número de abril de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“¡Ha resucitado!” Esta alegre exclamación marcó la resurrección de Jesús después de su crucifixión (véase Marcos 16:6). El ángel que estaba en la tumba vacía de Jesús fue el primero en decir esto al hablarles a las mujeres que vinieron a buscarlo, y muy pronto se transformó en el alegre saludo de los primeros cristianos, como triunfante recordatorio de la prueba de vida eterna que Jesús había dado.

La Pascua es la conmemoración de que nada es imposible para Dios, que no existe temor tan enorme, obstáculo tan grande, oscuridad tan absorbente ni muerte alguna tan decisiva, que Dios no pueda eliminar. Las enseñanzas y obras de Jesús han probado todo esto, y su resurrección lo ha confirmado.

Estudiar las enseñanzas y obras sanadoras de Jesús y aceptar su expectativa de que “el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también” (Juan 14:12), es algo profundo que nos hace sentir mucha humildad. El paciente cuidado que brindaba a sus discípulos hizo que, paso a paso, alcanzaran una mayor comprensión de Dios y quiénes son como hijos de Dios. Ellos creían en Jesús, pero esto no eran ilusiones ni estaba basado en la fe ciega. Ellos practicaban lo que él enseñaba, y sanaban a la gente. Al seguir las enseñanzas de Jesús, estoy aprendiendo, poco a poco, que es posible hacer las obras que Jesús hacía, aunque sea modestamente. Pero cada curación, ya sea que se considere una pequeña victoria o algo más significativo, me enseña algo diferente y más espiritual acerca de Dios y de mí como Su creación.

Cuando considero la declaración de Jesús “las obras que yo hago, él las hará también”, me pregunto qué significa esto respecto a su resurrección y cómo podría ser pertinente en mi propia experiencia. Esto parece ser un salto enorme.

La resurrección de Jesús inició un mar de cambios en el pensamiento, los cuales demostraron que la Vida es eterna y triunfa sobre la muerte, y probó que el Amor triunfa sobre el odio. La resurrección cambió vidas con su promesa de salvación para todos, no solo de la enfermedad y la dolencia, sino de la muerte. Dio a sus discípulos la prueba necesaria y convincente para que ellos continuaran el trabajo del Cristo de la forma que Jesús les había demostrado. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribió: “Por todo lo que los discípulos experimentaron, se volvieron más espirituales y comprendieron mejor lo que el Maestro había enseñado. Su resurrección fue también la resurrección de ellos. Los ayudó a elevarse a sí mismo y a otros del embotamiento espiritual y de la creencia ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas” (pág. 34).

¿Acaso parece ingenuo o incluso presuntuoso pensar que la resurrección de Jesús podría ser nuestra resurrección? ¿Qué pasaría si nuestra vida pareciera haber causado o sufrido un daño irreversible? El argumento agresivo de que estamos manchados de por vida debido a alguna desgracia o tragedia puede tratar de cernerse sobre nuestras cabezas como una maldición o una tragedia nuclear personal. No obstante, leemos en la Biblia que todas las cosas son posibles para Dios (véase Marcos 10:27). Dios nos libra de todo mal y pecado. A través de nuestro arrepentimiento y al perdonar a otros, somos perdonados, y encontramos nuestra valía y mérito. Al ser redimidos, nuestra esperanza es restaurada y podemos recuperar lo que sentíamos que estaba irrecuperablemente perdido. El amor redentor de Dios nos permite saber que merecemos ser parte de la resurrección.

En el Salmo 16 hay una promesa de Dios al alcance de todos: “Porque no dejarás mi alma en el Seol,… Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo” (versículos 10, 11). Esta senda de la vida está bien descrita en la definición de resurrección, que se encuentra en Ciencia y Salud: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de la inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material cediendo ante la comprensión espiritual” (pág. 593).

Hace muchos años, la resurrección de Jesús alcanzó un significado totalmente nuevo para mí. Estaba embarazada y de pronto tuve que pasar por un período sumamente alarmante como resultado del cual pareció que se había producido un daño irreparable. Oré intensamente y con regularidad. Lamento decir que al principio me relacionaba más con el caos de la  crucifixión. Pero a medida que continué orando, la constancia del amor de Dios se volvió muy real para mí. Me sentía segura y tenía la certeza de que no podía perder nada bueno que Dios me hubiera dado. Podía sentir cuán apropiada era la resurrección de Jesús cuando sentía que mi temor estaba cediendo a la comprensión espiritual. Simplemente, me sentí elevada por encima del tumulto. Cuando durante el embarazo surgió una complicación, el orar de todo corazón basándome en el amor de Dios, produjo una rápida curación. Muy pronto nuestro hijo nació saludable y fuerte, y aquel otro tiempo tormentoso se despejó. Pero yo había cambiado.

Sentí el amor redentor de Dios y comprendí mejor la profunda consecuencia de la resurrección de Jesús en mi vida. Sentí aquella “gran sensatez” de la que Mary Baker Eddy escribe en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea: “Una gran sensatez, un algo poderoso sepultado en las profundidades de lo invisible, ha forjado una resurrección entre vosotros, y se ha transformado de pronto en amor viviente…

“… El hombre vive, se mueve y tiene su ser en Dios, el Amor. Entonces el hombre debe vivir, no puede morir; y el Amor debe necesariamente promover y formar parte integral de todo su éxito” (págs. 164–165).

¡Qué descubrimiento importante es comprender que todos debemos “vivir, no [podemos] morir”, y que todos podemos experimentar la resurrección esta Pascua y todos los días!, así como todos podemos seguir a Cristo Jesús y tener la expectativa, en cierto grado, de hacer las obras que él ha hecho. Nos ha demostrado que mediante el amor de Dios somos redimidos y valorados sin medida, los pecados pueden borrarse y podemos ser liberados de la esperanza deprimida. A través de lo que sea que hayamos experimentado, crecemos espiritualmente a medida que tomamos consciencia del Cristo resucitado. “¡Ha resucitado!” Su resurrección se ha transformado en nuestra resurrección, y somos elevados para ver nuevas posibilidades, incluso infinitas posibilidades, de hacer el bien y ser sanados.

Kim Crooks Korinek
Redactora Adjunta

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