La bien conocida expresión del poeta Robert Burns, es el tema de un notable párrafo contenido en la página 172 de Science and Health with Key to the Scriptures (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras). Mary Baker Eddy, la inspirada autora de esta obra, allí escribe: "¿Qué es el hombre? ¿Es cerebro, corazón, sangre, huesos, y demás,—la estructura material? Si el hombre real está en el cuerpo material, le quitamos una parte al hombre cuando le amputamos un miembro; el cirujano destruye su estado de hombre y los gusanos la aniquilan. Pero la pérdida de un miembro o la lesión de un tejido, a menudo aviva en el hombre sus mejores cualidades; y el lisiado infortunado tal vez demuestre más nobleza de carácter que el membrudo atleta,—enseñándonos por su impedimento mismo, que 'un hombre es un hombre, a pesar de todo.'"
Desde las zonas de guerra del mundo vuelven muchos veteranos, mostrando las cicatrices del combate. Suponed que encuentro a un antiguo amigo, un soldado que ha sido severamente herido y que camina con una pierna artificial. ¿Podría yo acaso ser tentado para pensar, ¡pues aquí vienen las tres cuartas partes de mi amigo!? O si encontrara a otro, aún más infortunadamente maltrecho, ¿podría referirme a él como lo que queda de mi amigo? Seguramente que nó. ¿Pues entonces, justamente qué es lo que reconozco como mi amigo, como el individuo que he conocido y aprendido a querer? ¿No es que paso inmediatamente al reinado de la conciencia? La naturaleza de mi amigo o de mi amiga, la identidad de él o de ella jamás ha estado a merced de o subordinada a un cuerpo material. Este cuerpo es completamente mental—aún lo que nos place llamar el concepto material del hombre. Pero el hombre que Dios conoce, no es la creación del pensamiento mortal. El procede de y tiene su ser en la Mente divina. Su cuerpo, su substancia, su identidad, es el reflejo del Espíritu indestructible, y a pesar de lo que el sentido corporal pueda decir en contrario, nada puede suceder a ese hombre, que no haya sucedido primero a su Padre, Dios.
¡Por consiguiente, con qué valor puede marchar adelante el guerrero cristianamente científico, que presente huellas de mutilación! Que lea las páginas 260 y 261 del libro Science and Health y aprenda esa tan necesaria lección de apartar la vista del concepto material del cuerpo, y fijarla en los hechos espirituales relativos a la Mente y su expresión inalterable. En primer lugar, que se vuelva contra el más sutil y plausible de los enemigos, la conmiseración propia y rehuse aceptar su peligroso derrotismo. Que aplaste las sugestiones venenosas de resentimiento y amargura, como lo haría con mortíferas serpientes. Mutilado de veras es aquel cuya mentalidad está deformada por el rencor irreprimido.
Robert Browning escribe: "Cuando la lucha consigo mismo empieza, el hombre vale algo." Con la batalla así combinada, en contra de los errores del pensamiento, así como los del cuerpo y con el conocimiento pleno de su irrealidad, porque Dios, el Amor divino, quien es infinitamente justo y bueno, jamás sanciona ni incluye lo que es el opuesto del ser armonioso, el soldado cristiano entra una nueva área de combate. Aquí la zona de batalla es cambiada al reino mental; aquí su triunfo es seguro, porque el adversario, la mente carnal, que Pablo caracteriza como "enemistad contra Dios" (Romanos 8:7) es una negación y por lo tanto, ilegal, impotente. El mal, o sea, el único diablo que hay, en vez de ser una entidad o algo, es una nulidad, ninguna cosa, la ausencia del bien.
Ahora, cuando el sentido material arrogantemente proclama que el hombre ha sido herido, su organismo mutilado, su substancia perdida, ¿cuáles son los hechos espirituales? ¿Con qué municiones podemos hacer frente a la ofensiva del enemigo? Oíd esta gran declaración sobre la indestructibilidad del hombre, hecha por la señora Eddy en la página 26 de "No y Sí": "Dios mantiene al hombre en los eternos vínculos de la Ciencia—en la armonía inmutable de la ley divina. El hombre es un ser celestial, y en el universo espiritual él es para siempre individual y para siempre armonioso."
Cabe entonces la pregunta: "¿Pero cómo puede uno mantener esa elevación del pensamiento, cuando el testimonio de los sentidos informa lo contrario? ¿Dice uno la verdad cuando declara que el hombre de Dios no es herido ni agobiado? ¿No podría ser la respuesta que uno no es honesto ante Dios a menos que afirme la identidad impecable y armoniosa del hombre, como el reflejo del infinito? Alguien ha dicho muy bien: "¡Cuán grande es su hurto del que se roba a sí mismo!" Estemos, pues, seguros de reclamar el ser que Dios conoce y no aceptemos como verídica la parodia poco atractiva del hombre, que presentan los sentidos erróneos.
Bien puede seguir la pregunta: ¿y luego? Si uno constante y persistentemente se declara en pro de la perfección de Dios y Su creación, tiene que ser elevado el pensamiento muy por encima de las imágenes discordantes, grabadas por la mente mortal; y eventualmente, con amplio crecimiento espiritual, ¿no debería esperar el Científico Cristiano que la curación sea manifestada? Cristo Jesús, por medio de su entendimiento espiritual enaltecido, podía restaurar la mano seca e inútil. La señora Eddy escribe en la página 489 de Science and Health: "Cuando la langosta irreflexiva pierde una pinza, ésta vuelve a crecer. Si la Ciencia de la Vida fuera entendida, se comprendería que los sentidos de la Mente jamás se pierden y que la materia no tiene sensación. Entonces se restituiría un miembro del cuerpo humano tan pronto como la pinza de la langosta,—no con un miembro artificial, sino con uno genuino." Pero hasta que llegue ese día del entendimiento—porque tiene que llegar, ya sea aquí o en el más allá—un veterano herido que se aferra a los hechos acerca de Dios y el hombre, no aparecerá a sus amigos y vecinos como un objeto de conmiseración. Mediante su pensamiento valeroso y elevado, el hombre verdadero está apareciendo; mediante su amor y buen ánimo, la imagen del Amor está expresándose; y porque el hombre es siempre el reflejo de la Mente, las oportunidades para servir inteligentemente, de continuo se presentan. En verdad, su carácter varonil se manifiesta y de esa manera él puede presentar "más nobleza que el membrudo atleta."
A quien vislumbre el glorioso hecho de su inseparabilidad del bien inmutable, viene la bendición de las Escrituras (Daniel 10:19), que dice: "¡No temas, o varón muy amado! ¡paz sea contigo! ¡sé fuerte; sí, sé fuerte!"
