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Sobreponiéndonos a la persecución

Del número de julio de 1946 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"La determinación de mantener el Espíritu en las garras de la materia es el perseguidor de la Verdad y el Amor." Así escribe Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, en la página 28 de su libro de texto Science and Health with Key to the Scriptures (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras).

En consecuencia, uno no debe desalentarse si las persecuciones estorbasen su marcha progresiva en la demostración de la Christian Science, pues de hecho estas pruebas de invulnerabilidad propia traen su recompensa. Nuestra Guía promete (Science and Health, pág. 97 y 98): "El mundo no tiene compensación para las persecuciones que acompañan un nuevo paso adelante en el cristianismo; pero la compensación espiritual de los perseguidos está asegurada en la elevación de la existencia por encima de la discordancia mortal y en el don del Amor divino." Tal recompensa debe haber sido lograda por Pablo, quien, recordando sus propios sufrimientos en Asia y presintiendo mayor hostilidad a su regreso a Jerusalem, dijo: "Ninguna de estas cosas me mueve." ¡Cuán insignificante es el sacrificio humano, comparado con la sublime independencia del pensamiento, sereno en su conocimiento de la absoluta totalidad de Dios, el bien!

El logro de esta bendita condición, libre de perjuicios, requiere innumerables momentos de renunciación propia, quizá largos años en el aprendizaje de paciencia, sabiduría y humildad, pues aún las pequeñas molestias del diario bregar repetidamente nos importunan, como tratando de descubrir una mayor porción de la irritabilidad e impaciencia que integran la creencia en una entidad propia, apartada de Dios. Permanecer imperturbables y rehusar ser molestados, son pruebas de nuestra fidelidad. La bendición que traen consigo las persecuciones "por causa de la justicia" yace en el deber ineludible que tenemos de vencer la tentación de creer que nuestro hermano puede molestarnos y que somos el blanco de sus persecuciones. Apegándonos al Cristo, la idea espiritual de Dios y el hombre, podemos estar gozosamente conscientes de ésto.

El requisito básico para obtener tal resultado es el entendimiento espiritual que discierne la nada de toda materialidad, aún lo que se denomina nuestra entidad material, pues en la elevación del pensamiento para contemplar la creación perfecta de Dios, se ve que no existe motivo ni objeto en las pretensiones del mal. Cuando vemos que el mal no es hombre, mujer, criatura, lugar ni cosa, lo privamos de identidad y así lo nulificamos.

El error no puede atormentar a quien percibe su naturaleza impersonal. El amor perfecto" que "echa fuera el temor" acalla al supuesto perseguidor, o la mentira que pretende que una persona puede ofender o ser ofendida. Jesús sabía quien lo iba a traicionar y, sin embargo, se agachó para lavarle los pies. Esteban, perseguido hasta la muerte, clamó a gran voz: "¡Señor, no les imputes este pecado!", mientras que la señora Eddy, denodada exponente del mismísimo espíritu de Cristo, soportó muchas penalidades sin tener mala voluntad para nadie. Nosotros, sus adeptos, también tendremos que ser sometidos a pruebas semejantes, para demostrar que somos dignos participantes del Amor divino, que remonta a las alturas al Cristo, el Salvador de los enfermos y pecadores.

El vencer los elementos de la persecución es un factor potente para nuestro crecimiento espiritual, pues esto nos obliga a enfrentarnos a las exigencias de la vida en la única forma correcta—con la idea verdadera acerca de Dios y el hombre. Algunas veces podrá necesitarse algún tiempo para estar dispuesto a hacer esto, toda vez que la tendencia mortal de enfrentarse a la fuerza con la fuerza y al odio con el odio no siempre se vence fácilmente. Sólo el amor legítimo hacia Dios, el hombre y la causa de la Christian Science, sostendrá a uno invariablemente en la senda recta. Sólo así podrá encontrarse la verdadera solución a cualquier problema. Alejarnos del error solamente porque le tememos, es como tomar una píldora para mitigar el dolor; tal medida sólo alivia de manera temporal el sufrimiento. Se necesita valor moral para soportar toda aparente injusticia, así como para volver la otra mejilla, pero la recompensa de ver el odio y la discordancia disueltos por la totalidad del Amor bien vale la pena del esfuerzo hecho.

Se requiere mucha entereza para vencer la creencia en el sentido personal, pero su aniquilamiento absoluto es una meta que merece grandes sacrificios para alcanzar. Cuando dicha creencia cese de arguír en su favor, de sus derechos y su justificación, el amor y paz de Dios fluirán a torrentes y entonces ascenderemos en la escala del ser.

En el artículo titulado: "Ofendiéndonos" (Miscellaneous Writings [Escritos Misceláneos], páginas 223 y 224), nuestra Guía hace hincapié en la importancia de nuestros propios pensamientos acerca de las palabras y acciones de los demás. Ella dice: "El dardo mental que se nos arroja es prácticamente inofensivo, a menos que nuestro pensamiento lo haga incisivo. Es nuestro orgullo el que hace que la crítica ajena nos cause enojo, nuestra propia voluntad la que nos hace ofensivos los hechos de otros, nuestro egoísmo el que se siente lastimado por las pretensiones de otros."

No tenemos que reformar a nuestro semejante para obtener la paz, sino, más bien, preocuparnos por sacar la viga que está en nuestros propios ojos, y mediante este procedimiento de purificación propia contemplaremos a nuestro hermano como en realidad es, pues habremos logrado la corrección científica. Sin tomar en cuenta cuan intrincado sea el problema ni cuantas personas intervengan en el, siempre se solucionará desde el punto de vista de nuestra propia conciencia, apegándonos con positiva visión espiritual a la verdadera idea acerca de Dios y el hombre.

Mediante la supremacía de la Mente, en realidad se nos da "potestad para hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo", pero esta potestad no ejerce ni la fuerza ni la coerción; al contrario, es tan pacífica y benigna como la brisa veraniega. La conciencia que refleja a Dios mora serenamente en el conocimiento de su absoluta inexpugnabilidad.

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