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Solamente el Padre conoce al Hijo

Del número de julio de 1946 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una de las declaraciones concisas de Jesús, llena de significado y promesa, es: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre." El "Hijo", a que se refiere el Maestro, es "el Hijo de Dios, el Mesías o Cristo," si empleamos las palabras de Mary Baker Eddy, que aparecen en la primera línea de su definición de "Hijo" en la página 594 de Science and Health with Key to the Scriptures (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras). Puesto que el hombre individual está siempre "escondido con Cristo en Dios", lo dicho por Jesús abarca la idea de que ningún mortal, basándose en la materialidad, puede conocer la verdadera individualidad suya ni mía, la cual tiene el hijo de Dios, pues solamente el Padre conoce al hijo.

Algunos mortales temen los pensamientos de otros. Temen a los que puedan ser rencorosos, celosos, insidiosos o criticones. No existe motivo para tal temor. Ningún mortal, de mentalidad materialista, puede jamás conocer, comprender o percibir la verdadera entidad suya ni mía. ¡Cúan perfecta liberación del temor al abuso mental provee este hecho! Su verdadero ser y el mío es de la substancia del Espíritu, que el pensamiento material no puede conocer. Sólo la Mente Paterna que todo lo sabe, puede conocer y efectivamente conoce esa entidad—Su idea. La verdadera conciencia de nuestro hermano, reflejando la Mente Paterna, desde luego conoce bien a su hermano. Como el reflejo perfecto de Dios, él refleja lo que el Padre conoce como Su hijo. Pero el hecho permanece para siempre de que ningún estado de la mente, basado en la materialidad, animado por la voluntad humana y con tendencias maléficas, puede jamás conocer, discernir o establecer contacto alguno con la individualidad que Dios constituye y guarda incólume en Su totalidad impenetrable. La seguridad del hombre es tan cierta como la seguridad de Dios.

¿Entonces, por qué temen algunas personas a lo que se denomina abuso mental? Porque en su ignorancia atribuyen mayor potencia a la mente mortal, la maligna, que a la Mente inmortal, Dios. Están creyendo que la mente material, negativa, obrando a través de los mortales que piensan erróneamente, de alguna manera inexplicable se ha apropiado algo de la omnipotencia de Dios, la ha pervertido y la ha dirigido en contra del hijo de Dios. Están creyendo, no solamente que los malos pensamientos o la mente mortal tiene cierto poder, sino que posee más poder que Dios, la Mente inmortal, a quien, en teoría, declaran ser omnipotente. Se sienten como el Salmista cuando dijo: "Mi alma está en medio de leones; me acuesto entre los que arrojan llamas, hijos de hombres, cuyos dientes son lanzas y saetas, y su lengua una espada aguda." Mas si Dios es, en verdad, omnipotente, ¿cuanto poder le queda al mal? ¿Exactamente, cuánto?

Cuando la señora Eddy escribe (Science and Health, pág. 102): "La humanidad tiene que aprender que el mal no es poder", quiere decir que usted y yo debemos estar tan conscientemente alertas de la omnipotencia de Dios y nuestra unidad con El, que no tememos en lo más mínimo la pretensión al poder de la mente maligna. Recordemos que antes de que Jesús llamase a la mente maligna una asesina, la llamó mentirosa y de ese modo la excluyó, junto con toda su actividad engañosa, del reino de la Verdad.

"Un cortesano le dijo a Constantino", según relata la señora Eddy, "que una muchedumbre había roto la cabeza de su estatua, a pedradas. Llevándose las manos a la cabeza, contestó el emperador: 'Es muy sorprendente, pero no me siento lastimado en lo más mínimo'" (Miscellaneous Writings [Escritos Misceláneos] pág. 224). La muchedumbre enfurecida arrojó sus piedras a la estatua, no a Constantino. El tenía una entidad distinta y estaba en un lugar diferente. El que piensa malévolamente es como la muchedumbre; dirige su maldad, celos y mala voluntad, no a la individualidad suya ni mía, sino solamente al erróneo concepto material de la entidad en que cree. Nuestro deber es saber lo que realmente somos y no admitir que somos lo que él piensa de nosotros. Jamás debemos consentir en creer que podemos ser el blanco para el mal. ¡Qué actuación más inconcebible para el hijo de Dios! La palabra "blanco" no existe para la Mente. Nunca, nunca, nunca es el amado del Padre—la entidad verdadera suya y mía—el blanco de un propósito malévolo. Perpetuamente, eternamente y para siempre jamás, nuestra individualidad es el objeto de las tiernas y perdurables bendiciones del Amor. Deberíamos a diario, y con júbilo, discernir esta gran realidad.

Nuestra Guía ordena: "Científicos Cristianos, sed una ley para vosotros mismos de modo que la mala práctica mental no os pueda dañar, ni dormidos ni despiertos" (Science and Health, pág. 442). Humanamente hablando, siempre estamos dormidos o despiertos, de manera que su amonestación es para comprender que siendo, como lo somos en realidad, el reflejo continuo de Dios, y la personificación de aquellas fuerzas espirituales que constituyen la ley de Dios, la supuesta actividad de la mente mortal, llamada mala práctica, no puede tocarnos ni dañarnos en ningún momento del día ni de la noche. Nuestra inmunidad, en virtud de nuestra espiritualidad, es perpetua. Nuestra superioridad es constante. Las fuerzas físicas y materiales de la mente, se frustran en su propio reinado de la suposición. Jamás pueden penetrar a la infinitud, llena de Amor, que es la morada de los hijos de Dios.

Generalmente, la contienda es con la creencia cultivada de que el mal tiene agentes por cuyo conducto puede afectar las personas. Tales conceptos son todos efectos de la mente mortal y son tan sin substancia, sin vida, sin poder, como la mente mortal misma. La mente mortal, pretendiendo ser una entidad en acción, no tiene mayor realidad que una novela con pretensiones de ser un libro de hechos históricos. Por medio del sentido espiritual—el sentido del Alma—comprendemos que no existe cosa alguna aparte de Dios y Sus ideas; que en el universo de Dios (y en realidad no hay otro), no existe propósito ni fuerza malévola alguna; no existe persona mal intencionada que los utilice o los sienta, ni tampoco hay villanos ni víctimas. Solamente Dios está en acción, influenciando, controlando y gobernando Sus hijos, con poder que no puede ser desafiado ni puesto en tela de juicio. Solamente la Mente conoce su manifestación. Nuestra superioridad actual y eterna sobre los pensamientos malévolos radica en el hecho sencillo, inmutable y espiritual de que ningún sentido mortal del hombre puede conocer ni atacar nuestra filiación para con Dios, puesto que solamente la Mente Paterna, que todo lo sabe, puede conocer y efectivamente conoce a Su hijo.

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