Quisiera relatar la cura de una lastimadura muy grave que sufrí hace unos cuatro años. Poniéndome a limpiar una estufa de cocina con un paño empapado de gasolina, no advertí que el mechero encendedor de la cocina estaba encendido. El paño prendió fuego, quemándome las manos y la cara. Corriendo a la casa de una vecina, le pedí que me ayudase, ya de palabra o por la lectura de los libros. Muy cariñosamente prometió hacerlo, consiguiendo, a la vez, mi permiso para llamar a una practicista de la Christian Science. Después que la practicista llegó y empezó a hacer su trabajo mental, el dolor desapareció por completo y me caí dormida. Al despertar ya no volví a sufrir dolor alguno.
Pasaron varias semanas antes de que me fuese posible usar las manos, y durante ese tiempo la carne y la piel se formaron nuevamente. Estoy muy agradecida de poder decir que la cura fué completa; no me queda ni una sola cicatriz y puedo usar las manos como si nada hubiese ocurrido. Todas las leyes médicas referentes a la cura de la quemaduras fueron anuladas, pues no se me aplicó remedio material alguno. Mi gratitud se extiende a todas aquellas personas que me trataron con tanta consideración y bondad en esos momentos.
A causa de esta experiencia, llegué a reconocer más claramente que nunca el poder sanador de la Verdad, y obtuve una percepción más amplia de las siguientes palabras de Mrs. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 473): "Dios está en todas partes, y nada fuera de El está presente ni tiene poder." Profunda es mi gratitud por la seguridad que tengo de que cuando acudimos a El, Dios nos enseña a vivir una vida más provechosa y útil, conduciéndonos a la plena comprensión de todo lo que es bueno y bello. Por todas estas pruebas del amor y la protección de Dios, hondo es mi agradecimiento.
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