El novato en la Christian Science El nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la "Ciencia Cristiana." muy pronto descubre en el Manual de la Iglesia, la bella oración de la que se vale todo Científico Cristiano, a saber: "'Venga Tu reino'; !que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y deseche de mí todo pecado; y que Tu Palabra enriquezca los afectos de toda la humanidad y los gobierne!" (Manual de La Iglesia Madre. Art. VIII. Sec. 4).
Mrs. Eddy no solamente recomienda a sus discípulos que se valgan de estas palabras o que oren de esta manera, sino que declara precisamente que todo miembro de La Iglesia Madre tiene el deber de orar en esta forma cada día. Y puesto que la verdadera iglesia se encuentra en la conciencia y en los afectos de sus miembros, ¿será posible que el evangelio sanador esté operando en el Científico Cristiano que, dejándose adormecer, no ora diariamente para sí y para todo el mundo?
Y !qué oración tan maravillosa es esta! Analícela, parte por parte, y usted encontrará que abarca una multitud de necesidades humanas. Comenzando por las palabras del Maestro: "Venga Tu reino", aquí se expresa el anhelo, inherente a todo corazón sincero, de que toda desgracia y discordancia de la mente carnal sea reemplazada por la armonía. Luego se expresa el deseo de que se establezca en la conciencia humana "el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos." Ahora bien, si todas las mañanas uno se esforzara por percibir el verdadero significado de la palabra día, no como si fuera el transcurso de veinticuatro horas, sino como el desenvolvimiento de la existencia eterna e inmortal, !cuántos argumentos restrictivos y cuántas sugestiones de decadencia se habrían de acallar! Cuando la verdad espiritual reina en la conciencia individual, ¿no será inevitable que el pecado se tenga que desalojar? Con estos esclarecimientos, bien podemos orar de una manera consecuente para que los afectos de toda la humanidad se enriquezcan y para que el Principio divino los gobierne.
Fuera de Jesús, nadie más que la inspirada Guía del movimiento de la Christian Science jamás ha formulado tan acertadamente una oración que sirva a todo hombre por igual. En vez de empezar por orar en seguida por la derrota de todo el mal, primero se ocupa de la necesidad de enriquecer los afectos humanos. Si los hombres abrigan un verdadero afecto por lo que es bueno, ¿podrán acaso ser atraídos a los laberintos del mal? Si un árbol produce frutas enfermizas, ¿no tratará el granjero de enriquecer la tierra? Las raíces del pecado y de todo error radican en los afectos de la humanidad, en los deseos e inclinaciones del corazón humano.
Si los pensamientos del individuo están gobernados por la animalidad, ¿no será posible que sus afectos necesiten el enriquecimiento de los propósitos más elevados y puros? Si alguien se complace en expresar un carácter odioso, ¿no será que necesita mejorar sus condiciones mentales? Si el afecto principal de una persona es el amor a sí mismo, si habla continuamente de su propia persona, y si parece estar sufriendo de lo que en broma se conoce por "mal del ego", !cuánta falta le hará la humildad del Cristo, que enriquece las bases del pensamiento! En cuanto al hombre de negocios, o el cabecilla, que esté recurriendo a la ley del desierto para ejercer la voluntad humana desenfrenada ¿no será que estos excesos ofrecen pruebas de la gran necesidad que tienen tales personas de conocer el amor altruísta? Con mucha razón Robert Browning ha dicho: "El hombre busca su bien propio, y el mundo entero lo paga." ¿No debiera este cuadro de la gangrena egoísta, que está royendo el corazón de los hombres y de las naciones, despertar a los cristianos a comprender la necesidad de orar como jamás lo han hecho antes?
El Apóstol Pedro con frecuencia se vió en la necesidad de orar para que Dios le enriqueciera y gobernara los afectos. Cierta vez su carácter autoritario fué reprochado con firmeza por el Maestro (véase Mateo, 16:21–23). En otra ocasión en la cual Jesús lavaba los pies de sus discípulos, Pedro, muy resoluto, anunció que el Maestro jamás le lavaría a él los pies. Pero cuando Jesús con gentileza le respondió: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo", Pedro aceptó con cariño el correctivo y dijo: "¡Señor, no solamente mis pies, sino también mis manos y mi cabeza!"
Aun en otra ocasión, Pedro navegaba en una barca con otros discípulos, y Jesús se les acercó andando sobre el mar. Los discípulos se turbaron y no quisieron creer lo que veían. Cuando Jesús les aseguró que era él, Pedro con su acostumbrada impetuosidad respondió: "Señor, si tú eres, manda que yo vaya a ti sobre las aguas" (Mateo, 14:28), a lo que el Maestro le dijo: "Ven." Leemos entonces que Pedro realmente dió algunos pasos sobre el mar, pero que luego tuvo miedo y, comenzando a hundirse, llamó a Jesús para que le salvara. ¿Será posible que Pedro le pedía que no solo le rescatara del mar? Pedro era pescador y acostumbrado a estar en el mar. Sin duda era un buen nadador. ¿No será posible que Pedro, cuando se vió haciendo la misma proeza de Jesús, empezó a darse alguna importancia? ¿No cabe dentro de lo posible que él estuviera pidiendo que le rescatara de sí mismo?
De ahí que cada vez que nosotros oramos para que la Palabra de Dios enriquezca nuestros afectos y los gobierne, en verdad estamos orando para ser rescatados del sentido falso de la responsabilidad—del error de creer que tenemos un ego superior o inferior, que pretendería separarnos del único Ego, es decir, la Mente divina. Oramos para que se espiritualice la conciencia de los hombres de manera que detesten el mal, que se den cuenta de su irrealidad y que se les despierten en ellos deseos más puros y sagrados. En cuanto al gobierno de los afectos, atendamos las palabras tan alentadoras de nuestra Guía, que se hallan en la página 204 de su obra Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos): "Por medio de la elevación espiritual, Dios, el Principio divino de la Christian Science, efectivamente gobierna los propósitos, las ambiciones y los actos del Científico Cristiano. Los mandatos divinos nos dan prudencia y energía; exterminan para siempre toda envidia y rivalidad, toda palabra, acción o pensamiento perverso; y la mente mortal, purgada de esta manera, obtiene, fuera de sí, la paz y el poder." ¡Valiosa afirmación de la verdad!
