Es posible que la humanidad jamás se haya ocupado tanto de las creencias acerca de la vejez como hoy en día. Continuamente oímos discusiones sobre cual será la mejor edad para emprender ciertas actividades, cual se adapta mejor a determinados trabajos físicos, y a que edad la entereza física y mental empieza a decaer.
En el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 246), Mary Baker Eddy ha dicho: "El medir la vida por años solares nos priva de la juventud y produce fealdad en la vejez." He aquí la divergencia que existe entre la tal llamada existencia de los sentidos humanos, la que siempre significa limitaciones, y el estado divino del ser, que no tiene edad y que es la síntesis de la perfección.
Tan pronto como el discípulo avisado de la Christian Science reconozca que la existencia es espiritual, se dará cuenta cada vez más de que la vida no consiste de etapas que conducen de la infancia a la vejez. Puesto que "creó Dios al hombre a su imagen", y puesto que Dios es Espíritu, el hombre creado por Dios es espiritual. Aquello que es espiritual no tiene que hacerse más espiritual, pues por lo espiritual ya se entiende lo perfecto.
El sentido humano de la vida, que la representa como teniendo comienzo y madurez y avanzando hacia su fin, con cada rotación de la tierra, es sin duda una actitud depredante. Le priva a la juventud de la oportunidad de acometer obras que es capaz de realizar, e insiste en que es preciso llegar a cierta edad para alcanzar la inteligencia debida. Esta mentira pronto se descubre al comprenderse que, puesto que el hombre real es la expresión de la Mente, la inteligencia y la sabiduría forman parte integrante de su ser. Esta declaración verídica y científica demuestra lo ficticia que es la aparente necesidad humana de obtener inteligencia de alguna fuente exterior, o a través de los años. Jesús así lo comprobó cuando, a la edad de doce años, habló con los doctores en el templo y todos se sorprendieron de sus conocimientos. Otra vez volvió a demostrarlo cuando, después de ser bautizado por Juan, pasó cuarenta días en el desierto, y luego visitó la sinagoga de Nazaret, donde le leyó a la congregación del libro de Isaías. La comprensión de que "el hombre es la expresión del ser de Dios" (ib., pág. 470), es evidencia de la inspiración espiritual, sin limitación alguna para aquellos que gozosos alcancen esta compresión.
Cuando uno piensa acerca del individuo que ha tenido buen éxito, según el juicio humano, casi siempre se trata de una persona de edad madura. Sin embargo pocos son los que quedan satisfechos al lograr el triunfo que habían deseado. Ningún estado de la experiencia humana ofrece satisfacción de por sí. La satisfacción duradera solamente se alcanza cuando uno comprende su verdadera entidad como idea espiritual. Sólo así puede encontrar la verdadera satisfacción, porque entonces cada día se convierte en una nueva ocasión para contemplar el desarrollo de aquello que, como bien sabe, en realidad siempre ha existido. El triunfo no se mide por el reposo en la materia que hemos alcanzado, ni por el mérito de nuestro estado social ni las alabanzas que hemos recibido de los mortales. El verdadero triunfo sólo lo conocen aquellos que han estado expresando conscientemente los propósitos del Principio divino, a través de su diaria experiencia.
Las creencias sobre la vejez son insidiosas. Son asesinas mentales, que tratarían de privarnos del estado mental que se regocija siempre en el conocimiento de la realidad. Si el hombre es la semejanza de Dios, ¿puede acaso esa semejanza envejecer, llegar a ser inútil o perder su capacidad para pensar clara y activamente? No,—pues la Mente no se expresa sino por medio de una actividad incesante. Esta es, entonces, la verdad con la que tenemos que reemplazar la mentira. El cuadro falso que representaría a la existencia como material, como susceptible a cambios y variaciones, tiene que ser borrado de nuestra conciencia para que se excluya de nuestras experiencias.
Hoy más que nunca se presenta la necesidad de mantener una comprensión correcta del ser verdadero. El trabajo de cada cual jamás se acaba y nunca es superfluo, y todo aquel que piense en sentido contrario se está limitando a sí mismo. La sugestión agresiva trataría de hacernos creer que nuestro trabajo está acabado o que es inútil, y que no vale la pena seguir luchando. Pero al descubrir este pensamiento agresivo, vemos que las oportunidades de expresar a Dios, de pensar correctamente o de estar siempre activos en el bienhacer, jamás se acaban, ni decrecen.
El discípulo de la Christian Science está firmemente convencido de que tendrá oportunidades siempre mayores para hacer bien, a medida que se le revele el poder de la comprensión espiritual. Pero si uno se deja influir por el razonamiento de los sentidos humanos, entonces el transcurso del tiempo no traerá sino decadencia e inutilidad. Todo pensador científico ha de negar esto con vigor y al instante, y se negará asimismo a creer que el hombre es una persona material o humana y que la edad avanzada significa una cesación de sus condiciones útiles. No existe más que un estado científico de conciencia, a saber, la compresión de que el hombre, la expresión de la Mente, se halla siempre en un estado de perfección y entereza. El hombre no tiene que avanzar hacia ese estado, ni puede retroceder de él pues en la realidad del ser, no existe ni el "aquí" ni el "allá."
La juventud, la madurez y la vejez son creencias humanas y en la medida en que reconocemos que la mente mortal no es capaz de crear, hacer una ley, ni gobernar, dejamos de darles acogida a tales creencias. No le incumbe a la opinión humana decidir cuando ni adonde empieza o acaba la capacidad de uno para ser útil. Dios es el único legislador, y para Dios no hay comienzo ni fin, ni existe idea inútil alguna. La expresión de la Mente, y en realidad no hay otra, no se desarrolla hasta llegar al punto de la perfección para luego decaer. Aunque el sentido mortal declara que la vida es material y que por lo tanto está siempre cambiando, esto no altera el hecho eterno de la existencia espiritual. La comprensión de que la existencia es espiritual nos ha de resultar en oportunidades nuevas que no nos hubiéramos imaginado, en condiciones más armoniosas, mejor salud, y en actividades prolongadas; pero lo que verdaderamente está pasando es que nuestro ser real se nos está revelando en toda su perfección, y que la creencia en las limitaciones, en todos sus distintos aspectos, está desapareciendo de la conciencia y por lo tanto de nuestras experiencias.
Bajo el título marginal de "El mortal no es el hombre", Mrs. Eddy hace la siguiente declaración iluminadora, que resume todo el problema de la existencia variable (Ciencia y Salud, pág. 200): "La Vida es, siempre ha sido, y siempre será independiente de la materia; pues la Vida es Dios, y el hombre es la idea de Dios, formado no material sino espiritualmente, y no propenso a la decadencia y al polvo."
