La primera vez que oí hablar de la Christian Science me hallaba en Wáshington, Distrito de Columbia. Recientemente había sido dada de alta de un hospital, pero me sentía cada vez más enferma. Fuí a ver a una practicista para que me explicara lo que era la Christian Science y para pedirle que me diera un tratamiento. Durante esa primera semana experimenté numerosas curaciones. Luego volví a Montana, en donde no había nadie en la comunidad en que yo vivía que se sintiera bien dispuesto hacia la Christian Science; tampoco había teléfono con el cual podría comunicarme con otro Científico Cristiano cuando así lo necesitase, y sólo había dos repartos de correspondencia a la semana.
Pasados unos seis meses, al pasear un día con mi esposo en un bosque, toqué inadvertidamente lo que llaman hiedra venenosa. Al día siguiente los efectos del veneno se me manifestaron sobre la cara y en las narices. No teniendo idea de cómo se daba un tratamiento en la Christian Science, decidí ir a casa y leer Ciencia y Salud. Al poco rato vino a verme una vecina, quien me recordó que una persona que vivía cerca varios años atrás había tenido que guardar cama durante casí un año con un médico a la cabecera, debido al mismo percance. Al oír esto mi temor aumentó, pero ni por un instante se me ocurrió recurrir a medios materiales. Tenía fe en que Dios podía sanarme, aunque no comprendía nada del método curativo de la Ciencia.
Apenas me hallé sola comencé a leer, y continué leyendo durante cuatro horas. Todo temor me abandonó y parecía estar "presente con el Señor" (II Cor., 5:8). A la mañana siguiente amanecí con la cara suave y normal.
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